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«Fue futbolista el gran Perico Pena en los años 20, 30 y 40. Sufrió incumplimientos de contrato y un traspaso obligado al Real Oviedo por 40.000 pesetas, récord en el fútbol español de la década de los 30»
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El futbolista de las tres pes: Pedro Pena Ponga. Tenía que buscarse la vida para llevarse un buen jornal más allá del verde ancho de El Molinón, en los raquíticos tiempos de posguerra. Trabajó el bueno de Perico como relaciones públicas y camarero de barra en El Musical, situado en la plaza del Carmen. Y, en ocasiones, hizo lo mismo en la Sala Arrieta. Dos locales de moda a principios de la década de los 40 en Gijón, que recibían a diferentes artistas del panorama nacional.
Fue en El Musical donde se encontraron los ojos de una jovencísima Lola Flores con los de Pena, que esa noche se emborrachó de alegrías cantadas por una jerezana universal. Decían las lenguas menos buenas que el amor cuajó entre Lola y Perico, y que doce años después del primer encuentro, cantaba La Faraona «Ay pena, penita, pena», compuesta por Quintero, León y Quiroga en 1951. Acompañó Flores la puesta en escena con dedicatoria incluida: «Quiero dedicar esta copla a la buena gente de Gijón». «Ay pena, penita, pena, pena. Pena de mi corazón. Que me corre por las venas, pena, con la fuerza de un ciclón».
Aquel guaje crecido al socaire de la bajamar en San Lorenzo, hermanado con la pelota en los equipos de Playino y los Once Leones de Fomento, llegó a debutar con el Sporting a los 15 años y se enamoró de La Faraona con 30. «Es lo mismo que un nublao de tiniebla y pedernal, es un potro desbocao que no sabe dónde va». Fue futbolista el gran Perico Pena en los años 20, 30 y 40. Sufrió incumplimientos de contrato y un traspaso obligado al Real Oviedo por 40.000 pesetas, récord en el fútbol español de la década de los 30. El defensa no quería abandonar Gijón, pero el club rojiblanco necesitaba dinero con urgencia. De los cuarenta mil, veinticinco eran para el Sporting y quince para el futbolista, que terminaría percibiendo esa cantidad en 1945.
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El equipo tenía el título de familia para ese guaje que visitaba el gimnasio desde los 12 años. El atleta ocupó las demarcaciones de mediocentro e interior zurdo, antes de convertirse en un defensa potente y veloz. En la temporada 27-28 el Sporting renunció a la competición oficial y Pena, Tronchín y Adolfo alquilaron sus servicios al Atlético de Madrid durante casi medio año. Seis partidos ganados, a razón de mil pesetas por encuentro. Ganaron los seis, cobraron la mitad. Quiso el F.C. Barcelona fichar a Pena; antes lo había intentado el Sevilla. Pero el presidente del Sporting, Ángel Fanjul, convenció a Perico para quedarse en casa. El coche del defensa necesitaba una reparación peritada en 800 pesetas; los catalanes le ofrecían esa misma cantidad en concepto de ficha. Suma que igualó la directiva sportinguista. Nunca cobró esa ficha.
Pena amaba el escudo y la casaca rojiblanca, y el apellido tornó en sentimiento en dos tardes nefastas para el bravo jugador. El 27 de septiembre de 1931, terminado el partido contra el Racing, se incendió la Tribuna de El Molinón. Perico estaba en la playa y salió corriendo con la congoja en el gañote y la intención de ayudar a sofocar el desastre. La segunda tarde fatídica la vivió en Santander, lesionándose en el que iba a resultar su último partido con el Sporting. «Yo no quiero flores, dinero ni palmas. Quiero que me dejen llorar tus pesares y estar a tu vera, cariño del alma»,