
«La historia que les voy a contar sucedió en 1971, y en aquel entonces Pedro y el papa eran dos jóvenes jesuitas, el padre Cifuentes y el cura Bergoglio, cuyas vidas se cruzaron en aquel momento»

Queridos lectores…
Reconozco que el título de esta columna es un tanto engañoso (pero no falso), porque la historia que les voy a contar sucedió en 1971, y en aquel entonces Pedro y el papa eran dos jóvenes jesuitas, el padre Cifuentes y el cura Bergoglio, cuyas vidas se cruzaron en aquel momento. Del segundo poco tengo que añadir; estos días se han celebrado sus exequias en Roma. El padre Cifuentes, por su parte, desarrolló toda su vida sacerdotal en mi querido Colegio Inmaculada, del que fue rector (le guardo eterno agradecimiento por lo que hizo por mí y por mi familia) y profesor de Música y Filosofía. Y claro, para nosotros era «el Cifuentes» o «el ‘Chifu'».
El asunto es que cuando, el 13 de marzo de 2013, Bergoglio fue elegido papa, me acerqué al colegio para felicitar al padre Cifuentes por el primer pontífice jesuita de la historia. Y allí, sentados en su despacho, con un Ducados cada uno, me soltó la bomba:
- ¿Sabes, ‘Chopis’, que yo estuve un año en Alcalá de Henares conviviendo con él? (‘Chopis’ es como me siguen llamando mis compañeros y muchos profesores; creo que, gracias a estos artículos, algunos habrán descubierto mi nombre de pila. Pero sigamos con el páter…).
- ¿Habló mucho con él? ¿Se trataban con frecuencia? ¿Cómo era? ¿Llamaba la atención por algo en concreto? ¿Será un buen papa? (en ese momento, a este pobre gacetillero se le dispararon el cortisol y los neurotransmisores, y no preguntaba; disparaba).
- ¡¡¡ ‘Chopis’, ‘Chopis’!!! ¡¡¡Cómo sois los periodistas!!! (todo ello, en medio de una gran carcajada al más puro ‘estilo Cifuentes’; una sonrisa abierta, limpia y con un punto de niño travieso). Vamos por partes. Pues sí, estuve un año conviviendo con el nuevo papa en Alcalá. Los dos estábamos haciendo la ‘Tercera Probación’ (que es la última etapa de formación de todo jesuita, sacerdote o hermano, antes de su incorporación definitiva en la Compañía de Jesús).
- ¿Le trató mucho? ¿Cómo era?
- Pues… ¡Yo diría que un hombre bastante conservador! Por ejemplo, cuando casi todos ya no usábamos sotana, el seguía poniéndosela, pero raída y muy gastada. ¿Te acuerdas del padre Balbuena?
- ¡Claro! Se le veía a cien metros con aquella sotana con tripón, limpia pero remendada. También me acuerdo de que siempre iba con zapatillas de paño o unos zapatones que parecían de madera. No sé cómo los aguantaba.
- ¡Exacto! Pues Bergoglio era un tanto así. Cuidaba su ropa y la usaba hasta que no había forma de coserla.
- Eso está bien, páter, pero algún café se tomarían…
- Sí, y además le gustaba pasear por la calle. Entonces era relativamente frecuente que a los curas de sotana les dijeran algún insulto, pero él no sólo se lo tomaba bien, sino que aprovechaba para charlar con el ‘hereje’. Era un gran conversador; escuchaba muy bien, preguntaba más que respondía y oírle era muy divertido. ¡Pero vamos, ‘Chopis’, que cierra el colegio!
- Una última pregunta… ¿Será un buen papa?
- ¡Qué preguntas haces! Eso solo lo sabe Dios.
Quiero añadir una historia que sucedió en otro momento. Seguro que se acuerdan cuando el papa dijo «¿Quién soy yo para condenar a los homosexuales?». Pues un día estaba hablando con el ‘Chifu’. «¿Habrá perdonado Dios a Judas por traicionar a Jesús?». «Eso solo lo sabe Él. En cualquier caso, nosotros no podemos condenar a nadie y, al final, solo podemos confiar en la infinita misericordia del Padre».
¡Ahí tienen al papa Francisco! Según sus propias palabras, ni él, ni ningún clérigo puede sentenciar a una persona por ser homosexual. Solo que el papa dio un paso más: ordenó a todos los sacerdotes que den su bendición a las parejas homosexuales (y a los divorciados que viven en «concubinato concupiscente»). Lo cuál significa un cambio radical en el pensamiento de buena parte de la Iglesia a lo largo de su historia: no solo los homosexuales que viven juntos (y los divorciados) no están condenados a las llamas del infierno, sino que Dios los quiere, y que serán sus buenas o malas obras las que determinen su destino. Eso sí, sin olvidar que Dios es, ante todo, padre, con la confianza en su ilimitada compasión.
A todos ustedes, si me han leído hasta aquí, muchas gracias. Les espero.