Y después, cuando las luces se apagaron y los gijoneses iniciaron el viaje al pasado que supone ver a Albajara llegar al Robledo al ritmo del Canon del Pachelbel, las lágrimas fueron imposibles de contener
Ayer fue un día especial en Gijón. Por ello, la fecha se recogía en la placa que se presentaba ayer en la fachada del Hotel Asturias. Era una de las actividades programadas en el día escogido para homenajear la película Volver a Empezar, rodada en dicho hotel que, 40 años después y un Oscar de por medio, sigue suponiendo la síntesis del gijonismo más puro: emigración y nostalgia, pero sobre todo, ganas de vivir.
El noble hotel, a la vera del Ayuntamiento, todavía guarda y pese a las reformas, recuerdos de la estancia del premio Nobel Antonio Miguel Albajara (Antonio Ferrandis). La iniciativa de instalar la placa, obra de Foro Asturias (una autoría bien promocionada en sus redes sociales), fue apoyada por todos los grupos que, en estos tiempos de disgregación, parecen tener en común la nostalgia por una era ilusionante para esta villa marinera: los ochenta, el progreso y el ánimo de la reconciliación entre españoles.
🌈 “No tenemos más que agradecimiento a José Luis Garci, por su cariño y amor a #Gijón, y por su cálido saludo a la ciudad en el 40 aniversario de ‘Volver a empezar’”
— FORO Gijón (@FOROGijon) March 10, 2022
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Siguiendo ese espíritu, la alcaldesa Ana González y el concejal de Cultura Manuel Vallina abrazaron, no solo la iniciativa de Foro, sino también el esfuerzo de este partido, que consiguió un emotivo vídeo de José Luis Garci, director de la película, dirigido a Gijón en el marco de este aniversario. Un hombre que la ciudad, sin duda, echó de menos en el coloquio que precedió a la proyección de la película ayer en el Teatro Jovellanos y en el que participaron los periodistas Luis Miguel Piñera y Marcelino González, y el ex jugador del Real Sporting de Gijón, Joaquín Alonso.
Y después, cuando las luces se apagaron y los gijoneses iniciaron el viaje al pasado que supone ver a Albajara llegar al Robledo al ritmo del Canon del Pachelbel, las lágrimas fueron imposibles de contener. Se produjo en ese momento poco menos que un ritual mágico, una catarsis, una nostalgia infinita por la tierra y sintetizada en ese momento, nostalgia por los que ya no están, por una época en definitiva que ya pasó pero sin olvidar que, como reza el final de la película y en homenaje a las personas exiliadas, «siempre se puede volver a empezar».