
La galopante crisis económica iniciada el año anterior marcó un Antroxu con un toque particularmente reivindicativo, en el que el caudillo astur se convirtió en hombre-anuncio, y por siempre recordado por la trágica muerte en el desfile de Isabel Suárez

¡Ay! Qué modernos y, sobre todo, qué ricos nos creíamos en los años 2000…
Pensabas en casarte y eso requería, casi por obligación, y porque todos tus amigos lo hacían, ir de viaje al sitio más lejanos, comprar el coche más grande y caro, la casa más estupenda (con garaje, claro)… Y, de paso, muebles de diseño que ni necesitabas. ¡Total, los bancos, de aquella, daban créditos a diestro y siniestro!
Pero llegó la ola de la crisis como un tsunami. Arrasó con todo. Muchos quedaron sin trabajo o tuvieron que cerrar los negocios. El pufo era de tal magnitud, que resultaría imposible de pagar ni en siete vidas.
Empezaron a tener que malvenderse los pisos, y las peticiones de ayudas al alquiler se dispararon, lo que supuso que las arcas municipales quedaran en números rojos.
Los comercios liquidaban todo lo que tenían en stock, dejando las calles de Gijón desoladas. Solo se leían los anuncios de alquiler a cada paso. ¡Un drama!
El Antroxu, reivindicativo de por sí, no dejó de lado el tema, y tanto charangas como grupos y carrozas se cebaron en críticas. Eso sí, la acidez, con ese toque de humor que siempre acompaña la fiesta más loca del año, despistó la crisis y los disgustos por unos días.
A nuestro rey de piedra también le llagaron dichas noticias, y la mejor manera de manifestarse, de bajarse del pedestal y ponerse en el lugar de los afectados por la crisis, fue convertirse en un hombre anuncio.
Él mismo intentó alquilarse.
Esa edición del Antroxu fue igualmente dramática por el fallecimiento de una de las participantes en él. Isabel Suárez, a la que rendimos homenaje desde estas líneas, se indispuso al terminar el desfile del lunes y, finalmente, falleció.
Pero, como bien se apostilló en el Entierro de la Sardina, «El espectáculo debe de continuar».