«Me ha costado mucho adaptarme a la vida en Núremberg, pero estoy muy contento con el trabajo y las oportunidades que me está brindando allí Goyo Montero»
Nicolás Alcázar Sánchez es un bailarín gijonés que trabaja en Alemania. Está a las órdenes del bailarín y coreógrafo Goyo Montero, el que fuera director del Ballet Nacional, que desde el año 2008 es director y coreógrafo jefe de Teatro de Núremberg (Staatstheater Nürnberg).
Los días de ‘Nico’, como se le conoce en Gijón, son agotadores, con intensas sesiones de ensayos. Así y todo, el joven de 24 años sigue su carrera ascendente en uno de los templos del baile más importantes de Europa.
¿Cuánto tiempo lleva en el Staatstheater?
Ya casi seis años en Núremberg. Empecé el 15 de noviembre del 2018.
Tiene la fecha grabada a fuego eh.
La primera sí, ¡claro!
¿Cómo llegó hasta allí?
Hice un concurso en el que me dieron la oportunidad de irme una semana a tomar clases allí. El último día pedí hacer una audición…
¿Y?
Me la concedieron y me ofrecieron un contrato temporal para una sola producción.
Y no nos diga más, les gustó.
Decidieron extenderme el contrato para otra, mi segunda producción allí. Eso se fue enlazando hasta que me llegó un contrato fijo.
¿Cuántas producciones hacen al año?
Unas cuatro o cinco, depende.
Todo esto visto ahora está fenomenal, pero tengo entendido que la pandemia fue muy dura para usted.
Yo de aquella todavía era aprendiz. Sí, tenía trabajo, pero sabía que todo podía acabar el aquel 1 de junio.
¿Vivía con alguien?
No, solo en una habitación con cocina, salón y cama. Todo junto. Estuve encerrado desde marzo hasta junio, esperando por una respuesta sin hacer absolutamente nada y sin saber si me iba a quedar.
Pero se quedó.
Aguanté porque con anterioridad a la pandemia me habían vuelto a hacer otro contrato, pero solo hasta junio.
Pero eso ya es pasado, Nico.
Sí ahora voy a empezar mi sexta temporada.
¿De dónde son sus compañeros?
Asturianos somos dos, Olga Somocueto, de Salinas, y yo. Los demás son de Francia, Italia, Estados Unidos o Brasil.
Por cierto, uno de sus compañeros, el brasileño, Edward Nunes, está aquí en Gijón de vacaciones.
Sí, está en mi casa, con mi familia.
Tener compañeros de tantas nacionalidades es la bomba, tiene casa en todos los países del mundo.
Sí (risas). La pena es que teníamos dos compañeros australianos y ya se fueron.
¡Pillín! A usted le gusta viajar tanto como bailar.
¡Claro! y si puede ser por la cara, mejor…
Bromas aparte. Suponemos que el trabajo es duro. Cuéntenos su día a día.
Para ponernos en situación, dentro del teatro estatal (Staatstheater) está la ópera, los actores, orquesta y coro, además de nosotros. Muchos artistas.
¿Todos con el mismo horario?
Yo por ejemplo entro a trabajar a las 10 de la mañana. Tenemos todos los días una clase de clásico de hora y cuarto y el resto del día de ensayos de las diferentes producciones (de 11.30 a 18.00 horas).
Todo físico.
Con una pausa para comer. Ese es un día normal. Los días de funciones, además de la clase de clásico a primera hora, ensayamos la actuación de la noche, una pausa de unas cinco horas y dos horas antes de la función pasamos por maquillaje, peluquería, vestuario, calentamiento…
Muy intensos.
Sí. Las funciones son entre semana a las 20.00 horas y los fines de semana a las 19.30 horas.
¿Todos los días?
Suele haber dos funciones a la semana.
Osea, que al final es un horario de trabajador normal.
¡Claro! Son ocho horas. O de seguido o partidas cuando hay función.
¿Y cómo termina?
Pues la verdad es que reventado.
Dígame, su director, Goyo Montero ¿se ocupa de todo? Quiero decir, si él decide coreografía, vestuario, música, maquillaje…
Si la obra es creación de él, hasta revisa y escoge las luces. Creo que él traslada a la persona correspondiente su idea general. Le dan forma y si está a su gusto, la pone en marcha. Es muy exigente, muy perfeccionista.
