Curtida desde hace décadas sobre las tablas del mundo teatral, la artista y activista jienenses recalará el domingo en Avilés para participar en el III Campus Feminista de la ciudad
Toda causa necesita héroes, mártires, banderas y referentes. También la del feminismo, desde luego; sobre todo, en un momento de su devenir en que hechos como el reciente ‘caso Rubiales’ le han insuflado una proyección y una trascendencia tales como no se veían desde hacía años. Y, de entre los iconos sociales surgidos al calor de ese movimiento, Pamela María Palenciano Jódar (Andújar, 1982) figura entre los más reconocibles de este país. Actriz y activista a partes iguales, convencida hasta lo más profundo de su ser del poder que la simbiosis del feminismo y el arte tiene a la hora de remover de conciencias conciencias, esta discípula de la emblemática Alicia Morillo, «en permanente deconstrucción de los privilegios del machismo», como ella misma afirma, recalará a las 11.45 horas de este domingo en la Casa de las Mujeres de Avilés para participar en el III Campus Feminista de la ciudad, organizado por su concejalía de Igualdad. Su participación, titulada ‘Deshilando las violencias machistas’, servirá de acercamiento a su conocido monólogo ‘No sólo duelen los golpes‘, tan elogiado como criticado en las dos décadas que lleva representándolo, pero también como presentación de ‘Arrancamiento‘, su nuevo trabajo, un desgarrador relato del calvario que sufren las madres a las que despojan de sus hijos.
Desde hace años, la suya es una cruzada contra lo que define como «violencias patriarcales poco conocidas». ¿A qué se refiere con esa expresión?
A las violencias como el gaslighting o el ghosting. Es, por ejemplo, cuando tu pareja decide dejar de hablarte por decisión propia. O los «No te cuento lo que me pasa porque no quiero», te dejo en visto, te hago sentir que la culpa es tuya por ponerte la falda que no debías, o por hablar con quien no debías… También cuando un niño critica a su padre que le haya puesto la mano encima a su madre, y él argumenta diciendo que ella está loca o miente… Por no olvidar las denuncias falsas dentro de la familia, que es lo que trata ‘Arrancamiento’.
Hoy por hoy, con todo lo que se ha avanzado, ¿hasta qué punto semejantes conductas están arraigadas en nuestra sociedad?
Lo están porque se han asimilado como algo normal, distinto de lo que usualmente se ha entendido como violencia. Todavía hoy violencia es la sangre, la muerte, los golpes, el feminicidio… El ‘piquito’ de Rubiales a Jenni Hermoso no se ve como violencia. Darle un beso a alguien de forma eufórica no suena como algo violento o feo, pero luego te das cuenta de que lo ha hecho el jefe, ante las cámaras, en un contexto en el que ella no pudo reaccionar. Y es verdad que en España hemos avanzado muchísimo, hemos hecho visible lo invisible, pero aún queda mucho pendiente. Menos que hace cinco años, cierto, y vamos por el buen camino, pero necesitamos que el movimiento feminista esté unido, aunque haya diferencias entre corrientes. Las disidencias son normales, porque como no somos dogma… No somos un movimiento fascista.
Entonces, ¿admite que existen diferentes feminismos en este país?
¡Claro! Es que lo que el movimiento feminista tiene de riqueza es, precisamente, que es algo plural. Por eso no se convierte en algo dogmático. A mí, lo que me encantó de hacerme feminista fue descubrir que hay varias corrientes, dentro de que todas creemos en un mundo de igualdad de derechos entre hombre y mujeres, más justo y humano. A partir de ahí, está feminismo de la diferencia, el de la igualdad, el institucional, el anarcofeminismo, el ecologista, el negro o gitano… Hay un montón de ramas que se centran en detectar cuáles son sus propios ejes de opresión. Y cada uno de esos colectivos agradece a la mujer blanca burguesa, a aquellas sufragistas que lo iniciaron todo, su contribución, pero hay otro feminismo negro, por ejemplo, que defiende su propia realidad. Es una pluralidad como la del teatro, que no se hace de una única manera. Y eso me apasiona.
«A lo que incito es al odio hacia el patriarcado, no hacia los hombres; mi discurso se saca mucho de contexto»
Ya que menciona el arte escénico, lleva veinte años representando ‘No sólo duelen los golpes’, y ha quedado claro que su contenido polariza de forma flagrante al público. ¿A qué cree que responde esa crítica, a menudo virulenta, contra su discurso?
