«A los hijos de puta que nos robáis Asturias, que la vida os devuelva el dolor que estáis infligiendo. Aunque solo sea una parte pequeña. Ojalá lo perdáis todo, miserables, cobardes con un mechero en la mano»
Hay que ser hijo de puta. Mucho. Irse al monte, prender un fuego. Dejarnos, poco a poco, huérfanos de ese paraíso del que tanto presumimos —y que tan mentira es a veces— los asturianos. Me hierve la sangre, la verdad. Pierdo los nervios y me entran ganas de salir con el lanzallamas bajo el brazo para prenderle fuego a todos esos hijos de puta que se dedican a quemar Asturias. Ojo por ojo, llama por llama.
Bajaba el viernes pasado el Huerna y, al otro lado de la ladera, una línea ígnea nos recibía como una bofetada. Me costó entender, por un momento, lo que pasaba. Llegué a pensar que habían puesto algún tipo de iluminación en un tramo de la carretera. Hasta que el cerebro, a medio gas por el cansancio del viaje, hizo click y entendió lo que pasaba. Nos queman Asturias.
No es la primera vez y, por desgracia, no será la última. Más de setenta incendios, oiga, y casi todos —si es que no todos— intencionados. Pasamos del fuego abrasador de Arcerlor la semana pasada, a este, mucho más miserable, aunque por el primero vayan a meter en un ERTE a más de 7.000 empleados. A los que nos duele Asturias, llevamos ya una temporadita bien jodidos. Dicen que ya tienen identificado al miserable que ha provocado varios. Pero, ¿qué más da? El daño ya está hecho, poco se puede hacer.
Mientras tanto, medio millar de profesionales se juegan el pellejo por parar el avance de las llamas. Quinientos profesionales que pueden no volver a casa porque a unos cuantos desgraciados no se les ocurre otra cosa que andar prendiendo fuego al paisaje. No hay condena, ni dinero, que puedan curar el dolor de las personas que han tenido que abandonar sus casas. Nada que alivie la pérdida de miles de hectáreas calcinadas, las postales postapocalípticas que veremos las próximas semanas. No hay nada para que los justos se sientan satisfechos.
Nos queman Asturias, y el olor a quemado se empieza a pegar en la ropa, en el pelo. Nos queman Asturias y solo podemos rezarle a la Santina para que el viento deje de soplar, para que llueva y para que todos los que pelean contra el fuego, víctimas y bomberos, sólo tengan que lamentar el terreno perdido.
Y a vosotros, a los hijos de puta que nos robáis Asturias, que la vida os devuelva el dolor que estáis infligiendo. Aunque solo sea una parte pequeña. Ojalá lo perdáis todo, miserables, cobardes con un mechero en la mano. No sois nada. Un error de la vida. No valéis ni un céntimo más que las cenizas que levanta el viento.
¡Amén! No soy de Asturias, pero siento mucho dolor por estos hechos. No entiendo cómo un ser «humano» puede albergar tanta maldad. Ánimo compañer@s.