Pablo Suárez, su fundador y director, exhibe en su segundo año en la FIDMA no sólo sus paneles solares y productos asociados, sino todo un nuevo modelo basado en el aprovechamiento de hasta el último kilovatio
Con la preocupación por el impacto de la contaminación cada vez más presente, y los jugadores en la partida por las energías renovables doblando sus apuestas día tras día, es difícil imaginar un mañana en el que la energía fotovoltaica no desempeñe un papel fundamental para la supervivencia de la civilización. Y es en ese sector en el que Masnorte Renovables lleva casi una década afianzada. Fundada y dirigida por Pablo Suárez, Dario García y Antonio Álvarez, esta compañía netamente asturiana, que comenzó su andadura ofreciendo diversos servicios en materia de consultoría energética, análisis de eficiencia y relación con suministradoras de gas y electricidad, ha convertido la colocación de instalaciones solares en su caballo de batalla. El mismo con el que este año, por segunda vez en su historia, ha acudido a la Feria Internacional de Muestras de Asturias (FIDMA), ocupando un ‘stand’ exterior propio tras una experiencia inicial en el Pabellón de las Naciones. Para Suárez y su equipo de veinte profesionales, el balance de la afluencia obtenida en estas dos intensas semanas ha sido positivo y, sobremanera, han servido para resolver las muchas dudas que aún albergan los potenciales consumidores.
«Todavía vemos mucho desconocimiento; hoy hay mucha información, que lleva a que también exista mucha confusión», reflexiona el codirector de la empresa. De hecho, los visitantes acuden a Masnorte buscando, por encima de todo, «claridad e información veraz sobre el funcionamiento de los sistemas de energía solar, sobre sus posibilidades… Así que nos acercamos al cliente desde un punto de vista muy didáctico». A ello ayudan los distintos equipos que han podido desplegar en su ‘stand’, desde centrales de gestión energética para hogares hasta cargadores domésticos para coches eléctricos, incluida una planta fotovoltaica completa que, en la práctica, provee de energía a todos los equipos que han traído a la FIDMA. Porque, en último término, «nosotros defendemos que cada cliente tiene que aprovechar al máximo toda la energía que es capaz de generar», aclara Suárez. «Cada vez que un kilovatio sale de una casa o de un negocio, pierde valor, porque será mucho más caro si se recompra. Lo óptimo es utilizar cada kilovatio generado; eso implica almacenamiento, un discurso que las grandes compañías no promueven, pero que nosotros hacemos posible».
Así las cosas, el haber podido abandonar el Pabellón de las Naciones, donde el año pasado «compartíamos espacio con toda la competencia, con otras empresas del sector», ya se perfila como un cambio positivo determinante. «Sin duda, habrá una tercera visita. Es un escenario favorable, en el que, más allá del balance de estos días, que es de muchísimo trabajo y pocas horas de descanso, los verdaderos resultados se podrán evaluar a medio o largo plazo, en función de los clientes que recurran a nosotros». Ese regreso, vaticina Suárez, seguirá la misma línea planteada en esta 66ª edición de la FIDMA: demostrar empíricamente que «no hacen falta grandes despliegues para alcanzar un nivel de independencia energética del 70% o del 80% al año. Al final, se trata de que la gente vuelva a casa con una idea más clara de las posibilidades de su tejado».