«Gijón principia como el otoño, moroso y convulso, en un tiempo de planes de vías, de planes de resiliencia y así en este plan, hasta el punto de inventarse un barrio en el Cerillero, con otro nuevo plan«
Otoño principia triste, como un gato viejo, buscando una racionalidad de la vida que, a duras penas, se encuentra. Mientras, un volcán vomita las entrañas de la tierra en la vieja Atlántida, como si la tierra se reordenara, y buscara imponer una racionalidad que nada tiene que ver con la racionalidad humana. La tierra busca su revancha, también acumula rencores, odios, condenada siempre a ser ella ante la mirada penitente de los hombres. Lo que más me fascina de un volcán es su insolencia.
Gijón principia como el otoño, moroso y convulso, en un tiempo de planes de vías, de planes de resiliencia y así en este plan, hasta el punto de inventarse un barrio en el Cerillero, con otro nuevo plan. Todo esto nos hace prever que la ciudad es una nebulosa, una idea informe, incapaz de mantenerse en el papel de forma conjunta y unitaria. Me gustaría ver, al menos, una línea firme sobre el mapa, una idea que sea imperecedera ante las fauces del tiempo, capaz de sostenerse más allá del plano, como una verdad galvanizada de cualquier incertidumbre.
Este Gijón vago, convulso y moroso tiene su expresión política en el porvenir de los partidos. A un PP roto se suma Ciudadanos, con una oposición muy definida en el consistorio pero completamente indefinida desde el partido. Hay quien opina que todo esto le está dando vida a Foro, pero el partido de Jesús Martínez Salvador lleva demostrando fuste desde hace mucho tiempo. Basta que cite el nombre de su presidenta para que tiemble el misterio del sanchismo. El otoño pues, es un levantamiento de espadas, una sonata que opone el desencanto del Marqués de Bradomín y la petulancia del Marqués de Montenegro que vuelven, nuevamente, a cruzarse torvamente la mirada. La derecha, en esta ciudad, tiene vocación de esperpento. La izquierda, tan inclusiva, tan correcta, se mantiene a costa de otros muertos.
Llega el otoño y vuelvo a Valle Inclán, que es la manigua literaria de la que bebe uno cada año como un peregrino. Hay quien hace la Ruta Xacobea y otros, como yo, que no se levantan del sofá para preñarse de misterio gallego, malditismo y, sobre todo, lenguaje y continuar haciendo la columna sádica, distinguida y cruel con la que desayunan los políticos de esta ciudad cada mañana. Llega el otoño, querido y desocupado lector, con su justicia imposible, volcánico y la sintaxis que es, hasta la fecha, el único consuelo que nos da la razón.