«El pensamiento de control y uso del cuerpo de la mujer existe (…) Darnos cuenta de ello conllevará llegar primero a una sociedad verdaderamente igualitaria en donde se garantice la protección de la vida de las mujeres, donde no tenga cabida ni la trata, ni la prostitución, ni los vientres de alquiler»
El caso ocurrido en Francia sobre la violación durante años a una persona ha conmocionado al mundo.
‘Pelicot‘ será recordado por siempre como uno de los casos más repugnantes que hemos escuchado en relación al paleolítico concepto de mujer como objeto de uso masculino. La Provenza, lugar fantástico de la campiña francesa, se tiñó de dolor, sorpresa y preguntas, pues a todos nos resulta incomprensible que alguien pueda realizar semejante inhumanidad al lado de sus vecinos y vecinas sin que nadie se percate de nada. Horror sin media sospecha, más cuando parte de sus habitantes estaban dentro de la barbarie. Debemos hacer una reflexión sobre si el camino hacia otra vía de socialización entre burbujas separadas es el correcto, si la desconexión entre las personas facilita el día a día o, todo lo contrario, nos aleja de nuestras necesidades más humanas. Creo que esta deshumanización hacia lo monstruoso se camufla en una sociedad cada vez más individualista, sin tener un conocimiento del otro, sin querer tener un conocimiento del otro. Debemos darnos cuenta que los monstruos no llevan un cartel en su pecho, tampoco tienen piel verde ni gran cola. Son gente ‘normal’, personas que viven al lado, que van a la compra y retiran la bolsa de la carnicería con una sonrisa. Son gente a la que saludamos en la mañana, sin darnos cuenta que, en las paredes de su casa, frente al ordenador o en cualquier lugar oculto salen las escamas.
Esos monstruos están en una sociedad mejorada con respecto a la historia pasada. Los datos corroboran una menor violencia en el mundo, menor número de personas hambrientas, menos guerras, aunque con una agresión, una persona que muere de hambre o una guerra ya es mucho. Una sociedad en continuo movimiento, en constante cambio, intentando mantener el equilibrio y el orden colectivo adecuándose a las necesidades que conlleva una realidad también cambiante. Sin embargo, a pesar de los años, a pesar de la mejoría en el mundo, hay cosas que todavía se deben conseguir. Parece mentira que, en pleno siglo XXI, debemos todavía reclamar derechos que no son propiedad de nadie, sino de todos los seres humanos. Derechos reclamados porque devolver espacios y poderes copados es tremendamente costoso para aquellos propietarios de lo común.
Entre esos elementos anquilosados en nuestra sociedad está el racismo, pues el racismo, no se nos olvide, es una forma de dominación. Estos días ha sido tema de conversación, no solo por el número de personas que llegan tras luchar contra la mar, huyendo de la guerra y el hambre para vivir mejor, jugándose incluso la propia vida, sino porque una persona rica, famosa, que también sufre el racismo, pidió que España no albergara la Copa del Mundo de Fútbol si no se daban más pasos para evitar la discriminación por el color de piel. El racismo está en nuestra sociedad. Decirlo en cualquier lugar, también desde un estadio, es lo que hace posible combatirlo. No debemos negarlo por la sola visión de nuestro entorno más cercano; debemos mirar los números que son la verdadera fotografía general de lo que ocurre. Con el 44% de los delitos de odio provocados por racismo y xenofobia todavía nos preguntamos cosas como «¿Es España un país racista?» Cuando manifestamos que somos uno de los países menos racistas de Europa estamos respondiendo implícitamente a la pregunta formulada, usando la comparanza con el resto de Estados como justificación de una situación existente. ¿Hay racismo en España? Sí, en eso no hay debate, porque en la respuesta se habla siempre de los otros, no de uno mismo. ¿Por qué cuesta tanto cambiar la rémora de un pasado colonial? Estamos en el camino, sin duda, pero queda mucho, mucho por hacer. Se equivoca Vinicius condenando un país sin condenar un mundo. Se equivoca España si se cree ajena a una lacra que con esfuerzo estamos combatiendo.
