La primera conquista social para la mujer no llegó precisamente con el feminismo, sino a través de los códigos civiles cristianos
Como cada año por estas fechas, entre los meses de marzo y abril, arranca la operación salida de Semana Santa. La DGT ha cifrado en más de 16 millones el número de desplazamientos, nuestro presidente se ha congratulado por las previsiones de ocupación hotelera, Asturias continúa esperando la llegada de los trenes Avril (siglas de “Alta Velocidad Rueda Independiente Ligero”) y el Ministerio del Interior refuerza las medidas de seguridad ante el riesgo de un ataque terrorista, tras el terrible atentado acontecido en Moscú que fue perpetrado por militantes del Estado Islámico.
Desde hace años Europa se encuentra bajo la amenaza yihadista, a la par que una epidemia de nihilismo, posverdad y relativismo moral azota Occidente. Hay un dicho que sentencia que “nunca existe un vacío de poder por mucho tiempo” y es algo totalmente cierto, pudiendo aplicarse a muchos ámbitos y facetas de la vida. También a las cuestiones religiosas y relativas a la fe, cuando se da la coexistencia/competencia entre diferentes sistemas religiosos, culturales y morales.
Si Occidente abandona los valores del humanismo cristiano con los que hemos cimentado nuestra civilización, abrazando la idea filosófica de que «Dios ha muerto», simplemente otro sistema cultural y religioso ocupará su lugar, de la misma forma en la que cíclicamente han caído los imperios a lo largo de la Historia tras ser sustituidos por otros. Porque hasta el ‘vacío’ es un concepto imposible en el Universo: la Nada no existe; incluso en términos espirituales. Pero si se prefiere no dar un enfoque religioso a esta cuestión, por eso de no ofender sensibilidades, al menos seamos pragmáticos. Yo como mujer lo tengo claro si me pongo a analizar los datos históricos y a comparar derechos y libertades.
En Europa, la primera conquista social para la mujer no llegó precisamente con el feminismo, sino a través de los códigos civiles cristianos, en tiempos de la Edad Media, que vinieron a reemplazar a las leyes germánicas, -en las que el matrimonio era un mero contrato entre el novio y el guardián de la mujer-, estableciéndose, ya por aquel entonces, el consentimiento de la esposa para la existencia del vínculo matrimonial.
Siendo libres al fin para amar y ser amadas. Liberadas de la amenaza de matrimonios forzosos, casamientos de niñas o la poligamia, de la que tristemente otras mujeres no pueden escapar, subyugadas a un verdadero patriarcado.