«Dejemos hacer al personal de la empresa municipal vinculada a festejos, pues ha demostrado sobradamente su valía y también su capacidad de escucha y atención, exijámosle, pues esta ciudad siempre es crítica, pero no mermemos jamás su capacidad de innovación»
Esta letra, junto con una puesta en escena novedosa, ha llevado a formular críticas importantes a la Cabalgata de Reyes Magos que abarrotó las calles de nuestra ciudad en la tarde noche del día 5 de enero. Muchas han sido las quejas del sector derechil de nuestro consistorio, muy pocas la, ahora, centrada postura de Ciudadanos, y ninguna del sector progresista, en un reflejo de la capacidad de mirar hacia nuevas metas sin quedarse solamente relamiéndose de pasado. Previamente a lo que a continuación él o la lectora pondrá atención, debo decir que la opinión dada a partir de ahora está formada y construida tan solo por lo leído y escuchado de la Cabalgata, y, por lo tanto, con gran posibilidad de equivocarme, pues los teléfonos estropeados existen, y la objetividad absoluta es una utopía inalcanzable.
Está claro que toda ciudad, todo pueblo debe conservar sus tradiciones, pues sin ellas nos quedaríamos sin buena parte de nuestra memoria, pero deberíamos pensar, al hacer esa defensa, en aspectos como: ¿quién las configura? ¿quién las crea? ¿quién consigue su arraigo y mantenimiento en un territorio? Las tradiciones son construidas, heredadas, modificadas o eliminadas, llegado el caso, por la sociedad. Incluso algunas de ellas, que tenemos ya interiorizadas, son recientes, aceptadas de manera implícita o explícita, e inculcando a las personas valores, normas de comportamiento o de ocio a través de la reciente reiteración, logrando con ello, por esa rápida repetición, parecer más antiguas de lo que son. Estas nuevas tradiciones se logran a través de situaciones recientes continuadas apoyadas en elementos o instantes del pasado, estableciendo con ello un futuro temporal. Cualquier práctica social repetida, convenida y con rutinas, cercanas a nuestro pasado, histórico o de costumbres, puede inventar una nueva tradición.
Tradiciones que poco a poco se van colando en nuestras vidas sin apenas darnos cuenta, costumbres foráneas que incorporamos, cambiando o eliminando las propias. Nos dejamos engullir por prácticas anglosajonas, orientales o mercantilistas, no existiendo muchas quejas a esa conquista silenciosa, abrazándolas y alabándolas sin protestar. Halloween, hablando de infancia, es una de ellas, usando de apoyo nuestro antiguo Samaín, tradición celta que deberíamos seguir apostando por su recuperación frente a otras costumbres, pero también tenemos el Black Friday, el día del Soltero o Soltera, ambos usando el espíritu tradicional de las “rebajas”, o el Oktoberfest, que se empezó a escuchar cuando varias calles se llenaban de cervecerías con aire bávaro. Todas ellas son tradiciones de lugares cercanos o lejanos que han llegado a nuestro país con la fuerza que da la economía, cambiando nuestras costumbres apoyándose en nuestro pasado.
Es más complicado erradicar de la vida de una ciudad, de un pueblo, las tradiciones arraigadas en su piel, y lo que es seguro es que nunca se logrará su eliminación, de manera unilateral, a través de la parte política, como se lleva escuchando durante estos días por partidos de la derecha. Las tradiciones perviven en el identitario de una sociedad, ya que están tan incrustadas en la manera de entender y vivir la ciudad, los tiempos y los espacios de la misma, que forman parte del sentir y el palpitar de sus habitantes. Excepto que se legisle para ello, y eso solo se hace si dichas tradiciones están en contra de Derechos o Leyes, es muy difícil su desaparición basándose en la visión ideológica de unos pocos. Aunque es evidente que la actuación política, por acción o inacción, puede condicionar su devenir, no es menos evidente que la fortaleza del pueblo, el orgullo ante las tradiciones y su forma de entender actos rutinarios y sociales, hace muy difícil la desaparición de las mismas sin que exista la convivencia decisoria de la ciudadanía. No recuerdo haber visto a político alguno, del signo que fuera, intentar quitarlas, a no ser que fueran contrarias a Derecho o Ley, pues se entiende la importancia de las mismas para la construcción de identidad de la ciudad. De manera antónima, dando la espalda a la sociedad o creyendo que la sociedad es de unos pocos, sí se han visto dictaduras eliminar de un plumazo lo que antes era de todo un pueblo, de toda una manera de entender la vida. En nuestro país, el franquismo, eliminó, alegando Dios, patria y familia (familia como Dios manda) muchas de esas tradiciones que conformaban la vida de los y las españolas, nuestro antroxu, sin ir más lejos.
