«Debemos gritar que Xixón está contra la intolerancia; que no consentimos la exclusión por sentir, por amar, por querer, pues no hay sentimiento más maravilloso que aquel que nos hace personas»

Debido a que seguimos en una sociedad desigualitaria, es una pena que, a día de hoy, tengamos que seguir celebrando el ‘Orgullín‘, una cita con impronta y gracia gijonesa que, llenando la ciudad de tolerancia, alcanzó su undécimo aniversario el pasado fin de semana. Una tolerancia sincera, de los propios habitantes de la ciudad, de las propias calles, del propio sentimiento reivindicativo, sin que hiciera falta el empuje político del actual Consistorio; con total seguridad, será mucho menor durante los próximos cuatro años. Todo gijonés, toda gijonesa, debe dar las gracias a las personas que, cita tras cita, han llevado a cabo esta manifestación orgullosa, pues nos muestra o, al menos, permiten reflexionar a la ciudadanía el por qué se debe salir a la calle, el por qué se debe gritar a quien ama o con quien se quiere acostar uno o una, el por qué se debe repetir que la igualdad es un derecho fundamental de las sociedades. Se debe hacer porque 173 países no permiten el matrimonio a personas del mismo sexo. Se tiene que hacer porque 22 estados tienen leyes morales contra la diversidad sexual. Estamos obligados a hacerlo porque todavía hay ocho países en donde puedes ser condenado o condenada a muerte por amar.
Hay personas que, enquistadas en el arcaico patrón en donde la normalidad se encuentra en ‘varón, heterosexual, blanco’, siguen sin entender el significado de nuestro Orgullo. Se quedan en esa pobreza simple y discriminatoria, orgullosas de ese pensamiento, intolerantes, abiertos a mensajes en contra de la convivencia. Personas recelosas de aquellos y aquellas que, gritando su amor en público, puedan contagiar su ‘amariconamiento’ a la ciudad. Está claro que el ‘Orgullín’ es mal visto por individuos encorsetados entre la religión y la ignorancia, analfabetos emocionales y ciegos humanos, jueces y juezas de la moralidad y el civismo, tolerantes ante bravuconadas y comentarios grotescos sobre mujeres, y no así sobre el amor más libre que existe, aquel que ha logrado romper cadenas sociales.
Para mí es muy sencillo amar, es muy fácil querer en un parque, acariciar o ser acariciado, besar mientras cierro los ojos o coger otra mano sobre un mantel blanco. En esa manifestación pública de deseo o amor, no me encontraré con miradas juzgando mi comportamiento (para bien o para mal), no tendré que pensar en nada más que en sentir. Sin embargo, a nuestro lado, se encuentran parejas que sólo pueden rozarse con las miradas, estableciendo con sus gestos un lenguaje único, no compartido, imposibilitadas a hacerlo por pudor, vergüenza, miedo. Parejas con obligado recelo de abrazarse un día por la noche por si algún memo o mema vocifere comentarios o, peor aún, agreda verbal o físicamente al amor. Parejas volviendo, en su trabajo, al oscuro armario, protegiendo su valoración profesional, pues el amor puede conllevar repercusiones desconocidas. Parejas de adolescentes que se esconden, porque el grupo, maldito grupo donde muchas veces se esconden los cobardes, puede cambiar sus nombres por maricón o tortillera. El Colectivo de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales de Madrid (COGAM) establece que solo un 23% de adolescentes LGTBI han mostrado su orientación sexual por el miedo a los insultos y al aislamiento social.
Qué pena que experimentar el amor sea privilegio de la heterosexualidad y no del corazón o del deseo. Parejas de personas mayores, ocultas durante décadas, y todavía hoy lo siguen haciendo, por una cultura social desigualitaria donde a la vejez se le une su orientación sexual. Aquellos y aquellas que no tuvieron infancia, adolescencia ni juventud, aquellos que sufrieron la cárcel y el castigo, se les sigue excluyendo, pues las arrugas que muestran la experiencia y la lucha por la igualdad y derechos están llenas de soledad, y, junto a ellas, las residencias para mayores, de armarios vueltos a cerrar. Personas, todas ellas, que quieren sentir su cuerpo y el de quien les acompañe con la misma libertad que lo hago yo.
Ahora vendrán quienes digan que toda persona puede amar, sentir, querer, follar, a quien quiera. Que no pasa nada por mostrarse tal como sienten, que somos una sociedad tolerante y abierta.
Mentiras. Pueden hacerlo, eso sí, sin garantizar la ausencia de agresiones durante el transcurso de su vida. A pesar de los avances sociales, 280.000 personas (toda la población de Xixón) han sufrido ataques por su orientación o identidad sexual en el último lustro.
Mentiras. El 29% de las personas del colectivo LGTBI han sufrido acoso en los últimos cinco años, el 27% han sido discriminadas y el 8,6% han recibido agresiones verbales o físicas. Un millón de personas han sufrido por ser ellos y ellas.
Mentiras. La sociedad es más tolerante y abierta, pero aún queda camino por recorrer, seguimos con crímenes homófobos, prejuicios, injusticias sociales y discriminaciones. Hasta el 2018, la transexualidad era catalogada, a nivel internacional, como enfermedad mental, como lo era la homosexualidad hasta 1990, y en ese caminar todavía sigue siendo necesario el Orgullín.
No soy yo nadie para decir lo que debe hacer quien se siente, y lo es, discriminado, discriminada, lo soy para apoyarles, para apoyarlas ante la desigualdad, para decirles que llevan muchos años de una lucha, a la que cada vez nos unimos más. Nos tocan momentos duros en el ámbito político, debemos gritar que Xixón está contra la intolerancia, que no consentimos la exclusión por sentir, por amar, por querer, pues no hay sentimiento más maravilloso que aquel que nos hace personas.