«Los contenedores culturales, los museos o como queramos definirlos, deben dejar de ser espacios reservorios del silencio sepulcral y pasar más bien a espacios de ocio cultural, de estancia y de convivencia»
Hablemos de museos; bueno, mejor dicho, de cómo organizar los que tenemos por Xixón.
Estas últimas semanas, coincidencias de la vida, me he paseado por el Museo Nicanor Piñole, por la exposición ‘Orto y Ocaso’ del Palacio de Revillagigedo, por la del amigo Román Torre ‘Paisajes Respirados’ en el Centro de Cultura Antiguo Instituto, por una exposición de un programa ambiental en la entrada de la biblioteca del Natahoyo, y por el Centro de Arte y Creación Industrial de La Laboral para ver ‘Motores del Clima y Parasimón’, si bien este último centro no entra en el ‘espacio’ que abordaremos mas adelante.
Por eso, cuando Agustín Palacio, señor director de este medio de comunicación, me comenta cómo veía abordar el asunto aprobado casi por unanimidad en el Pleno Municipal de Gijón, referente a la elaboración de un nuevo Plan de Museos para la ciudad, me pareció perfecto.
Me lo pareció no tanto por la experiencia vivida, sino por las posibilidades que se abren ante nosotros con este nuevo lienzo en blanco para abordar los contenedores de cultura que tenemos en nuestro municipio. Bueno, matizo – de ahí que lo de La Laboral no entrara aquí -, de aquellos sobre los que el Ayuntamiento de Gijón tiene competencias directas, que creo es conveniente enumerar, para tener claro de qué estamos hablando y por qué siempre viene bien conocer lo que nos ofrece nuestro maravilloso municipio y, a veces, se nos olvida:
El Museo de la Casa Natal de Jovellanos, el Parque Arqueológico-Natural de la Campa Torres, el Museo de las Termas Romanas de Campo Valdés, el Museo de la Villa Romana de Veranes, el Museo del Ferrocarril de Asturias, el Museo de la Ciudadela de Celestino Solar, el Muséu del Pueblu d’Asturies, el Museo Nicanor Piñole, y «como se acabe llamando», pero que, a todos los efectos, siempre será Tabacalera. Nueve recipientes que contienen mucho de nuestra cultura, mucho de nuestra historia y mucho de cómo éramos y de cómo es el sitio en el que vivimos.
No sé si mi visión de estas infraestructuras culturales coincidirá con las directrices que tomará el gobierno municipal, o esa Comisión que, parece, van a crear para ayudar en su redacción, pero me preocupa un poco el inicio del proceso, a tenor de algunas declaraciones. Algunas, las de la concejala titular del ramo, por hablar de una especie de «valoración» de la cultura, que no sé muy bien si se refiere a que lo que interesa es lo que únicamente existe en las grandes colecciones de mecenas, o a qué exactamente. Y las otras, las del grupo socialista gijonés, que parece un poco continuista con lo pensado para los noventa del siglo pasado. En fin, que habrá que ver hacia dónde tiran, pero yo aquí he venido a lanzar la posibilidad de ‘pisar el césped’.
Os preguntaréis si me acabo de volver tarumba de repente con lo del césped, pero no. De igual manera que los espacios verdes de las ciudades y los parques urbanos deben estar pensados para usarlos, para disfrutarlos, para pisarlos, para que la gente se sienta, salvando mucho las distancias, algo más próximo a la naturaleza; los contenedores culturales, los museos o como queramos definirlos, deben dejar de ser espacios reservorios del silencio sepulcral, y pasar, más bien, a espacios de ocio cultural, de estancia y de convivencia. Entiéndanme, no se trata de organizar salvajadas en sus instalaciones (justamente lo contrario; no por lo de las salvajadas que, por supuesto, también, sino por lo de organizarlo todo). Este nuevo plan museístico debería abordar estos espacios o, al menos, una gran parte de ellos, como espacios en los que toda la gente que actualmente los visita, y los que están por venir, los vea como un espacio donde estar, donde relajarse o donde formarse. Un espacio donde poder apreciar el valor de un retrato de Piñole, confrontando con una exposición de máquinas de arcade de los ochenta. Concebir el museo como un espacio en el que pasar tiempo, disfrutando del arte que nos rodea, sea algo más habitual, más cotidiano de lo que lo es actualmente en Gijón. Muchas veces franquear la puerta de un museo, aun siendo gratuitos como es el caso de nuestra ciudad, se nos hace más difícil que franquear un muro de hormigón. Y no parece que el modelo de organizar visitas y toda la retahíla asociada a este tipo de conformaciones clásicas, y, perdónenme, aburridas, de la concepción de la visita cultural habitual, sea algo a perpetuar; más bien a intentar pulir. Si bien hace ya mucho que la Cultura ha roto decenas de puertas y de techos, no parece que esté de más que continúe haciéndolo; en especial aquella que depende de instituciones públicas. Ésa debe intentar lograr que el espacio que decida ‘mostrar’ sea cada vez mayor, más amplio, más trasversal… Mejor dicho, más transversal aún, y – esto es necesario – más popular.
Esos contenedores de cultura deben despertarnos curiosidad, interés, pasión, conocimiento… Pero, sobre todo, la seguridad de que es un espacio que nos integra a todos. Tabacalera, un recinto vacío, a la espera, es posiblemente la punta de lanza que podría conformar este cambio de modelo que anime a dar un paso y cruzar la entrada a esos sitios que, en la actualidad, son demasiado quietos y demasiado estancos. Veremos si este Plan de Museos acaba siendo otro ‘plan de planes’ a la gijonesa y no tiene recorrido, ni traslación al día a día. O no, y resulta ser algo más trasgresor y contemporáneo, también a la gijonesa. Porque esto también lo hemos sido en otras épocas, y podemos seguir soñando que lo volveremos a ser.