«Convertir el uso del coche en arma política arrojadiza contra la oposición y contra la propia ciudadanía es una imprudencia y una falacia porque se basa en una falsa dicotomía, según la cual el uso del coche es incompatible con el otro medio de transporte»
Vaya por delante que no tengo carnet de conducir, que jamás he puesto el pie en una autoescuela y que la primera y única vez que me puse detrás de un volante (los coches de choque no cuentan) intenté arrancar el coche de mi padre y se lo calé. Bastó una sola mirada de mi querido progenitor para darme cuenta de que en ese instante se habían terminado todas las clases de conducción para siempre. Interés interés por conducir tampoco es que tuviera, la verdad, y eso que me encanta viajar en coche. De hecho, entre mis mejores recuerdos están los viajes que solemos hacer en coche recorriendo Francia de punta a punta, parando en pueblos buscando la tumba de Van Gogh o el lugar exacto donde se refugió la Easy Company o yendo a visitar la casa de la tía de Proust. Perderse por carreteras secundarias, desviarse durante horas porque quieres contemplar el mar desde una duna gigante o comer crepes en una fiesta de prao en mitad de Normandía… Si te gusta viajar en coche, no te importa llegar tarde a tu destino y no te mareas, poder hacer esto es un placer pero también un lujo por el elevado precio de la gasolina y los peajes. Lo cierto es que pertenezco a una generación que ha dependido del coche para todo y que, además, ha identificado tener coche propio con la prosperidad. Ninguno de mis abuelos tuvo jamás un coche, sí tuvieron motocarros y motocicletas que sustituyeron a las bicis en los años sesenta. Y cuando se tenían que desplazar fuera de Xixón usaban el tren. Si viajaron poco no fue porque no tuvieran coche, fue porque no tenían dinero para poder hacerlo. De hecho cuando llegaron a la edad de la jubilación y a cierta prosperidad gracias a la democracia y los pequeños triunfos sindicales, se movieron en tren y autobús por toda la geografía asturiana y española sin ningún problema.
Todos somos hijos de nuestra generación y nos cuesta desprendernos de aquello que hemos dado por natural y por tanto inamovible e incuestionable. Y la forma en la que nos movemos por la ciudad también es hija de esta educación no solo sentimental que arrastramos. Vivimos además en una ciudad, Xixón, que, pese a la imagen que podamos tener de nosotros mismos, no es una ciudad joven, es una ciudad de gente madura, la edad media de la población ronda los 49 años y pertenece por tanto a una generación en la que el cambio climático era un eco lejano y no una realidad inapelable. No teníamos tampoco la conciencia social sobre la necesidad de dejar de depender de los combustibles fósiles ni de los riesgos para la salud que acarrean la contaminación y los ruidos. Las ciudades estaban pensadas para y desde la perspectiva de los coches, los cambios urbanísticos emprendidos desde los años setenta hicieron que la mayoría de nuestras ciudades dejaran de ser lugares que ponían las cosas fáciles para moverse andando porque la prosperidad, la libertad y la modernidad se convirtieron en sinónimos de facilitar el tránsito de las máquinas, no de la gente. Era otro mundo.
