La recomendación comunitaria de tener en cada hogar lo imprescindible para sobrevivir 72 horas, hecha antes del suceso de este lunes, sigue generando escepticismo entre vecinos y visitantes; algunos abogan porque «lo proporcione el Gobierno»

¿Es un ejercicio lógico de prudencia ante un mundo cada vez más convulso… O una muestra de conspiranoia y supervivencialismo equivalente, dicho de forma coloquial, a ‘matar moscas a cañonazos’? Dos semanas después de que, ante el deterioro de sus relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea recomendase a los ciudadanos comunitarios mantener en sus domicilios un kit de emergencia con todo lo imprescindible para sobrevivir de manera autónoma un mínimo de 72 horas, el apagón que este lunes dejó la Península a oscuras y sin servicios ha situado nuevamente en el foco del debate la necesidad, o no, de hacer caso a esa sugerencia. Recordemos que, en su momento, la idea fue acogida con un escepticismo generalizado en territorio español; incluso, con un puntito de comedia. Y no parece que el ‘chispazo’ de hace tres días haya modificado demasiado ese punto de vista… Al menos, no en Gijón, donde vecinos y visitantes coinciden en ver dicho kit como una exageración… Aunque sin negar la conveniencia de tener en casa, al menos, unas cuantas latas de conservas, un puñado de cerillas y alguna que otra vela. Ya se sabe… Por si acaso.
Antes de conocer el pensar de los gijoneses y turistas presentes estos días en la ciudad, retrotraigámonos a comienzos de este mes de abril. Aprovechando una visita oficial a una base militar de la OTAN emplazada en Dinamarca, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, abrió ese melón al recordar que «Europa debe prepararse para la guerra«, e invitar a los habitantes de la Unión a potenciar su capacidad de resistencia independiente frente a cualquier posible crisis por un periodo no menor a tres días, la ventana temporal hipotética hasta la llegada de ayuda. A partir de ahí, el contenido del kit sugerido por las autoridades europeas responde al más puro sentido común: agua potable, alimentos no perecederos, útiles para hacer fuego y cocinar, pilas, linternas y radios analógicas, ropa de repuesto, artículos de higiene, herramientas básicas y un botiquín bien provisto. Todo ello, a ser posible, concentrado en una mochila o en una bolsa fácil de portar, en caso de evacuación. La idea no tardó en hacer las delicias de los seguidores del movimiento preparacionista, o preppers, y no cabe duda de que mucho de lo anteriormente enumerado habría resuelto más de una papeleta anteayer. Ahora bien, como reza el refrán, «del dicho al hecho hay un trecho«. Incluso, a pesar de la lúgubre experiencia de este lunes.
«Lo del kit me parece una ‘sobrada’, unas ganas tontas de meter miedo a la gente (…). Si la ayuda tardase más de esas 72 horas en llegar… ¿Qué hacemos? ¿Nos ponemos a saquear, a comernos unos a otros, o algo así?»
Omar Bermúdez
«Sinceramente, a mí todo eso me parece una exageración; lo estamos llevando todo al extremo», confiesa, tajante, el gijonés Juan Sánchez, uno de los millones de afectados por el apagón, pero que, aun así, no cambia su enfoque previo al mismo. Claro, que la suya no es una opinión basada en la frivolidad, sino en cierto pragmatismo. «El que más y el que menos tiene unas latitas en casa, una linterna… Para algo como lo que pasó el otro día, es suficiente; tampoco es que haga falta equiparse como para una guerra»; zanja. Y no es el único. A Miriam Fernández el curioso hecho de hace dos días la sorprendió en su domicilio de Montevil, donde, «como todos, tengo lo básico: conservas, legumbres, agua, medicamentos… Más allá de eso, no creo que lo demás sirva de mucho. Preparas una mochila para tres días y, después, si la ayuda no llega… ¿Qué haces?». Su postura se parece, y no poco, a la de Omar Bermúdez, ovetense de nacimiento y residencia, pero con trabajo en Gijón. «A mí, lo del kit me parece una ‘sobrada’, unas ganas tontas de meter miedo a la gente. No conozco a nadie que no tenga unas cuantas conservas en su casa y, además, si la ayuda tardase más de esas 72 horas en llegar… ¿Qué hacemos? ¿Nos ponemos a saquear, a comernos unos a otros, o algo así?«.
