«Óscar González es noble, sincero, con carácter y sensible. Y uno de los personajes más reconocidos y reconocibles en Jovellanos City»
Es uno de los personajes más reconocidos y reconocibles en Jovellanos City. Su fama brilla en recónditas tertulias de Bajovilla y vuela hasta el barrio alto al ritmo del vuelo de un vencejo o al del rock, una de las confesables pasiones de Óscar González Vena; Oscarín para el Gijón del alma y la Cimavilla que da cobijo y buen mantel. Tuvo un garito en los 80 con su socio: Paco Pino: el ‘Pub Pino’ organizaba viajes para asistir a conciertos por todo el territorio patrio y en sus paredes retumbaban los Stones y Led Zeppelin.
Cerrado el Pino, montó Oscarín otro bar dedicado al rock y bautizado con el nombre de ‘El Busgosu’ en la Avenida de la Costa. En el verano de 1986 había una fecha marcada a fuego en el calendario del barman: el 12 de julio Rory Gallagher iba a dar un concierto en la plaza de toros. El 11 ya se sabía que el virtuoso guitarrista descansaba en el Hotel León, ese mismo día dos paisanos entraron por la puerta del local. No se trataba de la visita de unos parroquianos habituales y como dos forasteros en el lejano oeste despertaron la curiosidad en ‘El Busgosu’. Pidieron dos garimbas del tamaño de Dublín y acabaron invitando a todo el bar al concierto del día siguiente. Los sedientos muchachos eran Rory Gallagher y su hermano buscando la eterna y mágica combinación: cerveza y Rock and roll.
Años más tarde el barman-rockero conseguiría una fórmula de éxito desde la ‘Taberna Gigia’: dar de comer a buen precio y en abundancia. Sus patatas tres salsas fueron replicadas en las cartas de casi todas las sidrerías de la ciudad. En el verano de 1994 al carismático hostelero se le metió en la cabeza la idea de organizar un concierto faraónico en el cerro. Su amigo Rafa Kas estaba tocando con ‘La Unión’ en Oviedo y, cuando la ovación cerraba los postreros bises, un enviado de Oscarín le dijo a Rafa que la movida en el cerro no presentaba buena pinta. Kas tenía que echar una mano a su colega. Llegó el último vikingo, el gran Rafa Kas al cerro y allí estaban Carlos Redondo, Jaime Beláustegui, Félix Limaña y otros treinta mortales. Tocaron, cantaron, sudaron, se abrazaron y bebieron hasta que la noche se tornó en cegadora mañana…
Disfrutar con amigos e ilusionarse con las cosas bien hechas está por encima del dinero para un ser humano como Óscar González Vena. Noble, sincero, con carácter y sensible. Aunque en ocasiones se disfrace de tipo duro. Los perros son otra de sus pasiones, no puede vivir sin un aliado peludo. Ya puede ser un dogo argentino o una perrina de aguas. Tiene su casa desde hace once años en la calle Escultor Sebastián Miranda, el coqueto chigre se llama ‘La Mar de Vinos’, mas el populo dice «vamos a Oscarín». Allí sirve unas riquísimas tostas en pan de leña y con tomates jugosos, croquetas de cecina, buenos cortes de vacuno, potes y fabadas que nos llevan de repente al recuerdo del fogón sin prisas, a la cocina de carbón. Cuenta la barra de ‘La Mar de Vinos’ con las mejores tortillas de Cimavilla, gloriosas y celebradas entre los culetes del antes y el gin-tonic del después. Un hostelero entregado, un paisano de gran corazón aunque sea del Real Madrid. Y es que nadie es perfecto, ni el mismísimo Oscarín.
Solo hay un pequeño fallo, el Bar Pino y el Busgosu, no los abrió el.