«Queremos formar parte de un país en el que no quepa la ideología que persiga a todo aquello que no les gusta y que defiende el poder del ‘señoro'»
Seguro que estaréis conmigo en que el asunto político, allá donde miremos, está profundamente enquistado en el enfrentamiento sin más y, en muchas ocasiones, en la pérdida absoluta de la realidad del país-región-municipio en el que vivimos. Es complicado seguir cualquier proceso de los varios que están abiertos ahora mismo, que tengan detrás como responsables a distintos políticos o ex políticos, sin llegar a volverse un poco loco. Entre toda esta niebla, el país mantiene una modernización y un avance, en todos los aspectos, innegable, o al menos innegable para cualquiera que se base en la razón, y no en la ignorancia. Baste recordar el ‘nivel’ en cuanto a representación institucional que teníamos con un presidente como el señor M. Rajoy, a quien daba bastante vergüenza ajena ver intentando desenvolverse como representante de un país en pleno siglo XXI. Más allá de afirmaciones de chigre, chascarrillos cansinos y tópicos costumbritas propios de la España de otro siglo al que nos tenía acostumbrados este señor, el avance y mejora actual, en todos los aspectos, como país ha sido arrollador.
Pero, desgraciadamente, de todo ese avance y de esa situación boyante y generadora de ocio y bienestar surge muy habitualmente el odio hacia la mejora del conjunto, de la sociedad. Un odio que la ultraderecha medieval del país ha llevado esta semana hasta el vómito con su propuesta de expulsión de siete u ocho millones de españoles, de la que no solo no se han retractado, sino que además el propio señor portavoz de esa ultraderecha rancia en el Parlamento español ha mantenido este miércoles, reafirmando esta idea entre descalificaciones, insultos e insidias al presidente español, Pedro Sánchez. No deja de asombrarme nunca la desfachatez continua de este tipo de personajes -como es el líder de ese partido rancio- que, sin aportar nunca nada que sirva de algo al conjunto de los españoles, se pasan el tiempo lanzando acusaciones al Gobierno de nuestro país, entre las que siempre hay una que destaca: la de vivir en una dictadura. Hay que ser objetivamente necio para, en el mismo hilo discursivo, acusar de dictadura y represión mientras no se paran de soltar descalificaciones a ese supuesto «poder represivo» que es, precisamente, el garante de su libertad de expresión. Es por estas cosas que hay semanas en las que considero que es necesario sacar la lupa de nuestro Gijón, y pasar por alto el rancio abolengo con el que tratan de impregnar desde el actual Gobierno conservador entre toros, crucifijos, infografías, alabanzas militares, monárquicas y todo el kit de buen español de baratillo de chino, a nuestra ciudad.
Salir de ahí y plantearse que hay representantes políticos, y partidos políticos con representación, que reniegan de la existencia de la violencia machista, que no creen en la libre orientación sexual y de género, que quieren perseguir y señalar a aquellos que sean diferentes… Corrijo: que sean diferentes y no sean millonarios -véase «gente bien», «afortunados», «élite», etc.-. Porque si eres diferente, pero con pasta, entonces para ellos no hay problemas. Debemos, entre todos a los que nos gusta sentirnos españoles, no por llevar banderas made in China, sino por sentirnos parte de un trozo de tierra plural, abierto, alegre, acogedor y respetuoso denunciar esto. Queremos formar parte de un país en el que no quepa la ideología que persiga a todo aquello que no les gusta y que defiende el ‘poder del señoro’, ese poder que debe erradicarse de raíz a base de educación, información, pero también de firmeza y de dejar claro públicamente, que las posiciones salvajes, deshumanizadoras, racistas, clasistas y machistas son irracionales, injustas e insostenibles.
Ante todo, eso y frente a todo eso, solo cabe posicionarse. Siempre.