Otros se permiten ser más incisivos en sus argumentos críticos con el mantenimiento del famoso kit. Es el caso de Alberto Oramas, seguro de que «todo eso de la mochila, de las racional y tal es un invento comercial; nos quieren asustar para que gastemos en algo que no vamos a llegar a utilizar«. Y eso que, admite inmediatamente después, el día del apagón a él y a su pareja no les hubiera venido mal una dosis extra de previsión, ya que «no teníamos nada en casa; un vasito de arroz, pero sin microondas… Tuvimos que apañar unos bocadillos así, de mala manera». Nada que ver con Vicente Álvarez; él, su mujer y su hija, todos ellos residentes en El Coto, tenían la despensa bien provista, con «latas de calamares, de berberechos y bastante pan, así que nos montamos un picnic bastante apañado». Pese a ello, el concepto de kit de supervivencia le parece «pasarse unos cuantos pueblos; a mí me huele a ‘sacacuartos’, a que alguna empresa conectada con el Gobierno quiere que gastemos dinero en eso«. Y añade una derivada: la de que, «por larga que sea la fecha de caducidad, las cosas, al final, se acaban poniendo malas si no te las comes, o no las usas, y tienes que comprar más. O sea, que tienes que andar pendiente de que no se te estropee el kit, y bastantes cosas en las que pensar tenemos ya…».
«En Suiza, la gente tiene lo necesario para una guerra de guerrillas en el monte, y el Gobierno se lo repone periódicamente. Sin llegar a ese extremo, podríamos aplicar algo así aquí, con el kit; sería práctico, ahorraría dinero a las familias y podría salvar vidas»
Vicente Martínez
No obstante, no todo el mundo en Gijón es opuesto a contar con semejante recurso en su domicilio. Diego Valverde, jocoso al puntualizar que «llevo tantas horas jugadas a ‘The Last of Us’, que estoy entrenado para lo que sea«, revela que él sí está preparando una mochila de emergencia. «Voy poco a poco; prefiero invertir en algunas cosas de calidad, como el botiquín o la ropa de protección, que tirarme a lo rápido y barato; malo será que el mundo se acabe antes antes de que la llene…», bromea. Más seria en su planteamiento se muestra la bilbaína Silvia López, para quien el kit «quizá sea una exageración, pero tampoco sobra; nosotros hemos hechos algo parecido, a menor escala, desde la pandemia, y, la verdad, en situaciones como la del apagón te saca de un apuro». La experiencia también ha jugado a favor de Eugenio Caballero y Ana Domínguez; a ellos, el suceso del lunes les sorprendió en los Picos de Europa, por lo que «no lo vivimos», pero en su residencia disponen de todo lo necesario. «Tenemos una finca, y nos planteamos prepararnos; allí disponemos de comida, gas y lo básico para un par de días«, comparten, coincidentes ambos en que «lo exagerado no es estar equipado, sino el revuelo que se le está dando«.
¿Hay un punto intermedio entre ambas posturas, la crítica y la favorable? Pues sí, lo hay. Y dos de sus exponentes son los jóvenes Iván Rodríguez y Carla Gómez, de visita en Gijón procedentes de Viveiro. Para ellos, el punto de equilibrio está en un detalle aparentemente nimio, pero crucial para muchos ciudadanos europeos, españoles y, por descontado, también asturianos: la gratuidad del kit. Al fin y al cabo, «todo está ligado entre sí: el apagón y la necesidad de estar preparado. Por eso, creemos que el Gobierno de España, o la Unión Europea, deberían ser quienes entreguen el kit, o financien la compra de su contenido«. Y no sólo ellos piensan así… El muy gijonés y tan o más ‘sportinguista’, a tenor de su camiseta, Vicente Martínez, apuesta, como la pareja anterior, porque esos elementos para resistir 72 horas sean costeados por el Estado. «Yo hice la ‘mili’ y, al final, sería como las raciones que se dan a los soldados; periódicamente, se podría tener que entregar el kit viejo, y cambiarlo por uno actualizado«, plantea. De hecho, en su mente hay un cierto ejemplo castrense: Suiza, donde todo ciudadano, previa realización del servicio militar obligatorio, es un soldado en potencia. «Allí, aparte del arma y del uniforme, la gente tiene en el armario lo necesario para una guerra de guerrillas en el monte, y eso incluye alimentos, medicinas y ropa«, ahonda. Y, cada cierto tiempo, «el Gobierno se lo repone, por si caduca o se deteriora. Sin llegar a ese extremo, podríamos aplicar algo así aquí, con la mochila de supervivencia. Sería práctico, ahorraría dinero a las familias y podría salvar vidas«.