«Llueve sobre mojado con más de un siglo de obras. La solución irrenunciable: soterramiento total de la circulación para generar el auténtico bulevar peatonal que merece San Lorenzo»
Esta semana estaba dispuesto a escribir sobre la buena noticia que supone que se haya comprometido el dinero necesario para iniciar la ampliación del Hospital de Cabueñes; sobre el inicio esta semana de la campaña de vacunación; del preocupante aumento del precio de los alquileres, especialmente en Gijón; de las consecuencias empresariales del imparable incremento del coste de la luz; del primer año de vida de miGijón.com, o del éxito de los Premios Princesa. Pero el encuentro hace unos días en uno de mis paseos con un gijonés de pro, me obliga una vez más a volver al Muro de San Lorenzo.
La expresión utilizada por mi interlocutor resume a la perfección lo que estamos viviendo en el Muro: “’Pa’ mear y no echar gota”. El pasado jueves 21, se celebró la última reunión de la comisión especial integrada en el Consejo Social para definir las líneas básicas de un proyecto que parece abocado a eso, a ser un eterno proyecto. Después de un año de su constitución, el trabajo de estas dieciocho personas acabó una vez más en la incapacidad de llegar a un acuerdo incluso sobre si se necesita uno o dos carriles de circulación. Incluso la decisión de poner al frente del grupo al Colegio de Arquitectos no solo no ha sido un aval suficiente, sino que la propia alcaldesa se ha enfadado con el trabajo realizado por este colectivo que, por supuesto, ha defendido su profesionalidad.
Se había fijado un plazo de cuatro meses y que se plantease una reforma de consenso. No se ha conseguido ni lo uno ni lo otro y eso genera, sin duda, una frustración generalizada y, sobre todo, una pérdida de tiempo. Y es que en el Muro llueve sobre mojado en más de un siglo de obras. El primer follón se montó hace décadas cuando aprovechando las excavaciones que devolvieron a la ciudad parte de las termas romanas, se decidió sacar los coches del Campo Valdés. Hubo caceroladas a diario e incluso el ya fallecido concejal del Partido Popular, Juan Campos Ansó llegó a añorar la llegada de autobuses a esta afortunadamente recuperada plaza para disfrute público.
«Incluso la decisión de poner al frente del grupo al Colegio de Arquitectos no solo no ha sido un aval suficiente, sino que la propia alcaldesa se ha enfadado con el trabajo realizado por este colectivo«
Después llegó la reforma integral de los años 90 que le confirió un aspecto moderno re saneado que incluyó la creación de la senda que conecta San Lorenzo con la playa de la Ñora. Una remodelación que volvió a arañar metros al tráfico rodado en favor de los peatones. Incluso en aquellos años se planteó por parte del urbanista Ramón Fernández Rañada, redactor del Plan General Urbano de 1999, el “serruchazo” de edificios en la fachada marítima para que San Lorenzo deja se de ser una de las pocas playas del mundo en la que puedes pasar frío por la sombra. La llegada del COVID se aprovechó para aumentar la superficie peatonal convirtiendo el paseo en una especie de puzzle para intentar contentar a peatones, ciclistas, monopatineros, runners y vehículos.
Todas y cada una de las ideas que se han planteado desde entonces no dejan de ser vanos intentos de llegar a un consenso que se me antoja imposible. Si la decisión sobre qué hacer con el Muro no la toman los políticos con el asesoramiento de los técnicos pasarán otros treinta años y seguiremos con el debate de si son galgos o podencos.
El Muro se construyó para proteger a la Villa de los embates del Cantábrico, como recuerda la cita de Jovellanos a la altura de la escalera número 5 de un paseo que por encima de todo tiene que ser para los peatones. No se trata de saber si es mejor uno o dos carriles; si debe haber una o dos direcciones. Si realmente queremos ser una ciudad moderna y con una movilidad sostenible, Gijón tiene que plantearse que el Muro es para los peatones y que si se hubiese ahorrado el dinero invertido en planes, concursos de ideas y soluciones a medias, posiblemente se dispondría del capital necesario para acometer lo que considero la solución irrenunciable: soterramiento total de la circulación para generar el auténtico bulevar peatonal que merece San Lorenzo. Lo demás será como mear y no echar gota.