Reconocido por su talento y con proyección internacional, el flautista gijonés Juan Cossio Pérez diserta con miGijón sobre su carrera, su vida personal y las posibilidades que el extranjero ofrece a los músicos como él
Juan Cossio Pérez es un flautista gijonés de veintiséis años que estos días está en Oviedo con la Orquesta Filarmonía, interpretando con su flauta a Puccini. Ha estudiado aquí, en la Coruña, Madrid y Alemania, y ha dado conciertos por medio mundo. Además de un virtuoso de la flauta, Cossio es un gran conversador.
¡Hmmmmmmmmm! Cómo me suena…
No soy el flautista de Hamelín, si es a lo que se refiere. No me siguen las ratas.
Ya, ya, pero es al decir el nombre… Me sonaba porque… ¡Oiga! No conozco a muchos flautistas. Mejor dicho, no conozco a ninguno. Cuéntenos su historia…
Empecé a estudiar en la Escuela de Música Enrique Truan. Iba acompañando a mi hermana Olaya, que tocaba el piano, y había empezado a ir un año antes. Mis padres creyeron que no nos iría mal, porque investigaron y todo apuntaba a que el estudiar música facilitaría el aprendizaje de idiomas.
Pero, ¿por qué flauta?
(Se ríe). Que yo recuerde, no hacía mucho había leído un cuento que se llamaba ‘El concierto de flauta’, o algo así; ya ni me acuerdo. Creo que por eso, al preguntarme las profesoras, dije que quería estudiar flauta travesera.
¿Y cómo quedaron sus padres?
Fueron para la academia y preguntaron si tenían clases de flauta. Les dijeron que sí y que por probar no perdía nada, que más adelante ya se vería, que era muy pequeño todavía…
A cansarse ya tendría tiempo, ¿verdad?
Habría cinco o seis alumnos más. Es uno de los instrumentos más difícil, digamos como carrera profesional, porque es relativamente barato tener una flauta. Cómo instrumento, para empezar es accesible a todo el mundo, pero a la hora de hacerse un hueco en el mundo de los conciertos es muy complicado porque en una orquesta hay tres o como mucho cuatro flautistas.
Bien, pero sigamos por los cimientos. Después de la escuela al conservatorio.
Eso es. Hice la prueba de acceso, e hice los seis años del grado profesional aquí, en el ‘conse’, con Lola González.
¿Alguna época de querer mandar la flauta a tomar viento?
¡Claro! Cuando eres adolescente tienes tus bajones – muchos profesionales lo quieren dejar continuamente- porque el conservatorio es bastante duro y, además, con tus clases normales de colegio o instituto. Te pone mucho a prueba.
Y muchas horas.
De estudio y ensayo con el instrumento. Luego búscale horas para tus estudios, los de todos.
¿Cuándo decide ser profesional?
Me di cuenta al empezar a tocar con orquestas. Me molaba, y decidí marcharme para seguir estudiando. Hice pruebas en el Conservatorio de Oviedo y en el de Coruña. Me decanté por este último y tuve como profesores a dos personas fantásticas, Miguel Gil y Cesar Concheiro.
Voló.
Marché con diecisiete años para Coruña más contento que unas castañuelas. Allí aproveché a dar algunas clases con María José Ortuño, la flautista principal asistente de la Orquesta Sinfónica de Galicia, y eso me motivó a querer desarrollarme al máximo e ir a por todas.
Espabiló.
Con mi segundo año en Coruña ya me empezó a ‘picar el niki’ y, puestos a irnos, pensé «¿Dónde está el país donde se puede seguir estudiando al máximo nivel?».
Y se fue a Alemania. ¿Por qué allí? ¿Tienen más cultura en cuanto a música y danza que aquí?
No, es una cuestión, según mi opinión, de que es folclórico para ellos. La música clásica se originó allí. ¿Quién tenía pasta en los siglos XVII, XVIII…, para tener a unos tíos fijos tocando en el salón de su casa para los invitados de sus fiestas, mientras el resto comía? Ellos. Además, los compositores del periodo barroco, clasicista o romántico son alemanes o austriacos… Y, oiga, son todos lo mismo.
¡Vaya, vaya!
Mozart era austriaco; Bethoven, Brahms, Bach, Telemann, alemanes… No es que sean más cultos, es su folclore, y hay más curro y se vive bastante bien.
¡Nada! Ya nos convenció de por qué tuvo que ir a Alemania.
Primero hice una prueba en la Escuela Superior de Música Reina Sofia, porque es de un altísimo nivel, por lo que la hice muy tranquilo, pero…
Le cogieron.
Sí, becado completo. Yo cobraba por estudiar ahí y, además, me hicieron hasta un traslado de matrícula, con lo cual empecé en tercero del grado superior.
¿Y quién le dio clase?
El mejor, Jacques Zoom. Allí me hinché a dar conciertos, precisamente, porque el sello de la institución, de primer nivel como es la escuela de Madrid, es la leche.
Allí se dio cuenta de que podía vivir de la música.
Te haces un nombre, amigos… Y si falta alguien en alguna orquesta, pues van siempre a llamar a los del Reina Sofía. Estuve en el Palau de la Música en la Maestranza… Todos de primera flauta. Eso fue la bomba, hasta hice un master de interpretación.
Cuéntenos lo de Alemania.
Notaba que me faltaba algo a nivel técnica y me puse en contacto con Robert Winn. Era completamente diferente a los anteriores. Para que se haga una idea, grabó el ‘Señor de los Anillos’, ‘El paciente inglés’…
¿Y?
Me pilla el covid.
¡Jolines! Y allí conoce a su novio, el bailarín Pablo Dávila.
No, lo conozco en la Cuesta el Cholo.
No me lo puedo creer… Pensé que me iba a contar que se habían cruzado en un teatro o en el Ritz… En una audición donde él iba a bailar y usted tocaba…
Pues no, en Cimata antes de la pandemia. Es cuando decido parar y al estar aquí tantos meses en casa con Pablo, pensamos en crear algo. Nos vimos con tiempo, sobre todo, sin prisa. Y así asomó ‘Consecuencias de la Sed’.
Algo que tiene tres premios ¡Oh!
Ahí está, en el salón de casa en Rotherham, donde vivimos. Él ganó por segundo año consecutivo Mejor Intérprete; Laura Iglesia, su madre, Mejor Directora, y yo, junto con San Peña, Mejor Composición Original.
Cierto; ese año Higiénico Papel salió triunfante.
Con una carretilla de premios.
¿Y ahora?
Me contrató una discográfica española, EMECDISCOS, y voy por dos, pero ahora estoy en Asturias con la Orquesta Oviedo Filarmonía, de obras de Puccini.
Habrá que ir a verlo.
¡Mire, hoy tengo concierto!