El Servicio de Desactivación de Explosivos de la Guardia Civil celebra sus primeros cincuenta años de existencia con una exposición temática que abrirá sus puertas en Oviedo el próximo martes
Una cuenta atrás hacia el fatal desenlace… Una mano temblorosa que sostiene un alicate… Unos segundos de puro terror, suficientes para decidir cuál de los dos cables cortar… Y, entonces, la bomba queda desactivada… O no, según el argumento de la película. Y es que la industria cinematográfica ha contribuido a difundir cierta imagen de la labor de los artificieros sumamente romántica y espectacular aunque, casi siempre, radicalmente alejada de la realidad. Por eso, para acercar a la ciudadanía la realidad de su peligros y extremadamente metódica labor, el Servicio de Desactivación de Explosivos de la Guardia Civil inaugurará a las 17 horas del próximo martes, en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, una exposición temática de acceso gratuito, que se podrá visitas hasta el día 21. Pero la elección de este momento para ello dista mucho de haber sido cosa del capricho; no en vano, la especialidad cumple este año su primer siglo de actividad.
Habrá que retrotraerse a marzo de 1973, en vísperas de los ‘años del plomo’, y con España sacudida física y moralmente por la campaña de atentados perpetrador por la banda terrorista ETA, para hallar los orígenes de este selecto grupo de profesionales, que muy pocas veces dejan algo al azar de elegir entre cables de uno u otro color. Hasta ese momento, la competencia de la desactivación de bombas correspondía al Ejército de Tierra, pero la evolución de la situación sociopolítica impuso dotar a las fuerzas policiales de sus propio técnicos en la materia. Y así fue como, hasta 1975, se titularon los 374 primeros desactivadores de la Benemérita, auténticos pioneros en la materia.
Habría que esperar media década más, hasta 1980, para que se crease la primera escuela técnica de artificieros, que reemplazó a las maestranzas y parques de artillería militares utilizados hasta la fecha. La sierra de Guadarrama se convirtió en el centro de instrucción predilecto del cuerpo, y desde entonces los agentes han ido evolucionando en su servicio, adaptándose a las necesidades y ampliando su campo de trabajo. Sirva de ejemplo que en 1999, a tenor de las nuevas amenazas globales surgidas tras el final de la Guerra Fría, al Servicio de Desactivación de Explosivos se unió la Defensa Nuclear, Radiológica, Biológica y Química (NRBQ). Una larga historia que ha permitido, a día de hoy, disponer de 41 grupos de desactivación de explosivos, y de otros 22 de búsqueda y localización, distribuidos por toda la geografía nacional. En Asturias, esta especialidad tiene su base en el acuartelamiento de Gijón, y está formado por cinco componentes, todos ellos en posesión del título de Técnico Especialista en Desactivación de Explosivos (TEDAX).
Más de 258.000 artefactos neutralizados
El trabajo del Servicio de Desactivación de Explosivos abarca desde la neutralización a diario de proyectiles que aparecen en distintos puntos de
España, procedentes en su mayoría de la Guerra Civil, hasta la detención de comandos terroristas con material explosivo, o la intervención en grandes catástrofes humanitarias. Desde sus inicios, estos agentes han eliminado más de 255.000 municiones de todo tipo, y han desactivado más de 3.220 artefactos explosivos, como bombas-lapa o coches-bomba. Su presencia se ha vuelto imprescindible en casi todos los acontecimientos de importancia de la historia reciente de España, como la Expo 92 de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona del mismo año, o la coronación de Felipe VI.
Pero no todo se limita a esa labor; además de la lucha contra la actividad terrorista o las nuevas amenazas nucleares, biológicas o químicas, estos uniformados también realizan servicios de carácter humanitario. Baste decir que en 2019 intentaron salvar la vida de Julen Roselló, el niño de dos años que quedó atrapado en una sima de Totalán, en Málaga. Y durante la pandemia del coronavirus mostraron a la población civil cuestiones prácticas de seguridad ante el virus, como las formas correctas de desinfectar el material compartido, o cómo evitar la transmisión.
Una amplia responsabilidad, casi siempre discreta y a menudo distorsionada por la ficción, que desde la próxima semana resultará accesible a quien desee explorarla.