Yo la achaco al miedo que esas personas críticas tienen. Son seres humanos y, como tales, temen perder esa posición de privilegio que han ostentado, que entienden que es su derecho. Cuando nos atacan diciendo que adoctrinamos, que estamos incitando al odio, lo hacen sintiendo que amenazamos lo que interpretan como derechos humanos, cuando lo que son en realidad es privilegios. Ojo, entiendo que haya ese miedo. De nuevo, es otra virtud del teatro; tiene esa capacidad de ayudar a ponerse en la piel de todos los personajes.
¿Usted diría que planteamientos como los suyos no se entienden, o no se quieren entender?
Las dos cosas. Creo que hay una buena parte que no se entiende, y otra que, efectivamente, no se quiere entender. Los segundos suelen ser los que nos niegan, porque sí lo comprenden y saben de nuestra existencia. Y, luego, es verdad que nosotras, a la hora de hacer pedagogía, tenemos dificultades para dar con la forma de que todo el mundo comprenda lo que queremos transmitir. Hablamos con discursos muy naturales, que creemos que serán accesibles para todos… Y, de repente, acudes a hacer pedagogía en las aulas, y te encuentras conque hay quienes no entienden qué significan términos como, por ejemplo, patriarcado.
Han llegado, incluso, a acusarla de odiar a los hombres…
Han dicho que mi discurso incita al odio contra los hombres. Sobre eso, tengo que alegar que muchas cosas han sido sacadas de contexto. Quienes lo hacen garran lo que les da la gana de mis redes sociales y, claro, luego pasa lo que pasa… A lo que incito es al odio hacia el patriarcado, para acabar con las relaciones de poder. También con el que yo misma tengo dentro, claro. No me gusta este sistema formado por clases sociales, en el que unos se encuentran por encima de otros. Se atañe a que es fruto de la suerte. «Como he tenido la suerte de nacer en España, y no tengo la culpa de que en Centroamérica ocurra lo que ocurre…». No, mira, perdona, es que no es la suerte lo que debe primar. Ninguna persona blanca se ha sentido discriminada por serlo en ningún país. Quiero acabar con eso, y lo odio, pero no odio a los hombres. Detesto la masculinidad hegemónica que hay en los hombres, en algunas mujeres y en ciertas orientaciones sexuales. A partir de ahí, mi discurso se ha sacado mucho de contexto; no se ha entendido cuando hablo de violencia estructural y reactiva. La estructural se da porque sí, y la reactiva es que Jenni Hermoso le hubiera pegado un empujón a Rubiales cuando le dio el ‘pico’. Eso último siempre será más censurable que el propio beso, que fue el ‘piquito’ del jefe, algo que no se percibe tan grave. No quiero ninguna violencia en el mundo, pero debemos asumir que, como sociedad, vivimos en un mundo violento.
Recientemente el acto José Coronado volvió a ofrecer unas declaraciones polémicas; en una entrevista ofrecida al diario El Mundo, se preguntaba «¿Por qué no voy a decirle a una mujer lo guapa que está? Con educación, da alegría a la vida». Y no es la única celebridad, hombre o mujer, que ha manifestado puntos de vista parecidos en los últimos tiempos… ¿Cómo encaja estas opiniones?
Lo primero de todo, José Coronado, para mí, es un gran actor, y lo voy a admirar siempre por ello.. Pero eso no quita que el hombre no se entere. Esta gente que hace estos comentarios vive en una especie de burbuja, convencida de que lo que pedimos es eso. ¿No dice el refrán eso de «Cree el ladrón que todos son de su condición»? Creen que tenemos un pensamiento fascista, que estamos obsesionadas con llegar a ser pulcras y moralistas. Lo que queremos es que, si nos dicen cosas, sea con consentimiento. Ahora bien, si te educan para que desde niño digas guapa a cualquiera, te dé permiso o no… Esa campaña se acabó; el mundo ha evolucionado. Si pensamos en que Martes y Trece hacían chistes de sobre que el marido pegaba a la mujer, es verdad que todos nos reíamos entonces, pero eso ya no se puede hace porque la sociedad cambia y avanza. Dicho esto, claro que ahora no se puede soltar «Guapa» a cualquiera así, de la nada. Pero si ella te da signos de consentimiento, adelante.
