Entre un intenso dispositivo de seguridad, cientos de personas se han apostado en el Muro y en las calles aledañas para recibir a los ciclistas; vítores, aplausos y buenos deseos han sido la norma en los segundos que duró el cruce de los atletas
«Me tuve que poner a estornudar justo ahí… ¡Casi me lo pierdo!». Más bromeando que tomándoselo en serio, con una sonrisa de felicidad en su rostro y un dedo tembloroso pasando las fotos y más fotos con las que inmortalizó el momento, Claudio Santana, de 63 años, trataba de disipar de su memoria lo cerca que ese acceso respiratorio inoportuno estuvo a punto de privarle de la razón por la que hoy decidió bajar al centro de Gijón desde su hogar en Porceyo y a apostarse en la avenida Rufo García Rendueles, a orillas del Muro de San Lorenzo: el paso por la ciudad de la Vuelta Ciclista a España. De acuerdo, quizá hubiese una pizca de exageración en su testimonio, aunque la esencia es perfectamente válida. En cuestión de segundos, con los relojes señalando la una y veinte de la tarde, los corredores salidos media hora antes de Luanco pasaron como una exhalación ante los cientos de personas que, como Santana, no quisieron dejar pasar la oportunidad de ser testigos del icónico acontecimiento deportivo. Una experiencia escueta, cierto, pero suficiente para que, en ese breve lapso de tiempo, esos pocos atletas recibiesen el calor y el apoyo de la nutrida legión de admiradores.
Ya desde las doce y media los espectadores más madrugadores tomaban posiciones en las principales arterias que conforman el trazado urbano gijonés de La Vuelta, con el Muro como espina dorsal. Vecinos, asturianos llegados desde otros rincones del Principado, turistas y hasta seguidores del evento llegados expresamente para disfrutar de la etapa constituían esa variopinta corte. Ese carácter ecléctico lo demostraban las múltiples banderas que ondeaban al aire de la gris mañana, desde las archiconocidas de España y Asturias, hasta las, por tristes razones, cada vez más reconocibles de Venezuela, Ucrania y Palestina. Entre esa constelación de enseñas no faltaron otras más exóticas, como las enarboladas por cierta familia australiana de vacaciones en Gijón, y que aprovechó esa estancia en la ciudad para sumarse a los testigos de la competición. Por fin, alrededor de la una en punto la Policía Local y la Guardia Civil cerraron las calles al paso de vehículos rodados y, con un ojo puesto en la carretera y otro en el público, dejaron el paso expedito a los competidores.
El veloz paso de un primer grupo de adelantados arrancó las primeras ovaciones, intensificadas al paso del pelotón principal, y que alcanzaron su cénit cuando los últimos rezagados se perdían en el horizonte, como una manera de insuflarles el ánimo necesario para obrar el milagro y escalar en la clasificación. El joven Edgar Martínez, de diez años, fue uno de esos testigos entregados… Gracias, en buena medida, a la motivación que le dio su padre, Pablo, que no le perdía de vista. «Quería verlos más, o un poco más cerca, pero bueno… Me ha prestado«, admitía el más pequeño de ambos Martínez, resignado, frotándose las doloridas manos al acabar su particular aportación de aplausos. Precisamente el no acercarse más, ni él ni ningún otro, posibilitó que La Vuelta discurriese por el Muro sin incidentes, dejando para el recuerdo de espectadores y deportistas un recuerdo imborrable que, muy probablemente, durante lo que queda de martes copará redes sociales, comentarios y conversaciones.
La etapa de hoy, decimosexta de La Vuelta de este 2024, concluirá en Lagos de Covadonga, una dura ascensión para los ciclistas. Previamente, deberán plantar cara a los puertos del Fitu y de Llomena, que medirán sus habilidades sobre las dos ruedas.