Violaciones, agresiones sexuales, palizas. En la acera se borran las huellas, hay monstruos en la noche. La manada sigue rondando, sigilosa, encendida, agazapada
Todavía seguirán en el calabozo preguntándose qué salió mal, en que momento se jodió la noche. Todavía habrá una voz en su cabeza que les diga que nada de lo que ha sucedido es reprobable, ni mucho menos un delito. Terminaron las copas, él las invitó a su apartamento. Por el camino se sumó otro y cuando abrieron la puerta, había otros dos hombres más. Han pasado dos días y no comprenden nada o le restarán gravedad. Una noche más, pero esa noche acabó con una acusación de la fiscalía y cuatro delitos de agresión sexual.
Hay hombres que nunca comprenderán a las mujeres del mismo modo que uno podría pasarse toda la vida delante del edificio de la Bolsa, sin llegar jamás a imaginar lo que pasa allí dentro. Lo más probable es que nunca pase nada. Algo de esto sucede con la violencia machista. Algo de esto sucede en la cabeza de muchos hombres. Han banalizado el terror. Se han convertido en monstruos para el otro sexo, indolentes, inconscientes del mal, un mal estructurado, enraizado en siglos de historia que representa a las mujeres como objetos que se toman y se tiran, sin necesidad de consentimiento.
No existe la calle sin piedras mudas ni la casa sin ecos. Lo escribe Góngora. De alguna manera, así se expresa el horror todos los días al otro lado del tabique. Violaciones, agresiones sexuales, palizas. En la acera se borran las huellas, hay monstruos en la noche. La manada sigue rondando, sigilosa, encendida, agazapada. El monstruo sigue ahí. En la concentración de ayer, el comunicado firmado por las asociaciones feministas de la ciudad y todos los partidos políticos a excepción de VOX aún se preguntaba qué mueve a hombres jóvenes a pensar que los cuerpos de las mujeres son suyos para hacer y deshacer lo que les de la gana.
Hay hombres que nunca comprenderán a las mujeres. En Welcome to New York, Abel Ferrara retrataba a través de Gerard Depardieu la figura de DSK, Dominique Strauss-Kahn, entonces director del Fondo Monetario Internacional, un hombre embriagado de poder, tan atento a los movimientos financieros de la economía internacional como al champán, las putas y la farlopa. Acusado de agresión sexual por una camarera negra de un hotel, se preguntaba también durante el proceso qué había hecho mal. Ferrara abundaba en la idea de un monstruo que desconoce la maldad de sus acciones. Al final de la película, el sosías de Kahn volvía a ejercer la misma violencia sexual sobre una de sus asistentas. Había interiorizado tanto su poder que se sabía impune.
Las manadas, a otra escala, también se sienten impunes. Es cierto que ese sentimiento de poder sobre las mujeres está alimentado a través de las redes sociales y un discurson de la negación alimentado por organizaciones políticas como la de VOX que rechazan la existencia de la violencia machista. La banalización del mal no es nueva. Como toda banalización su mayor virulencia se produce cuando se torna cotidiana. Tiene razón Góngora, no existe la calle sin piedras mudas ni la casa sin ecos.