«Recuerda con voz temblorosa el trato que los héroes y heroínas que se dejaban el alma en las UCIS, esos que aplaudíamos cada tarde a las ocho en punto»
Hay pequeñas historias que encierran una belleza inaudita. Pequeños rastros de humanidad que brillan con una luz propia. No tratan de grandes gestos, pero acaban siéndolo, a su manera. Piedra a piedra. Nunca mejor dicho.
Hoy traigo una de esas historias. Denise se encontró un día cara a cara con la muerte, peleando con un bicho cabrón y pendenciero que puso en jaque al mundo. Todavía no habían aparecido las vacunas, claro. Ni siquiera sabíamos qué era ese virus microscópico y asesino que nos cambió la vida. Denise, decía, acabó en el hospital respirando por un tubo. Tenía claro que no iba a salir de allí. El bicho iba a ganarle la batalla.
No fue así, por suerte. Pero aquellos días en el hospital dejaron una huella profunda en ella. Recuerda con voz temblorosa el trato que los héroes y heroínas que se dejaban el alma en las UCIS, esos que aplaudíamos cada tarde a las ocho en punto. Recuerda sus gestos de cariño. Una mano posada en la cara, un apretón en la mano. “Como si nos dijeran que no estábamos solos”. Recuerda hasta las vidas que no pudieron superar el Covid.
Regresó a su casa, vencido ya el bicho asesino. “Siempre me gustó pintar”, me dice, aún emocionada. Y así empezaron sus piedras viajeras. Las pintaba con sumo cariño y las depositaba en la calle, buscando dueño. Buscando sacar una sonrisa. A veces, me cuenta, se queda esperando, oculta, para ver quién la encuentra. Ve las sonrisas de la gente y siente que sus piedras son “como esa caricia de las enfermeras”. “Hay gente que está muy sola”, razona.
Sus piedras fueron creciendo también en redes. Abrió un grupo en Facebook donde cada uno puede subir fotos de la piedra que ha encontrado. Y ese mismo canal le devolvió cada sonrisa que sus piedras provocaron. Denise cuenta que le gusta dejar alguna pista en el grupo para que la gente, mayores y niños, puedan encontrar alguna de sus pequeñas. Con ese modus operandi, sus seguidores le retornaron el favor: le organizaron una gymkana por Gijón. En un sitio encontraba una nota de agradecimiento. En otro, un bombón.
Las piedras viajeras siguieron su camino e hicieron justicia a su nombre. El conocido fotógrafo García de Marina se llevó unas pocas a Dubai y allí se quedaron. Alejandro Acisclo Alvarez-Sala, presidente de la Asturias Chatper – Club local del Harley Owners Group de Harley Davidson – hizo lo propio en Estados Unidos. Gestos que reparten sonrisas y hacen del mundo un sitio más amable. Piedras que viajan y reparten sonrisas. Buena falta nos hacen.