No voy a escribir sobre su lucha, sus vivencias, su historia, ya hay miles de escritos que lo narran, voy a mostrar lo que admiro de ella: su persona, su forma de entender la vida, su manera de luchar con ciento cinco años por su ideología
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Ángeles Flórez, Maricuela ha recibido, en estos días pasados, el premio Juan Ángel Rubio 2023 que convoca la Sociedad Cultural Gijonesa. De Maricuela está todo dicho, todo hablado. Ha escrito libros, está presente en Facebook, ha sido reconocida por premios: Club de las 25, el Pozu Fortuna, el 8 de marzo, Trece Rosas…. y ha sido perfecta compañera de conversaciones para aquel o aquella que se acercase a su menudo cuerpo dejándose cautivar por su cálida sonrisa. Mi texto de hoy va encaminado al pensamiento, siempre presente cuando se habla de ella, de la fortuna que tuvimos y tenemos aquellos que compartimos momentos con Ángeles.
Mi infancia, adolescencia o adultez está alejada de la idealización de la superficialidad, siempre me fijé e idolatraba la sencillez de lo rutinario. No tengo autógrafos en mi casa, ni fotografías con grandes de la historia, a pesar de la suerte de haber tenido conversaciones y charlas con personas de una gran importancia en este país. Me gusta la persona más que el personaje. Me inclino más hacia la cercanía del ser humano que la satisfacción del profesional referente de la educación, la cultura o la política. Me gusta más el interior, del que surge el exterior, que el exterior construido a través de conocimientos adquiridos.
No digo con ello que no admire a personas que han conseguido que nuestra vida fuera y sea más fácil, más bella, más cómoda, con menos sombras. Lo hago, pero, aunque parezca utópico, absurdo, incluso no creíble, la gran mayoría de las veces, mi admiración se consigue desde el interior de lo que son, de lo que sienten, de lo que hacen. Sin esas entrañas, sin percibir por mi parte algo de ese “yo” que trasladan al exterior, no consigo alinearme tan cerca de grandes profesionales del conocimiento, la creatividad y el saber. Mientras escribo, pienso que tan solo hay dos nombres que me epatan por lo que fueron sin tener en cuenta la persona. Idolatrados solamente por lo que lograron como profesionales. Uno es Ángel González, otro Joaquín Sabina.
Cuando nombro al poeta, sale el eterno lamento de mi época en la Consejería de Cultura del Principado de Asturias. Tuve el honor de ser parte del jurado del Premio Emilio Alarcos de Poesía, y la mala suerte de hacerlo tras el fallecimiento del gran estrujador de las palabras. Por ello, no pude disfrutar de su voz ronca, su mirada cálida y su sorna asturiana, ni pude disfrutar de su charla, como sí lo hice con Luis García Montero, Olvido García, Aurelio Ovies o Aurora Luque. González es toda una referencia para muchas generaciones, una de las voces poéticas más importantes del siglo XX, un genio cuyos versos son fotografías escritas, bellos reflejos de una realidad vista desde la sencillez de su mirada. Ese trazo del sentimiento en forma de palabras hace que sea admirado por muchas personas, amantes o no del bello arte de la poesía.
La otra persona admirada es Joaquín Sabina. Cantautor, poeta, vividor… ¿cómo no se va a rendir pleitesía a un grande de nuestra música? ¿Cómo no se va a sentir admiración por una mente sin voz que consigue crear un disco con 19 días y 500 noches? En el documental “Sintiéndolo mucho” de Fernando León de Aranoa, Sabina confiesa que las grandes obras están escritas por borrachos, drogadictos y pendencieros, bien, suena mal decirlo, admiro a uno de ellos. He visto muchos de los conciertos realizados en Xixón por parte del jienense y todos los conservo en la memoria. Estuve en su primera comparecencia en el Bibio, pasé por el gatillazo del Teatro Jovellanos y concluí en el último realizado en el Palacio de Deportes. En todos he sentido la cercanía de un creador único, una mente maravillosa que llena de belleza todo texto que acaricia con su pluma y ahoga con su voz.