Usted misma fue víctima de violencia machista a manos de un hombre que la maltrató e, incluso, trató de acabar con su vida. Es lo que algunos sectores, especialmente en el campo político, insisten en nombrar ‘violencia intrafamiliar’. A su juicio, ¿por qué es importante la diferenciación de conceptos?
Porque la violencia intrafamiliar es un conceptos que engloba todo lo que ocurre dentro de la familia. Puede ser violencia de una madre contra un hijo, que simboliza la superioridad del adulto sobre el menor; o de un padre o madre contra un abuelo, con un componente de gerontofobia basado en que el anciano ya no sirve porque toma pastillas. Incluso abarcaría cuando un humano pega a un perro; eso también está dentro de la familia. En cambio, la violencia machista tiene que ver conque el hombre pegue a la mujer por el mero hecho de ser mujer. El concepto que engloba todo es ‘violencia patriarcal’; es el padre de toda la violencia. Es el esquema del fuerte frente al débil, que se aplica a cualquier otra variante, pero que a algunas compañeras feministas les cuesta entender. En mi caso particular, fue en El Salvador donde abrí los ojos.
¿Por qué allí, en El Salvador?
Es el país centroamericano más violento. Viví ocho años en él, y eso me cambió la perspectiva de la vida. Sin ir más lejos, en la agencia de cooperación en la que trabajaba estaba fijado por convenio que mi título europeo tenía mayor validez que uno salvadoreño mayor, por lo que yo cobraba el doble. Con eso, flipe. Trabajaba lo mismo que otras, y sólo por ser europea y blanca me daban privilegios. O el clásico de ver que en los controles de los aeropuertos paraban para inspección sólo a aquellas familias en las que alguno de los miembros no era blanco. Cuando ves el racismo estructural de base, te haces muchas preguntas, porque entiendes que está construido así.
En el caso de España, la entrada en el Congreso de los Diputados de ciertas fuerzas políticas ha dado voz al discurso que niega la violencia machista. ¿Cree que ese hecho se hace notar en las calles de este país?
Es un fenómeno internacional. La entrada de la ultraderecha se dio en el mundo entre 2015 y 2017, y ha hecho que todo cambie a peor. Antes había personas que se cuestionaban si debían decir lo que pensaban: que el negro fuese negro, que el maricón fuese maricón… Pero ahora se puede pensar lo mismo que hace veinte años y, además, decirlo. Así como yo toco el corazón con mis obras, esta gente ha tocado el miedo. Todos tenemos miedo a lo diferente, y eso es peligroso, porque acabas haciendo daño por miedo.
Las cifras de mujeres asesinadas es abrumadora. Mediado septiembre se contabilizaban 42 en lo que va de año, y 1.226 desde 2003…
Cuántos maltratadores he visto condenados, y que decían que estaban en la cárcel por culpa de un montaje policial… Eso es lo que genera ese discurso. Pero hay un señalamiento contra el maltratador; se le marca con el dedo y se piensa que sólo es eso. Y no. Rubiales, que podría haber pedido perdón, y no soltar toda la mentira que montó, también tiene su lado de luz. Ese hombre fue niño, se crió, fue vulnerable y sensible… Lo que pasa es que, en un momento dado, se desconectó de esa empatía. El maltratador no es malo veinticuatro horas al día. Y explicar eso es difícil.
Ya que vuelve a mencionar al expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, ¿en qué momento se encuentra el caso que su beso a Jenni Hermoso desató?
Ha servido de mucho. Si hasta ha salido a nivel internacional… ¡La respuesta global ha sido increíble! Tenemos que dejar a nuestras niñas claro que nuestro cuerpo es intocable, ya jueguen a fútbol, a baloncesto, patinen o lo que sea. Ha sido como lo de ‘La manada’, que trajo a colación la ley ‘Sólo sí es sí’. Miles de mujeres salieron a las calles entonces, y eso valió para mucho.
«La del ‘Sí es sí’ no es una ley de Podemos; recoge todo lo que el movimiento feminista pedía. Lo que ha faltado con ella es tiempo»
Trae a colación la ley ‘Sólo sí es sí’, una de las más polémicas de la legislatura pasada. Desde su punto de vista, ¿ha sido un éxito o un fracaso?
