El cortometraje de la directora asturiana-iraní se estrena el miércoles 20 en el Teatro de La Laboral: ¿Cómo el aspecto de una palmera en Avilés puede hacerte reflexionar sobre el drama al que se enfrenta una persona inmigrante, el horror de la guerra, la resiliencia o el poder de las relaciones femeninas?
Una chica iraní lleva un tiempo grabando la palmera que tiene enfrente de su casa en Avilés. Por las historias que su madre le había contado sobre las palmeras, las encuentra parecidas a los seres humanos y se preocupa por ella, ya que siente que esa palmera está sufriendo por algo. Avanza su observación y con ella su propia recorrido por el autorreconocimiento y el desarrollo de una identidad ligada a su madre, a su figura como persona migrante y a la chocante dualidad entre Oriente y Occidente en la que ha decidido vivir. La ‘asturianí’ -así habla ella sobre sí misma- Maryam Harandi nos trae hasta el FICX La Palmera, su estreno en el mundo audiovisual en 25 minutos de cortometraje que compiten en la sección oficial Asturies Curtiumetraxes y que se podrán disfrutan en la gran pantalla el miércoles 20 de noviembre a las 20.00 horas en el Teatro de La Laboral.
¿Cuándo surgió la idea para el corto?
Yo siempre digo que no estaba grabando un corto. O sea, yo lo que estaba grabando era una palmera que se ve desde el salón de mi casa y que me parecía bonita, entonces la empecé a grabar para tenerlo yo. Después teniendo conversaciones con mis compañeros de piso sobre la palmera, su aspecto, cómo la veían ellos… Fui juntando esos archivos y cuando un día me puse frente del ordenador y vi miles de vídeos que había grabado de la palmera, empezó a surgir la idea. Empecé a pensar en el montaje, qué secuencia podría ir primero… Pero la idea nunca fue rodar un corto, había cosas, frases, detalles que surgían, me hicieron darme cuenta de que podía ser interesante juntarlo y que saliese algo de ahí. Empecé con las primeras grabaciones en mayo de este año.
Antes de La Palmera, ¿qué contacto había tenido antes con el mundo del cine?
Bueno, me formé en Cine a través de la Universidad de Córdoba durante el año pasado. Llegué a Asturias porque empecé a trabajar como mediadora intercultural acompañando a personas personas refugiadas y en un centro de menores no acompañados de Avilés. Esto cambió mucho mi mentalidad, yo antes no pensaba tanto en la inmigración como una dinámica general, solo pensaba en las historias que yo había sufrido siendo inmigrante, pero no desde un contexto social. Desde mi llegada he visto Asturias como un lugar que me ha enseñado mucho sobre inmigración y por eso también se ha convertido en el lugar al que más conectada me he sentido con el mundo, porque desde aquí conocí mucha gente de diferentes lugares, y pude tener conversaciones con mi madre por teléfono que hasta ahora no había tenido e incluso llegué a conocer más a mi madre. Por eso yo siempre digo que Asturias es mi casa, porque es donde más me he encontrado a mí misma, el lugar que más me ha enseñado y donde terminó surgiendo La Palmera. Ahora es como casa. Una chica me dijo antes que asturiana-iraní puede ser “asturianí” y pensé: “¡Qué guay, pues sí!”.
«Las mujeres iraníes tenemos ganas de hablar de lo que vivimos en Irán pero desde la feminidad (…) No solo hablamos de capacidad de destrucción de los países, sino del anhelo de vida que queda después»
¿Y por qué cree que fue Asturias el sitio? ¿Qué cambió cree que le provocó el contacto con todas esas personas?
Antes de Asturias yo había estado en muchas otras ciudades de España, pero como eran mis primeros años de inmigración, yo estaba muy estresada. Siempre con el tema de trabajo y también como nos ocurre muchas veces a las personas inmigrantes: partimos de un desconocimiento brutal y ese desconocimiento al final se convierte en un agobio. Tanto que ya pierdes las ganas de vivir básicamente. Te conviertes en un sujeto pasivo que solo sigue adelante, pero no sabe cuál es su cometido ni para qué estás viviendo. Llegué a Asturias de casualidad, no lo conocía antes de venir y cuando me establecí entonces Asturias me dio la paz. Llegué al momento en el que yo podía sentarme y pensar en poder sentarme a hablar más con mi madre y tener llamadas más largas con ella y eso es un ejemplo muy importante de lo que explico. Desde mis años en España yo siempre intentaba no hablar mucho porque no quería hacerla sufrir por todo esto y escondía mis historias de inmigración, pero cuando vine aquí la llamaba mucho más porque ya estaba tranquila y podíamos hablar de otras cosas que no fuesen mis trabajos o mi situación, sino sobre la vida, y yo poder preguntarle sobre cómo era su vida cuando era joven, conocerla a ella. Siento que eso se plasma mucho en La Palmera, se nos ve teniendo conversaciones profundas y no sobre “¿Cómo va tu vida por allí?”.
¿Y qué aprendió de las conversaciones con su madre?
La cosa es que yo cuando estaba en Irán, no veía a mi madre como una inmigrante, no relacionaba su figura con esa experiencia. Yo le hacía preguntas sobre su tierra natal, sobre cómo era el lugar en el que había crecido, pero no miraba la dimensión de la inmigración en todo ello. Para mí hasta entonces, emigrar era: «Pues bueno, salgo de Irán y entro en un mundo que se llama Europa, que es muy guay…» Pero no conocía esa otra parte en la que cuando llegas sientes el vacío, no sabes qué hacer, te pierdes… Todo eso no lo conocía hasta que lo viví personalmente. Entonces, solo cuando me convertí en inmigrante pude sentir lo que había sentido mi madre en su tiempo y me conecté mucho más con ella.