¡Bueno! Usted es un poco así.
Sí y eso se agradece porque así salen las cosas bien.
Ya veo que la que suscribe, no se va a meter a bailar, sobre todo a estas alturas de la película. Lo veo como un gran sacrificio.
Con compensaciones.
Por ejemplo ¿hábleme del después de la función?
Entre semana, desde luego que nos vamos a dormir directamente. Si el fin de semana, si no trabajamos el domingo…
¡Fiesta!
Y en invierno, que nieva y hace un frio de nevera, en casa de algún compañero o compañera.
Porque se llevan bien.
Sí, por lo general sí.
¿Hay muchas parejas?
Suele haberlas.
¿Por dónde salen?
Podemos ir a cenar y eso evoluciona en ir de fiesta, que no sea en un sitio de música techno. No puedo con ella.
Y que le gusta.
Españoladas o cosas internacionales. Me gusta mucho ir de concierto.
Lo último que vio.
Rosalía en Palma de Mallorca. Me encantaría ver a Beyoncé.
Vaya dos. ¿Qué pueden tener en común?
De Rosalía, me encantó el concepto de espectáculo. Mucho baile y mucho juego de cámara, parecía un videoclip. De Beyoncé decir que es lo más. Me parece muy perfeccionista, todo muy estructurado, aunque ahora, lo que puedo ver cuando la sigo, es que ha cambiado y optado por la cultura ochentera muy LGTB y con más libertad para los bailarines. Por eso me apasionan las dos.
Se ve en un grupo de baile de artistas como ellas.
No me lo había planteado, pero por qué no. Todo es experiencia y aprendizaje.
Hablemos de los alemanes.
A ver son totalmente diferentes a nosotros. Si nos hablan, nosotros hablamos.
¿Os conocen?
Como ballet por supuesto, solemos tener buena reputación, tanto dentro de la ciudad, como dentro del país.
¿Y por la calle?
Algunas veces sí. La cultura es muy diferente. Nos respetan mucho, no solo en el círculo de artistas, a nivel de calle.
¿Cuánto cuesta una entrada para verlos?
Es un poco caro. En patio de butacas, una primera función de nueva producción puede costar 150 euros. Pero la gente de menos de 27 años puede comprar entradas por internet por 11 euros.
Oiga, ¿y hay mucho paro entre la gente joven?
Lo que sé es que la gente se independiza mucho antes que aquí. Igual se mudan dos, tres amigos a un piso…
¿Se ve aquí de nuevo?
Yo estoy contento donde estoy y por ahora me sigo viendo en Núremberg.
A pesar de que no le gusta la ciudad.
Nada, no me gusta nada. A ver la ciudad es muy bonita, pero me ha costado mucho adaptarme a la vida allí. Pero estoy muy contento con el trabajo y las oportunidades que me está brindando Goyo Montero.
Pero soñemos y viajemos un poco en el tiempo venidero. ¿Qué le apetecería hacer?
Quizás trabajando para un coreógrafo, lo que se conoce como ballet master, que es dar a la compañía diariamente sus clases y ensayar las piezas clásicas de los repertorios.
¿O?
Me gusta mucho el mundo de la moda y quizás cuando considere que mi carrera como bailarín se ha acabado, dedicarme a diseñar o ser estilista. Por lo general estudiar algo relacionado con la moda.
¡Anda!
La moda me viene un poco de familia. Mi bisabuelo y mi abuelo, este último Alberto Alcázar, eran sastres aquí en Gijón.
¡Bueno! Tenían la sastrería en los Jardines de la Reina…
Exacto, la vena creativa la heredé.
Sabemos que es muy “trapero”. ¿Qué es lo último que se compró?
Lo más grande que me llegué a comprar, que lo tengo como una reliquia, son unas gafas de Versace. Parece una tontería, pero a mí me constó muchísimo poder llegar a comprarme un artículo así.
Despidámonos, Nico. ¿Se ve en Gijón?
Sí y no. A nivel profesional no, pero sinceramente, me encantaría volver. Aquí se vive muy bien.