Las sombras se las pone quien la aplica. La ley no tiene ninguna sombra. La ley no dice que saquemos a los violadores de las cárceles. Y lo aplica de ese modo quien tiene mala baba, el que está en contra del feminismo y tiene todo el poder de ser juez o jueza. Esas personas la aplican ‘objetivamente’, pero optando por rebajar la pena. La idea no era esa; era poner el foco en todo lo bueno que se está haciendo para definir cuándo es abuso, agresión… De eso se ha dejado de hablar. Es como lo que ocurrió con la ley de violencia de género de 2004; aquella era sólo en pareja , pero pasó un tiempo hasta que se revisó. La del ‘Sólo sí es sí’ tendrá que revisarse, pero no ha nacido como una norma para rebajar penas.
Sí, pero… ¿No cree que, tal vez, debería haber blindado más, precisamente, para evitar esas arbitrariedades en función del juez?
Claro. Lo que ha faltado es tiempo. El Gobierno tuvo que tener en cuenta los tiempos legislativos, e Irene Montero, que es la señora más criminalizada de este país, decidió correr el tiempo que estuviese en el Ministerio, y poner sobre el papel todo lo que el movimiento feminista pedía. Porque esta ley no sale de Podemos, de Montero o de Pablo Iglesias. Todo lo que recoge la ley lo dijimos nosotras.
La juventud ha sido uno de los colectivos que más se han posicionado ante dicha ley… Y también uno de los más elogiosos y críticos con su propio trabajo teatral. ¿Cómo ha evolucionado la posición de los jóvenes frente a la violencia en los últimos años?
La juventud es reflejo del mundo adulto. Ha habido un avance muy grande hasta 2018; entonces entró una corriente antifeminista muy potente, que promovió esa desigualdad que ahora observamos entre algunos jóvenes. Se han creado perfiles, ‘youtubers’ y ‘tiktokers’, que viven de monetizar el odio contra el feminismo. Dicho esto, confío mucho en la juventud de este país. Creo que muchos de aquellos que han venido a mi espectáculo creyendo que es una charla ‘feminazi’, cuando lo han visto, se han ido de manera muy diferente. Mejor quedarse con eso. Hasta que no ven un discurso que les toca el corazón no logran entender qué es el feminismo.
¿Y cuál es su secreto para conseguirlo?
El arte. El teatro es muy emocional, y conecto con mi historia. Eso llega al corazón del público. El arte, en general, es lo que nos hace ser humanos. Si no tuviésemos el arte como forma de expresión y de exploración, creo que esta sociedad seguiría siendo cavernícola. El arte es lo que nos salva de ir por la vida matándonos.
‘Arrancamiento’, su más reciente trabajo, se enmarca dentro de ese arte que manifiesta sobre el escenario. ¿Qué se encontrará el espectador: placer o sufrimiento?
Va a disfrutar y a sufrir. Está hecha para las dos cosas. Verán en ella cosas que no quien ver, o de las que no quieren hablar, pero también la disfrutarán porque el arte tiene esa capacidad de transformar el dolor en placer. Y, a diferencia del cine, no tienes un botón de ‘Pausa’ con el que parar la representación. Esta obra narra esa historia de la infancia que nunca te van a contar. La de miles de mujeres a las que se arranca de sus hijos, castigadas por un sistema que cree que el padre siempre tiene la razón. Y hay casos espeluznantes, como el de Jennifer Lara o el de Juana Rivas. Pensar en que se dude de esas madres a las que sus hijos les dicen «Papá me echa pipí blanco en la cama»… El niño no se puede inventar eso. Pero lo que se determina es que la madre le está metiendo al niño en la cabeza cosas que no son verdad. De Rivas se cuestionó por qué se fue de España, por qué se escondió… Que te cuente su vida. Una madre protege a sus hijos, no los secuestra. ‘Arrancamiento’ habla de eso.
Y con Asturias como escenario de su próxima parada, en el marco del III Campus Feminista de Avilés… ¿Qué opinión le merece la labor activista que se realiza desde el Principado?
A Asturias le tengo mucho amor desde hace años. Me han llamado muchas veces, y me consta que tiene una lucha feminista muy potente. Allí se hacen cosas preciosas, pero que no se conocen en el resto del país porque, al final, parece que todo tiene que pasar por Madrid o Cataluña. El movimiento feminista asturiano lo conocí en 2010, en Oviedo, y flipé con la cantidad de mujeres y hombres que conocí luchando por hacer del mundo un lugar mejor. Son muy cuidadores, y las políticas son súper eficaces. Así que espero aportar mi grano de arena. Y, aunque soy una persona humilde, si mi nombre llama la atención para que otros vengan, mejor.