Pero también podemos hablar de cambios a las tradiciones ya establecidas que ocurren de manera silenciosa y paulatina. Si hablamos de modificaciones navideñas, sin ir más lejos, la tan alabada pista de hielo, nueva tradición gijonesa, se va rodeando de artilugios que nada tienen que ver con la navidad y el invierno, ese pulpo mecánico pintado de blanco es más de una feria veraniega, pareciendo ser absorbidos por la sociedad, previo paso por caja, con la naturalidad que da el uso mercantilista del espacio público por unos pocos. Vinculadas a los Reyes Magos, fiesta religiosa que no debería jamás eliminarse por ser esa mentira universal de la adultez a la infancia que llena de magia e ilusión todas las camas, también han sufrido, o intentado que sufriesen, cambios. Por ejemplo, la tradición de nuestra ciudad, desde hace años, es que su llegada a la villa fuera en barco, arribando sus majestades al puerto gijonés, sin embargo, algunos que ahora se rasgan ropajes defendiendo tradiciones, les hicieron venir en helicóptero para dejarles en L’Atalaya o el invernal arenal de San Llorienzu (es cierto que hubo otro intento anterior, allá por 1992, pero se entendió el sentir de una ciudad, recuperándose el barco real al año siguiente). Seguro que en 2013 hubo protestas por ese vuelo, e incluso yo, que sigo creyendo en la magia, no me gustó esa ostentación aérea ni ese pasillo desde el lugar de aterrizaje al Muro, desangelada pasarela entre la magna arena. En 2019, velando por la salud animal, se eliminó la compañía de animales en la comitiva, aguantándose críticas ante una decisión que, espero, se mantenga en el tiempo, pues se ha visto, y aquellas personas que protestaban se han dado cuenta, que los animales no son meros objetos de belenes.
Todo ello, modificaciones en cabalgatas, pistas de hielo que se estiran, y nuevas tradiciones de calabazas con velas que se han comido el Samaín, seguirán ocurriendo, porque las tradiciones no dejan de ser elementos vivos de la ciudad, que, aun manteniendo y teniendo la obligación de proteger su sentido y su esencia, evolucionan sin darnos cuenta.
Volviendo a las críticas relativas al contenido de la Cabalgata, no estoy justificando para nada el sonido de acordes como “para hacer bien el amor hay que venir al sur”, estoy diciendo que, en una fiesta vinculada a los y las más pequeñas, con el máximo y total respeto a la infancia y al evento, se pueden probar cosas nuevas y valorar qué ocurre con ellas. Quizás no sea lo más adecuado todas de golpe, acróbatas, Assia, vestimentas, Raffaella, Rafa Kas, y, desde luego, no se ha estado acertado en esa parte del repertorio musical alejada de la edad a quien va dirigida la comitiva. No obstante, diciendo de antemano que no me gustó todo lo que leí, ¿por qué no vamos a intentar aportar otras cosas al pasado para que queden en el futuro? Si quien critica ahora las novedades, hicieron aparecer, durante siete años, tres reyes de Oriente en helicóptero o en dromedario, eliminando la estampa del puerto deportivo de Xixón, me pregunto ¿solo tienen ellos y ellas la capacidad de aportar elementos, realizar modificaciones a las tradiciones de nuestra ciudad?
Ante esa mirada parcial, deberíamos pensar, y proponer, pues las críticas son positivas si se acompañan de alternativas, otros aspectos que realmente puedan enriquecer la Cabalgata, decidiendo siempre desde los ojos de la infancia: lugares por donde transita, abriéndolo a más barrios, horarios aproximados de paso acomodados a los y las que lo miran, pequeños graderíos reservados para los y las más pequeñas y personas con movilidad reducida, carrozas más elaboradas que envuelvan de mayor magia los estudiados gestos de un Melchor, la sobriedad de un Gaspar o la sonrisa permanente de un Baltasar, pequeños fuegos artificiales en puntos de la ciudad permitidos por la seguridad, algo en las carrozas reales alegórico a nuestra cultura… son elementos que podrían formar parte de ese precioso recorrido.
Desde luego, tenemos en la ciudad, en la empresa municipal vinculada a los festejos que copan Xixón durante todo el año, trabajadores y trabajadoras con talento, bagaje, profesionalidad y conocimiento, con una gran capacidad de autoevaluación e inconformismo que hace que estén constantemente preguntándose y respondiéndose, buscando, investigando y proponiendo acciones y novedades para el beneficio de la ciudad. Prefiero esa capacidad de búsqueda que la monotonía del pensamiento que establece que lo perfecto es lo que ya existe. Dejémosles hacer, pues han demostrado sobradamente su valía y también su capacidad de escucha y atención, exijámosles, pues esta ciudad siempre es crítica, pero no les mermemos jamás la capacidad de innovación, pues se han ganado la confianza con los años, y en su inconformismo radica el crecimiento. La Cabalgata no la he visto, solamente he leído, pero prefiero los pequeños errores buscando la innovación que la comodidad de la inacción.
Da igual lo mucho que aplaudan los palmeros al Consistorio actual.
Lo hacen tan de pena, que hasta los ciegos pueden ver cosas tan evidentes como el que se haya convertido una Cabalgata de Reyes, un evento para los niños de la ciudad, básicamente, en un desfile politizado, donde se buscaba adoctrinar y borrar toda presencia del origen del desfile, que es origen cristiano, guste o no, sea uno creyente o no. Es como pretender que el fútbol no tenga origen inglés sólo porque a uno no le guste que tengan el Peñón de Gibraltar. El fútbol es una cosa, la política otra, y la Cabalgata debía ser eso, espectáculo de masas, como el fútbol, y no la cutrez que fue, que no sé si daba más risa o pena.