«Al principio veía a mi madre en la palmera y cuando terminé me veía a mí»
¿Su madre también se marchó de Irán?
No, mi madre es migrante dentro de Irán. Ella es de una parte del país cercana a la frontera con Irak, que es muy diferente al lugar en el que reside ahora y que quedó destruida durante la guerra entre Irán e Irak. Cuando empezó la guerra, a ella básicamente la metieron en un camión y la liberaron a miles de kilómetros de su ciudad, sola en un sitio que no lo conocía. Tuvo que empezar a trabajar de lo que encontrara e intentar convivir con una cultura muy diferente a la suya, tanto que a día de hoy le sigue costando mucho. Yo veo que, por ejemplo, le resulta muy difícil tener amigas en esa ciudad porque son muy diferentes y no se entienden de todo porque no todo el mundo en Irán vivió la guerra. Ella no conoce la guerra a través de las noticias, sino a través de las historias que vivió su propia familia y su propia casa. La guerra ha sido su historia personal y que quedó destruido. Algo por lo que yo tampoco le pude preguntar hasta que no llegué aquí, y desde entonces sí que hablamos sobre por qué no había vuelto nunca a su ciudad, después de 40 años viviendo en un lugar en el que no se siente cómoda. Y ahí fue cuando me dijo que no, porque cuando volvió, lo primero que vio fueron los troncos de las palmeras sin cabeza. Le dolió muchísimo porque asocia toda su infancia a estar viendo las palmeras, corriendo, subiendo a través de ellas y de repente se encontró con que estaban todas muertas. Ver esta imagen era tan dolorosa para ella que decidió no volver nunca. Yo me quedé mucho con esa frase, porque para durante mucho tiempo me resultó muy chocante que lo que más tocase a mi madre no fuesen las casas destruidas sino las palmeras. La palmera es el único árbol que cuando pierde su cabeza se muere, se dice que su corazón está en su cabeza. Y a día de hoy, si vuelves por allí, ves cómo siguen los troncos intactos sin cabeza, como si fuesen una fila de cadáveres básicamente. Para ella significa recordar todo el rato lo que le quitó la guerra. Por eso cuando vi la palmera en Avilés me acordé de ella. Todos los días puedo ver una palmera y recordar a mi madre, por eso empecé a grabarla y a observarla durante horas y horas hasta pensar que cada día empezaba a verse un poco diferente, como si estuviera triste. Eso es algo que sale en el corto cuando yo le pregunto a mi madre que a qué se refiere cuando dice que las palmeras están tristes y ya me hizo entender. Al final terminé poniendo en conexión esos dos mundos de lo que soy yo, que es Irán-Asturias. Y a través de la palmera podía compararlos.
¿Y entonces qué interpretación terminó haciendo de ambos mundos?
Pues me sirvió mucho para observar cómo son la dos sociedad en las que viví a través de ella, tanto Oriente como en Occidente. Cuando les preguntaba a mis compañeros de piso cómo la veían, hablaban totalmente opuesto a aquello de lo que hablaba mi madre, pero tanto unos como otros eran mu buen reflejo social de lo que se ha vivido y de lo que aún se está viviendo, como son las guerras por ejemplo. Grabar lo que después ha sido La Palmera ha sido como cerrar un círculo, una historia muy personal que me salió muy natural. Al principio veía a mi madre en la palmera y cuando terminé me veía a mí.
El corto sobre su historia personal unida a la de su madre guarda algunas similitudes a Shayda, la película de otra directora iraní que también narra la historia de su vida junto a su madre y la relación con su tierra natal tras convertirse en inmigrantes en Australia. También una autora y cineasta iraní, Marjane Satrapi, fue Premio Princesa de Asturias de la Comunicación y Humanidades este 2024. Parece que las voces femeninas iraníes tienen ganas de compartir cosas con el mundo.
A ver, yo creo que la sociedad iraní ha cambiado muchísimo, o sea, estamos en un momento muy revolucionario en Irán en el que las mujeres salen muchísimo a hablar. Yo misma por ejemplo, hace dos años no hablaba con nadie sobre la situación de Irán, pero ahora claro, cuando ves a tanta gente a la que precisamente le ocurre eso, que tiene ganas de contar, te animas y una cosa trae a la otra, ¿no? Y una vez que rompes el cascarón y das la cara, cada vez quieres contar más y más. Yo creo que tenemos mucho que contar sobre la situación que vivimos en Irán, la opresión o la guerra, pero también hacerlo desde una feminidad que nunca se había dado. La voz femenina es poética, creo que todas nuestras historias se unen porque en ellas buscamos siempre las partes que son luz, como la relación entre una madre y una hija, que no es solo de una progenitora y una niña, sino que tiene algo de sutil y diferente, esa aceptación incondicional que existe entre una madre y una hija… Entonces yo creo que contamos la opresión, pero buscando la luz y dar esa salida de que hay esperanza, después de todo hay ganas de vivir. No vamos a solo hablar de capacidad de destrucción de los países, sino del anhelo de vida que queda después y a partir de la figura femenina.