Somos expertos y expertas en crear una postverdad donde se forjan o invisibilizan otras verdades, realizando negaciones u olvidos del ahora
Hace apenas unos días, pude disfrutar de la exposición “Nuestros vecinos invisibles”, miradas que estarán en el palacio Revillagigedo hasta el próximo 27 de noviembre. Paseando por ella, junto a las fotografías sobre la acción social realizada por asociaciones y fundaciones, nos acercarnos a aquello que intentamos alejar por el miedo de ver nuestro interior o percibir un ahora oculto y doloroso. Una realidad, sin embargo, visible en miles de personas que diariamente conviven con ella. Los pasillos callados nos colocan frente a ese grito de la considerada otra parte del mundo, tan nuestra como cualquier otra, a la que sumergimos en el océano de una realidad aséptica y normalizada, torciendo incluso la mirada al pasar a su lado, convirtiéndonos en ciegos impostados del ahora.
Nuestro pensamiento, protegido por esa parte desiderativa que todo ser humano tiene, se parapeta en la ilusión o la parca visualización de un fragmento de la totalidad, aquella más bella, evadiéndonos de lo que nos disgusta, olvidando preguntas como; qué es la belleza más que un canon que se cambia y modifica en función de intereses poderosos. Todos y todas, de una u otra manera, establecemos mecanismos inconscientes, escapando de la realidad dolorosa que golpea nuestras entrañas, sin darnos cuenta de que forma parte de un cuerpo social conjunto. Por eso, muchas veces, embutidos en nuestro propio mundo, con una interpretación sesgada, reflejando la representación de nuestras vivencias y pensamientos, nos introducimos en una burbuja rocosa, cuya porosidad solo puede venir dada por el conocimiento, la lectura, la humildad, la empatía, la escucha activa, la experiencia… elementos necesarios para poder mirar de frente al mundo, y formar parte de un todo, no de espacios particulares y limitados.
Somos expertos y expertas en crear una postverdad donde se forjan o invisibilizan otras verdades, realizando negaciones u olvidos del ahora, formando, en muchas ocasiones, seres asépticos, acríticos, acomodados, viviendo en una isla propia, con nuestro grupo, nuestras costumbres, nuestros niveles de pureza o impureza, consumiendo nuestras propias verdades, quedando cada vez más alejados de aquello que no vemos, rechazamos o interesadamente lo apartamos. Nos rodeamos de gentes a quienes nos parecemos, nos movemos en entornos de confort, reproducciones a la carta de similares grupos sociales, condicionando nuestra posición en el ahora, que solo puede ser modificada implicándonos en acciones u otras formas de interacción social, algo que, en un mundo cada vez mås egoísta, se produce a bocanadas, cuya velocidad se ralentiza a medida que nuestra burbuja se empequeñece.
Las redes sociales edulcoran aún más nuestro entorno, haciendo de los like una forma de vida, una mercadería maltrecha, en donde la pertenencia se construye a base de me gustas. Con esa verdad encorsetada, con ese poder del algoritmo, la vida nos lleva, nos guía a la homogeneización donde la belleza de cada uno; espiritual, económica, física, moral, evade otro tipo de realidades cada vez más desconocidas, cada vez más rechazadas, pensando, erróneamente, en que la distancia es el espacio protector frente a lo inesperado. En este mundo acostumbrado al horror lejano, no queremos ver la posible existencia de aquello que, de manera silenciosa y cotidiana, está durmiendo, calladamente, al lado de nuestra cama.
La exposición, perfectamente comisariada por Natalia Arduengo, hace visible el mundo que existe, la realidad alejada de nuestra burbuja, la desigualdad construida en base a nuestras acciones personales dentro de una ficticia globalidad repleta de falta de equidad. Las imágenes que nos esperan en el Revillagigedo nos hablan de un ahora, de un concepto, de un todo, de una globalidad como seres humanos. Una globalidad que tenemos la obligación de cohesionar en mayor medida, y para ello, es importante alejarnos de políticas que favorecen o potencian el distanciamiento de clases sociales, rechazando aquellos mensajes que polarizan el mundo y la opinión, generando un marco totalmente inadecuado para una vida en común, fomentando la intolerancia, la confrontación y la discriminación. Frente a esto, debemos reforzar de manera continuada el poder protector de la sociedad como elemento de fortaleza y crecimiento del conjunto, pues solo así se construirá una sociedad más igualitaria y justa
Es significativo percibir en las salas del palacio barroco la sorpresa, el silencio y el respeto, viendo aquello que esta sociedad perfecta oculta. Caminando por ellas, deberíamos darnos cuenta de cómo nos sentimos descubriendo que la invisibilidad no deja de ser una propiedad protectora construida por nosotros mismos, y reflexionar sobre las miradas que nos observan desde la pared blanquecina; esas miradas calladas gritando la realidad de un mundo en el que todos y todas hacemos falta y somos necesarias. Acompañado por ese pensamiento comunitario, es más fácil recorrer los pasillos, mirar las caras que, sin interrogarte, te preguntan, pues te sentirás, de una u otra manera, parte activa de la exposición, no mero perceptor de sentimientos y emociones que pueden evaporarse al cruzar la puerta de salida para volver a nuestro cómodo mundo de invisibles
Nos descubres con tus bellas palabras un mundo en el que estamos inmersos y que seguimos en él sin alejarnos y ni tan siquiera considerarlo , evitarlo y salír.
Pero nos lo descubres y eso nos hace pensar.
UN BELLÍSIMO ARTÍCULO PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL. GRACIAS