«Disentir con alguien sobre lo que piensa o siente no supone ni discriminar ni ofender. No existe el derecho de tener razón»
Hace unos días, mientras cenaba en casa de unos amigos, su hijo de trece años me contaba que le habían dado una charla en el Instituto sobre transexualidad en la que afirmaron que el sexo no es binario, que existe un intersexualidad, que nadie nace hombre o mujer y que solo uno puede sentir y determinar su verdadera esencia e identidad. Ideas todas que, por cierto, se encuentran a la base de la «ley trans», promovida por la ministra Irene Montero, que pretende permitir la autodeterminación de género. El hijo de mis amigos, muy confuso, me preguntó por la verdad de estas ideas. Mi respuesta fue que las buscase en su libro de biología. En el ser humano la reproducción sexual funciona introduciendo un pequeño gameto masculino en el cuerpo de la mujer que viaja hasta fecundar un gran gameto femenino inmóvil. El sexo del embrión dependerá de que el espermatozoide contenga o no el cromosoma Y. No existe una sola cultura que no distinga al nacer el sexo del recién nacido y con ello diferencie la función que le corresponde si quiere producir descendientes. El sexo es una magnitud biológica que no admite gradaciones: no hay mujeres más mujeres que otras ni hombres más hombres que otros. Hay hombres que fecundan y mujeres que engendran y no existe, que se sepa, una situación intermedia entre gestar y engendrar. Ahora bien, la sexualidad y el género son otra cosa bien distinta que la ideología queer confunde. La primera se refiere a la orientación que hace que una persona nos resulte sexualmente atractiva y que, como los gustos gastronómicos, es múltiple y variada; y el género hace referencia a los estereotipos, roles y valores que las culturas asignan a cada sexo.
Nadie nace en un cuerpo equivocado es el título de un valiente ensayo de nuestros vecinos José Errasti y Marino Pérez Álvarez, ambos profesores de psicología de la Universidad de Oviedo. El coraje de este libro consiste en apostar por lo científicamente correcto frente a lo políticamente correcto, rebelándose a esta nueva forma de censura democrática consistente en no ofender bajo pena de excomunión. Desde un sincero deseo de entender, el texto se enfrenta a la teoría queer que, como un fantasma, recorre cada minúsculo rincón de la sociedad, desde las aulas hasta los platós de televisión, y trata de imponerse como verdad indiscutible bajo un supuesto derecho a no ser ofendido. No está de más recordar que en una sociedad de ciudadanos adultos, libres e iguales, deberíamos ser capaces de escuchar posturas contrarias sin romper a llorar y abrirnos a la posibilidad de estar equivocados si así las razones y las evidencias lo demuestran.
José Errasti y Marino Pérez Álvarez nos advierten la teoría queer, además de falsa, es peligrosa, una nueva especie de terraplanismo se está enseñando en nuestras escuelas y universidades sin que nadie se atreva a refutarlo por miedo a ser acusado de tránsfobo y condenado al ostracismo. Pero lo realmente peligroso es que, como afirman los autores: «De luchas contra los estereotipos sexistas se ha pasado a aclamarlos como la medida básica de lo que somos… ¿Cuánto se reduciría el número de personas trans si dejáramos de contar como tales a aquellas personas a las que se les ha dicho, directa o indirectamente, que sus pensamientos, sus preferencias estéticas, sus comportamientos, sus emociones, sus gustos en cualquier ámbito, son propios del otro sexo?». Como ya alguien dijo sabiamente, una niña jugando a fútbol no es ni un niño que ha nacido en un cuerpo equivocado, ni una lesbiana, es tan solo una niña jugando a fútbol. O como dice mi amiga Roro: «¡Sexo no es género! Están totalmente equivocados… yo no me pinto las uñas y no me suelo poner falda, y soy una mujer». Que no nos la cuelen: el movimiento supuestamente más progresista y transgresor promueve, en realidad, los estereotipos de género más rancios y casposos, y es incompatible con la educación no sexista por la que tanto hemos luchado. Coeducar supone educar a los niños y a las niñas al margen de su género, es evitar que se le vuelva a prohibir a una niña estudiar matemáticas porque eso es cosa de hombres, es educar para construir una sociedad en la que las diferencias no diferencien. La ideología queer es un ataque a la línea de flotación de nuestra coeducación. José Errasti y Marino Pérez Álvarez nos dan el aviso: «Nunca se había permitido la entrada en los centros educativos tan acríticamente de una postura reaccionaria irracionalista y sexista como esta, y es necesario trabajar para desenmascarar y denunciar públicamente las falsedades anticientíficas de la ideología de la identidad de género en las escuelas y universidades de nuestro país». Así que mucho ojo con el «buenrollismo» que sustituye el esforzado juicio ético por el sentimentalismo y con el pánico a ofender. Disentir con alguien sobre lo que piensa o siente no supone ni discriminar ni ofender. No existe el derecho de tener razón. Luego no digamos que no estábamos advertidos.
Psicologa sin experiencia…con eso ya digo bastante