
La Autoridad Portuaria contrató a una consultora para que construyera un hecho alternativo a partir de datos falsos, algunos mal analizados y otros tantos tergiversados
La playa de San Lorenzo, como una diosa menor y popular, manchada de carbón, vuelve a ser noticia. Dice Isabel Suárez Ruiz, directora del INCAR-CSIC, que en el mejor de los casos, cada vez que un granelero descarga o cargar carbón desde El Musel, estaría vertiendo, al menos, 100 gramos de carbón al mar. Esos 100 gramos de carbón, a penas tres lonchas de jamón, habrían sido esparcidos día tras día desde hace treinta años, y equivaldrían a cerca de 27.000 toneladas sedimentadas en el lecho del mar.
Hay una guerra pues, entre la Autoridad portuaria y el concejal de Medio Ambiente, Aurelio Martín, una guerra de informes y de contrainformes absurda, perversa, interesada, que ayer se resolvió finalmente con la aparición de Isabel Suárez que como una Miss Marple de la petrología, el carbón y sus esencias, ha terminado descubriendo que el asesino, como siempre, es el mayordomo, o sea, la Autoridad. La estúpida duda de si el carbón de la playa procede del hundimiento del Castillo de Salas, en 1986, o es fruto de la actividad de El Musel, queda definitivamente resuelta. No hay un solo dato científico que pueda demostrar que el carbón que mancha los arenales de San Lorenzo tenga su origen en un barco hundido hace más de 30 años.
Lo verdaderamente fascinante de Isabel Suárez es su capacidad de aplicar el método lógico deductivo sobre una playa. Su geografía, sus corrientes, su arena, su carbón, para desarticular un relato que tenía más intención que borrar cualquier huella que apuntara a la actividad de El Musel como la causa principal de la contaminación. Efectivamente, La Autoridad contrató a una consultora para que construyera un hecho alternativo a partir de datos falsos, algunos mal analizados y otros tantos tergiversados. No se atreve a decir la Agatha Christie de nuestro caso que hubo mala fe en la Autoridad, pero de todo lo que dijo ayer en la rueda de prensa, nos hace concluir que retorcieron los análisis para poder alcanzar un resultado predeterminado.
«La soledad de esos inmensos cielos tras los que nadie escucha el rumor de la vida». Lo escribió Vicente Aleixandre, pero podría decirse lo mismo de los inmensos mares, bajo los que tampoco escucha nadie el rumor de la vida y todo es un oscuro secreto del que nos llega, al fin, tan solo el cuerpo varado de una ballena o el rastro inerte y arenoso del carbón sedimentado de tiempo y mareas.
A partir de ahora, habrá que determinar qué tipo de responsabilidad se le podrá reclamar a la Autoridad Portuaria, qué juicios y reyertas nos toca iniciar para desfacer el entuerto y qué medidas debe de tomar para evitar que vuelva a acabar en el mar el carbón. Si lo que ha habido hasta ahora es un crimen o una negligencia, seguro que Isabel Suárez también lo sabe y dudo que pueda aguantar mucho tiempo mordiéndose la lengua. Resulta prácticamente imposible cuando la razón está de tu parte.