Después hay personas con las que conviví durante meses y forman parte de mi propio yo. Personas que me han dejado surcos grabados como seres humanos, siendo, al mismo tiempo, excelentes profesionales. Entre ellas, sobresale el nicaragüense Fermín Iglesias. Combatiente intelectual contra Somoza, amenazado de muerte por la dictadura y exiliado por la injusticia autoritaria somocista, fue uno de los grandes pensadores con los que compartí una parte importante de mi vida. Fermín, maestro, caricaturista, pintor, formó parte de las cabezas realizadoras de la Cruzada Nacional de Alfabetización y del programa “Sembrar el país de escuelas” que llevó a la creación de más de mil centros educativos en un país devastado por la guerra. Entre otros logros con futuro, inició en 1972, junto a varios poetas nicaragüenses, el Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua. Su concepto, su manera de entender la poesía y la manera de llevarlo a las calles de esa Granada en donde viví durante medio año formaron la semilla del POEX gijonés, por qué no decirlo, una de las acciones de las que me siento más orgulloso de mi época como integrante de la corporación municipal.
Hay más, más nombres que podría colocar en este texto que sale a borbotones, a latidos de corazón. Podría enumerar las personas que huyeron de dictaduras argentinas para formar otra vida en nuestra ciudad, o las que rompieron ascensores sociales desde las varas de hierba hasta las empresas, o aquellas mujeres referentes en la lucha obrera o que abrieron, en épocas donde la igualdad era una quimera, las puertas de los despachos de responsabilidad a golpes de trabajo y capacidad. No voy a hacerlo, pues ya quedan estas líneas muy lejos el título de este retazo de opinión: Maricuela.
Maricuela es una de las mujeres que admiro. Ella refleja a todas aquellas personas a las que se les robó su país, el país construido durante años, el país que estaba en una democracia, el país de una república arrebatada por un Golpe de Estado para convertirlo en una dictadura. Ángeles es una representante en vida de todas esas personas que lucharon por lo que tenemos hoy. Por eso debo, tengo, estoy en la obligación de admirarla a la vez que mostrarle mi agradecimiento por todo lo que hicieron, por todo lo que combatieron en pro de la libertad, por todo lo logrado para el todos. Sin esa lucha, sin esa valentía, sin ese paso al frente por y para los demás, el hoy que vivimos sería distinto. No voy a escribir sobre su lucha, sus vivencias, su historia, ya hay miles de escritos que lo narran, voy a mostrar lo que admiro de ella: su persona, su forma de entender la vida, su manera de luchar con ciento cinco años por su ideología.
Maricuela es Hija Predilecta de Asturias, título honorífico concedido este año y que tuve la suerte de compartir con ella en las gradas del Auditorio Príncipe Felipe, pero, además de ello, es desde su adolescencia y hasta sus más de cien años, defensora de la libertad, y socialista, pues es inseparable el nombre de Ángeles con esa manera de ver el mundo, con esa ideología, con su militancia.
Tengo claro que todo el espectro político (a excepción de la ultraderecha) ven en la gijonesa, nacida en Blimea, un ejemplo de compromiso democrático y una férrea combatiente por la libertad. Ven en ella una luchadora por los derechos humanos y la igualdad. Pocas personas podrán decir nada contra una mujer que, ejerciendo como socialista allá donde va, sigue abogando por la tolerancia, por los acuerdos, por el consenso, por el diálogo, por la democracia, marcando y recordando con la fuerza de sus palabras límites que no se pueden volver a vivir: la intolerancia, el autoritarismo, la desigualdad social… es decir, límites que se unen en una sola línea roja por la que ya luchó y que no debería tener jamás presencia en el mundo: el fascismo
Quiero terminar haciendo un llamamiento a quien tiene las competencias de Igualdad y Memoria democrática en el ayuntamiento de Xixón, la alcaldesa, Carmen Moriyón. A ella me dirijo para pedirle una calle o un espacio con el nombre de “Ángeles Flórez, Maricuela” Lo hago con la pregunta de para qué esperar a que los años nos dejen sin una mujer que sufrió un Consejo de Guerra, fue condenada a 15 años de prisión, estuvo en Saturrarán, fue exiliada, y es ejemplo claro de la lucha por la democracia. ¿Para qué esperar y no hacer un homenaje en vida a una persona que luchó por la libertad que ahora vivimos? ¿Para qué esperar? Realizarlo, es de justicia.