«Me mataron en abril en una noche aciaga (…) Vivo en tu recuerdo, incrustado con la humedad en las piedras mudas de Cimavilla»


Me llamo Alberto Alonso Blanco pero en el barrio alto soy Rambal. De día y de noche, en el lavadero con la colada y con eses muyeres que ríen cada vez que cuento cualquier historia. Soy Rambal a la hora de cantar por Marifé, cruzada ya la madrugada, lo fui en los años 50, 60, 70 y lo sigo siendo en 2022. Me pusieron el mote por un célebre actor valenciano de los años 40 y me quedó para los restos. Soy sincero, tímido y sentimental y me cago en los que robaron por «lo legal», en las buenas costumbres y en un par de hipócritas con bigotito franquista. Esos mismos que me llaman maricón por la mañana con desprecio y quieren encamarse conmigo cuando cae la noche.
A los diecisiete años un acomodador me coló en el Teatro Jovellanos y pude descubrir El conde de Montecristo, interpretado por Enrique Rambal que a mí me parecía un gigante sobre las tablas. Nunca pude olvidar aquel 13 de junio de 1945. Lo mío también podía ser el colorín, el espectáculo, aunque fuese más pobre que las ratas del barrio pesquero. Yo tenía y tengo arte hasta para caminar de espaldas. Siempre ansié ser libre y en la oscuridad de la zamba o el ultimo brindis llegué a serlo. Quise al barrio pero en las lunas más solitarias confieso que lloré a escondidas mil reproches, mil insultos. A veces soñaba que era gaviota escapando de un gris Gijón, llegaba muy lejos, a Barbados o a la Honduras Británica buscando aventura y sol en invierno. «Bien pagá, me llaman la bien pagá porque tus besos compré».

Me mataron en abril en una noche aciaga. Fui convidado a unos cuantos coñacs y a tabaco americano. El que me mató coleccionaba contactos entre los que manejaban el cotarro. Qué pena no haber nacido cincuenta años más tarde, qué pena más grande… Ahora vivo en las risas de mis vecinas, el viento del mediodía que silba al muelle con chulería, en los arcoíris primaverales. En las letras de Pablo Antón Marín Estrada, Vicente García Oliva, Pachi Poncela y Pilar Sánchez Vicente. Con las lecturas de Diego Medrano, Silvia Cosío, David Noriega, Arantza Margolles y Miguel Barrero. Pegado a las imágenes de José Fernández Riveiro y Eva Lesmes. Volando por la imaginación de Fernando Labrador. Vivo susurrando a Anina Hood, en la sonrisa de Rodrigo Cuevas y en la voz de Pablo Und Destruktion. Vivo en tu recuerdo, incrustado con la humedad en las piedras mudas de Cimavilla.
Un día prometieron hacerme un homenaje, regalar a mi memoria una placa, ponerle mi nombre a lo que sea que vayan a inventar con Tabacalera… Lo malo es que la justicia suele pasearse por anchas avenidas con grandes casas de hermosos jardines. La justicia solo se acerca a la «gente bien». Ya hace más de cuatro décadas que lo sé, clavado lo llevo en el corazón desde el 19 de abril de 1976.