Las generaciones más jóvenes sin embargo han nacido en otra realidad y han sabido adaptar sus hábitos, gustos y costumbres a esta, solo hay que mirar las estadísticas para ver que cada vez menos jóvenes se sacan el carnet de conducir, y aunque las causas de esto no pueden reducirse a una sola circunstancia, no podemos negar que la conciencia ecológica tiene un gran peso en esta decisión. La tendencia además se extiende por toda Europa, convirtiendo a las ciudades en espacios libres de humos y devolviendo a la ciudadanía el uso de la ciudad como un lugar de salud y disfrute. Las peatonalizaciones, las zonas de bajas emisiones, no están pensadas para expulsar a los conductores sino para hacer las ciudades más accesibles y seguras. Es cierto que la materialización de estas políticas ha podido fracasar en algunos lugares cuando se han hecho desde arriba sin atender las necesidades de la gente y sin emplear una buena pedagogía, lo que convierte muchas de las decisiones en terreno abonado para las guerras culturales de la reacción. Sin embargo tanto en Asturies como en Xixón, en los últimos años se han ido generando una serie de iniciativas que han convertido el reto de la movilidad sostenible en una realidad mucho más sencilla de materializar: la tarjeta Conecta permite el uso de todo tipo de transporte público con un coste máximo de 30 euros al mes y sin limitaciones de viajes, los bonos gratuitos de Cercanías, que próximamente se van a integrar en la tarjeta azul del Consorcio de Transportes, un excelente servicio de autobuses municipales y las bicicletas eléctricas municipales son iniciativas sostenibles y baratas que nos están ayudando a superar nuestra dependencia del coche, especialmente en las zonas urbanas.
Por eso cuando la alcaldesa afirma que parte de la ciudadanía de Xixón le ha declarado la guerra al coche no solo está faltando a la verdad, sino que está convirtiendo un problema de salud, movilidad sostenible y convivencia en munición de una guerra cultural condenada al fracaso que solo sirve para enfrentar a la ciudadanía y que nos está colocando en la cola del resto de ciudades europeas. Las zonas de bajas emisiones no están pensadas para fastidiarle la vida a los conductores sino para garantizar el derecho a la salud de toda la ciudadanía en un mundo en el que es insostenible ya moverse como lo hacíamos hace dos décadas. Convertir el uso del coche en arma política arrojadiza contra la oposición y contra la propia ciudadanía es una imprudencia que, aunque pueda generar inmediatos beneficios electorales a corto plazo, es un fraude, pues tanto la alcaldesa como el resto de su corporación saben que están obligados a cumplir la ley. También es una falacia porque se basa en una falsa dicotomía según la cual el uso del coche es incompatible con el uso de otro medio de transporte, como si los propietarios de los coches no fueran a su vez usuarios y beneficiarios del transporte público, los carriles bici o las aceras. Las ciudades no son entes eternos, son constructos en constante cambio y evolución que han de adaptarse a las necesidades de la ciudadanía y también a la realidad social e histórica. La obsesión de privilegiar el coche frente a otras formas de movilidad sostenible está generando serios problemas en Xixón, a los atascos y la contaminación ahora hay que sumar los constantes atropellos de peatones que, como la gota malaya, cada semana se suceden en esta ciudad. Intentar utilizar el uso desmedido que hacemos del coche como arma política nos priva de la posibilidad de repensar esta ciudad y convertirla en un espacio de salud y convivencia, una realidad a la que solo podemos llegar escuchándonos y pensando en común y en el beneficio común. Por nuestra parte los y las ciudadanas tenemos también la obligación de educarnos y entender que el mundo ya no es el mismo que era cuando teníamos veinte años y que no pasa nada por cambiar algunos hábitos si con ello vamos a construir entre todos una ciudad más agradable, segura y saludable. Además, si me permitís el consejo, el uso de la bici tiene efectos maravillosos: te deja un culo fantástico.
Puedes dejar de decir tonterias??
El carril bici que ya esta casi terminado en Sanz Crespo, el carril bici de Fomento actualmente en obras, el carril bici de la zona del Colegio el Piles y el Grupo Covadonga,la vuelta a la normalidad en el carril bici del Muro…
Todo eso en menos de un año de Gobierno de Carmen Moriyon.
Que hizo el anterior gobierno de «progreso» en 4 años?? El cascayu y el carril bici del Angliru en el Coto… ah bueno y pintar rayas en todo Gijon.
Dejad de engañar y meter miedo a la gente por favor que quedais en ridículo
Muy triste decir que esta habiendo atropellos por culpa de Moriyon, solo os falto decir que estan muriendo niños en Gaza por culpa del trafico en Gijon…