Las medias verdades y los plazos por cumplir son la práctica habitual en Gijón, en el País Astur y en esa incierta Españaza
La pasada noche soñé otra vez con mi barrio. El que me acogió hace seis años y me hizo saber que podía ser uno de los suyos. Paseaba en el extraño sueño por una Cimavilla desierta, quise entrar en mi casa y tembló la fachada. Los edificios estaban huecos, apuntalados con maderas como en los viejos decorados de las pelis del oeste en la lejana Almería. El colegio Honesto Batalón, la Casa del Chino, la Paquet; todo un decorado con muros de cartón piedra… Desperté más sudado que un llimiagu. Y pensándolo bien, y si así lo quisiera el gobierno local, ¿estorbaremos los vecinos de Cimavilla?
Sin los vecinos, este puede ser un circuito para turistas. Bares y hospedajes destinados a forasteros con ganas de dejar perres en terrazas y mostradores, bares, hospedajes y nada más. Como para fiarse de algunos políticos que llevan años y paños sin decir una verdad ni al médico (cuando lo teníamos, en los centros de salud). «Tabacalera al servicio de los ciudadanos» y aquí sigue, inerte, presidiendo el Campo de las Monjas a la espera del «maná europeo». O San Lorenzo amaneciendo color azabache de cuando en vez, para que los paseantes de cargo envíen un mensaje a través de supuestos informes realizados por supuestos expertos que dicen, sin ponerse coloradinos, que el carbón tizna el famoso arenal gijonés por culpa del pecio del Castillo de Salas, buque embarrancado frente al Cerro de Santa Catalina en 1986. El desafortunado barco suma más toneladas de carbón que todas las cuencas mineras juntas. Desde la del Nalón a la del Caudal, pasando por el Bierzo, Gales y el Ruhr. El Musel ni se menta, oiga, nos lo tenemos que creer. «Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas tralará».
Son muchos los asuntos por resolver y algunos «van a quedar pa prau» en Jovellanos City: la ITV en Granda, el solarón, las estaciones de tren y de ALSA, el túnel del metrotrén (con la aquiescencia de Paco Cascos), la contaminación que sigue cebándose con la zona oeste de la ciudad, los vertidos en el Piles y ese saneamiento que no llega… Las medias verdades y los plazos por cumplir son la práctica habitual en Gijón, en el País Astur y en esa incierta Españaza. Es más fácil y resultón hacerse una foto con unos señores disfrazados de alabarderos de 1808 que elaborar medidas de conciliación entre la vida familiar y laboral. No hay cambios profundos desde 1978, el maquillaje se presenta a golpe de tuit o de titular original desde la transición o transacción a nuestros días.
En realidad son dos los países: el suyo, protegido y de francachela, y el nuestro, de matemáticas apuradas y mes eterno. «Hagamos el Don Tancredo»(lema oficial en cualquier parlamento de la Hispania conejil) hasta que llegue, otra vez, el dinerín europeo. Y mientras tanto sigamos escuchando «el cuento de la buena pipa». Contado por Felipe González, José María Aznar, Teodoro García Egea, Carmen Calvo o Teresa Ribera. «Había una vez un Rey Campechano que salvó la democracia, Rodrigo Rato era el ministro del milagro económico, el honorable Pujol pactaba por el bien del país, José Ángel Fernández Villa luchaba por el futuro de la mina, la subida de la luz es un problema menor y también dos huevos duros…» Se caen hasta los palos del sombrajo en un territorio administrativo que solo tiene una suerte, la geográfica. La honestidad en esta trabada política no puntúa casi nunca. Nos toman por gilis y creen que seríamos capaces de votar por el meteorito que se cargó a los dinosaurios. Lo malo es que puedan tener razón. Como diría el filósofo nihilista M. Rajoy: «Todo es mentira, salvo algunas cosas».»Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas tralará».