Otra de las dolorosas situaciones que sufrimos como sociedad es el patriarcado, la manera de entender el mundo por los hombres que hace posible lo ocurrido en Francia. Se podría entender que nada tiene que ver, pero haciendo una reflexión amplia y preguntándose si la atrocidad sucedería cambiando los papeles, nos podría ayudar a ver la conexión entre el sistema patriarcal y Pelicot. No creo que nadie se imagine el uso como objeto de un cuerpo masculino por parte de ochenta mujeres. Un cuerpo dormido, usado – no, no se debería pensar en la penetración. Digo usado, porque el cómo no elimina ni el para, ni el porqué, ni el horror – por ochenta cuerpos femeninos. Por lo tanto, si entendemos esa irrealización en el cambio de papeles, existe un componente de concepto social masculinizado que puede, como así fue, llevar a cabo la atrocidad perpetrada en Mazan. Existe un componente social patriarcal que puede ayudar a crear un monstruo dentro de su casa, existe la posibilidad de, por ello, ejercer la bestialidad en el uso del cuerpo de una mujer, violándola día tras día, violándola hombre tras hombre, violándola en la normalidad de la vida. La cosificación de la mujer es una forma de violencia machista, una dominancia masculina presente en nuestra sociedad que Pelicot lo ha lleva a límites inimaginables
El pensamiento de control y uso del cuerpo de la mujer existe. No debemos negarlo. Darnos cuenta de ello conllevará llegar primero a una sociedad verdaderamente igualitaria en donde se garantice la protección de la vida de las mujeres, donde no tenga cabida ni la trata, ni la prostitución, ni los vientres de alquiler. La trata de personas es un reflejo de dominancia, de posesión que no ocurre de manera equitativa entre géneros. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, casi tres cuartas partes de la trata de personas entre 2003 y 2016 eran mujeres y niñas. Hablamos de trata de mujeres. Si nos centramos en la prostitución, el número de personas que se prostituyen es mayoritariamente femenino. Aunque no hay estudios exhaustivos, se cree que solo un hombre entre cada diez personas ejerce la prostitución o, como mucho, dos de cada diez. El resto… Meretrices mujeres. Todavía se escuchan argumentos donde se defiende que existen muchas personas que ejercen la prostitución porque quieren. Ante ese argumento sin peso se debería pensar por qué el número de hombres prostitutos es tan bajo. Nosotros tan hombres y tan activos sexualmente… En cuanto a vientres de alquiler, nada que decir ante la mercantilización de un cuerpo, ante el uso económico de un cuerpo, ante la dulcificación del lenguaje para aminorar la imagen de mercantilización de un cuerpo. Gestación subrogada, máquinas reproductivas fabricando hijos para pudientes criadores. Cuerpos “voluntariamente” al servicio de quien puede pagarlos.
Por último, la importancia del colectivo, la importancia de la sociedad, la importancia del todos, la importancia de una sociedad del cuidado que quizás, solo quizás, pudiera haberse percatado de lo ocurrido en Mazan. Pienso que es importante el cuidado, la sociedad como elemento de protección del individuo, pues de esa forma fortalece el colectivo. En el caso de la violencia de género, un 70% de las personas que presentan la denuncia es la propia víctima. En el caso de racismo, según estudio del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, solo el 5% provienen de personas no víctimas de la agresión. Es decir… ¿Dónde está la sociedad? La sociedad muchas veces tiene normalizada esas agresiones. Vemos insultos en las redes sociales, aplaudimos y jaleamos al que insulta. Oímos gritar en un estadio «mono» a Vinicius y se pone el ‘pero’ de provocador. Escuchamos golpes y gritos continuos y decimos que eso es cosa de cada casa. ¿Dónde está la sociedad? No debemos aplaudir el insulto en las redes, con ello normalizamos la violencia. No debemos reírnos de las gracias en un estadio, normalizamos el racismo. No debemos hacer oídos sordos a los gritos continuados en el piso de abajo, normalizamos la sinrazón de un patriarcado egoísta que puede matar.
La denuncia es posible; la pasividad, irresponsable; el aplauso, indecente.