
A mediados de la temporada 44-45 el primer equipo del Sporting reclama los servicios del delantero playu y este debuta el 28 de enero ante una afición que descubrió a un punta veloz, con buen remate de cabeza y ese regate en seco, en cualquier zona del verde

En esas improvisadas tardes de agosto con vermú enlazado y prolongado con la noche surgen conversaciones plagadas de anécdotas y recuerdos. La pasada tarde-noche coincidí con un playu muy sportinguista y me comentó que nos estábamos tomando la copichuela de rigor frente a la casa de Pío. Me dijo que era un fenómeno, siempre se saludaban e intercambiaban unas palabras cuando se encontraban en el portal: «Pío, date cuenta, el gol de Cimavilla».
Cuentan que Atocha entera escuchó el primer y potente llanto a la vida del neñu, se escuchó en la calle, el tránsito y la plaza. La llantina de aquel bebé colorado era un torrente. Nicasio Jesús Pío Alonso no tenía prisa por nacer y dejó agotadas a madre y matrona el 16 de marzo de 1925. No levantaba ni dos palmos y ya estaba dando patadas a un despellejado cuero en el arenal de San Lorenzo. Engrosó las filas del Atochino y el Asfaltino para pasar, poco tiempo después al Olimpia, Hispania y Deportivo Gijonés. A mediados de la temporada 44-45 el primer equipo del Sporting reclama los servicios del delantero playu y este debuta el 28 de enero ante una afición que descubrió a un punta veloz, con buen remate de cabeza y ese regate en seco, en cualquier zona del verde. Desde «la galletona¨ hasta el área contraria. Regate en seco que se convertiría en su marca de la casa.
Tiene el merecido título de primer goleador del Sporting en la División de Honor de nuestro fútbol. Y sus tres chicharros al Oviedo jamás podrán borrarse de la memoria rojiblanca. En un derbi apoteósico con un contundente 6-0 como marcador final. O el glorioso episodio de la victoria gijonesa en Chamartín con gol del playu. Tanto que derrotó al Real Madrid, glosado por Dioni Viña en la prensa periódica asturiana, hace ya unos cuantos años: «Pío se hizo con el esférico en el centro del campo cuando faltaban diez minutos para terminar el partido, dribló a cinco merengues y al pisar el área mandó la pelota al fondo de la portería». El goleador del barrio alto nació llorando truenos y seguramente con ese olfato de gol que acompañó al de Atocha toda su carrera. Regaló 130 goles a la forofada del culo moyau antes de irse traspasado al Atlético de Madrid, con los colchoneros sufrió un par de roturas de fibras y ya no volvió por sus fueros. Fichó por el Real Zaragoza y se retiró en su amado Sporting en la campaña 54-55. Era este futbolista un tipo educado y elegante que nunca sufrió expulsión alguna. Pasados los años, no dudaba en levantarse de su mesa favorita, en Casa Zabala, para interrumpir la comida las veces que hicieran falta, y saludar a todos los que reconocían y se acercaban al magnifico delantero.
No albergaremos dudas, en el próximo vermú de tarde-noche, volveremos a brindar por el gol de Cimavilla.