De la nostalgia alejada de señoritos y garbosos poco se puede contar hasta el momento, no busca homenajes en Cimavilla
Vive Jovellanos City en esta última década prendida a una nostalgia selectiva. Casi enfermiza, dejándose arrastrar por algunas citas socioculturales repetitivas y sin luz, propias del descansillo cerrado y húmedo que aparece en la peor de las pesadillas cotidianas. Ya sé que algunos sienten fascinación por «Volver a empezar», o eso dicen, ya sé que la película tiene cuarenta años y no muy bien llevados, por cierto. Ya sé que el territorio de las emociones no entiende de coyunturas ridículas. Así que apenas mentaré a Pedro Ruiz poniendo voz al Campechano primero de España y quinto de Abu Dabi.
No me es indiferente en esta nostalgia de naftalina y armario cerrado la campaña para que el Chatín tenga una estatua. Sentado en un banco, contemplando elegantemente (como todo lo que hacía) el teatro de su Gijón del alma. Se le recuerda desde Priañes en una suerte de gigante «gabinesco» que mira con desdén a los hórreos y sufre la indigestión de las pertinaces palomas. pongamos pues una segunda estatua al actor Arturo Fernández, esta vez en su ciudad natal. Aplaudamos con entusiasmo al galán que podría ser figura gijonesa de cobre. Metal enraizado en la miseria endémica de esa Españaza fámula, de toda la vida de Dios, y que me provoca una sonrisa de payaso triste si imagino chascarrillos de pasillo o chistes que se lleva el viento de ventana en ventana.
De la nostalgia alejada de señoritos y garbosos poco se puede contar hasta el momento, no busca homenajes en Cimavilla. Aquí las calles, tránsitos, plazas o callejones no llevan el nombre de La Tarabica, Diablica, Talona, Prina, Mulata o Rambal. El universo playu y Rosa, la hermana de Rambal, siguen esperando justicia y estatua, por este orden. Puede que un día se la hagan: la estatua y la justicia, en ese orden, aunque mucho me temo que se le adelante el Chatín. Un Chatín que no cantaba por Marifé de Triana en las noches más golfas de «la Comanchería»: «Ay, tu muerte clavá en mi amargura, las caricias que yo te guardaba, si pudiera abrazarme a tu cuello, a cambio de un beso, mi vida te daba». Cambiando y mezclando dobles vidas entre las sombras, traspasada la frontera con Bajovilla. Regalando la alegría a perrona cuando caía de madrugada una buena «palometa». El próximo lustro seguirá siendo selectiva la nostalgia o tal vez sume otra interminable década de esperanza naufragando en la mar agitada.
¿ Acaso es incompatible una cosa con otra ?
¿ Acaso la plataforma ciudadana que promueve la estatua para Arturo Fernández se opone a la, para mi, también oportuna y necesaria estatua dedicada a Rambal ?
No, no hay choque. Cada cual defiende lo que le parece, y no hay exclusiòn en ello.
Respecto a Volver a Empezar, su gracia para Gijòn está en su valor de documento gráfico històrico, y en que fue el primer Oscar español. Y está bien ponerlo en valor. Tampoco andamos sobrados de hitos y singularidades en esta capital no administrativa, poco valorada y mal atendida, más allá de las fronteras del concejo. Y muchas veces, hasta dentro.
La que parece selectiva es la demagogia baratísima que se desprende de algunos comentarios. Enredar por enredar.