Cada día que un político cree que construyendo un polígono industrial en una vega trae desarrollo, es un día perdido
En ocasiones hay asuntos y sucesos que nos sobrepasan. Los sucesos climáticos que han ocurrido en Cuenca, Albacete, Málaga y especialmente en Valencia, que han dejado hasta el momento 95 fallecidos y decenas de personas desaparecidas, son una terrible realidad que nos entristece y nos lleva a numerosas reflexiones.
Todos estos sucesos se han visto además rodeados de circunstancias, cuanto menos, discutibles, como la tardía actuación del Gobierno de Valencia, la gestión de numerosas empresas mandando a trabajar a su personal en condiciones infernales, y otros elementos, como la circulación de noticias falsas que todavía contribuían aún más a generar un desgaste a los servicios de emergencia totalmente innecesario.
Seguramente en los próximos días se hable de responsabilidades, de culpables, de ineficiencia en la gestión y demás cuestiones que generarán mil titulares y mil debates televisivos y radiofónicos. Y se hablará de las causas más “tópicas”, de la cantidad histórica de litros caídos por metro cuadrado, de la capacidad de las infraestructuras diseñadas, de los sistemas de alarma y aviso a la población, y, finalmente en alguna tertulia o medio más pequeño y con menos tirón puede que se hable de por qué sucede esto realmente.
Vaya por delante que en este artículo no pretendo lanzar una proclama respecto al cambio climático. No es necesario. Si alguien cree que no estamos en un proceso temporal de modificación de las condiciones climáticas a nivel global, me importa entre poco y nada. Es como si alguien cree que un señor orondo se mete por una chimenea en Navidad y le deja regalos que ha pedido. El problema no es ese, que se niegue el cambio climático por una parte de la sociedad, sino que se niegue por una parte no menor de la clase política que nos gobierna. Ese es el problema.
Antes de seguir, no me voy a referir a las inundaciones en el Levante español como un suceso extraordinario porque no lo es, y no lo va a ser. Si algo se han cansado de repetirnos en miles de estudios científicos que abordan el calentamiento global, o el cambio climático, es que los fenómenos como el sufrido en Valencia han dejado de ser extraordinarios para ser la norma. Las olas de calor, cada vez más salvajes, han dejado de ser puntuales, así como los periodos de sequías extremas, o las nevadas desproporcionadas pero muy puntuales, o las inundaciones como las de 2010 en Asturias. Todos estos fenómenos es lo que nos viene derivado del consumo creciente (que continúa pese al enmascaramiento político-empresarial verde o greenwashing, de los últimos años) de energía y de la obtención de esta energía a través del carbón, el petróleo y el gas.
Todo esto ya se sabe, pero, ni se hace nada, ni se dice. A día de hoy, cualquier ayuntamiento de este país cuando redacta sus normativas urbanísticas y de desarrollo de su territorio se encuentra con algunos preceptos que se deben tener en cuenta, como por ejemplo con las zonas inundables. Pues bien, resulta insultante que la mayor parte de esos ayuntamientos, y de esos gobernantes, y una parte de la población -por qué no decirlo- cuando ve limitado su desarrollo o crecimiento, porque se encuentran con normativas que impiden construir en zonas inundables, en vez de asumirlo y no discutirlo, se vean en la necesidad de “negociar” las zonas de influencia de esa inundabilidad. Un río, una vaguada, una zona torrencial o un arroyo presentan una estructura natural muy sencilla y muy clara: un espacio por donde discurre el agua la mayor parte del tiempo, aunque ocasionalmente no lleven agua, unas orillas que lo encauzan, una ribera donde suele instalarse vegetación y una llanura de inundación en muchos de los terrenos adyacentes. Cuando creemos que, mediante escolleras, lechos de hormigón, desbroces, eliminación del bosque de ribera y ocupación de la llanura aluvial podremos desarrollar nuestra vida, es que vemos el mundo por un agujero muy pequeño. Los fenómenos climáticos, y más aún los extraordinarios, y más todavía los extraordinarios derivados de esta “nueva normalidad climática” se miden en décadas, en siglos, en miles de años. Asumir la manida frase “de toda la vida” para el clima, sobre todo hoy en día, es absurdo, y sin embargo es lo que están haciendo un enorme número de políticos y la práctica totalidad de los sectores económicos. La naturaleza no da avisos, sino que acabará creando espacios que serán inhabitables, aunque lo hayan sido hasta ese momento, como siempre ha sucedido a largo de la historia, pero no de la historia de humana, sino de la historia de nuestros ecosistemas y de nuestros climas.
Cada día que un político cree que construyendo un polígono industrial en una vega trae desarrollo, es un día perdido. Pero no les preocupa, porque la gente irá a votar y el clima -asunto que sigue sin interesar a las grandes mayorías- y el consumo desproporcionado de energía, generador del calentamiento global, son elementos que se ven lejanos, y que apenas influyen en el voto. Hasta que las consecuencias climáticas de todo esto pasan a ser cercanas y te afectan y ya has llegado tarde a todo.