Ante movimientos sibilinos, mensajes camuflados, conceptos meramente mercantilistas que están intentando que prendan en la ciudadanía, debemos seguir defendiendo aquello que nos hizo una ciudad diferente
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Quizás debiéramos hacernos todos esa pregunta, pues, cuando estás inmerso en una manera de entender la ciudad, de entender la actividad de la misma, de sentirse parte de ella, se nos olvida la necesaria influencia de todo un sistema que produce su respirar. Xixón ha sido siempre un lugar de infancia. Incluso ahora, en una actual ciudad envejecida, donde la edad media ronda los cincuenta años, seguimos disfrazándonos de niñez con la sabiduría que da la experiencia y la ilusión que provoca la corta edad.
Son muchos sueños pasados, conservados en el presente, los que forman parte de nuestra ciudad. El FICX empezó, como un niño, cogiéndose a la mano de Isaac del Rivero, con la finalidad de realizar el primer festival de cine para la infancia y la adolescencia que se llevó a cabo en Europa. FETEN, con el mismo trazo, hizo de Gijón pionera en acercar las artes escénicas a la población más joven, con una apuesta decidida por la creación de públicos, esta vez agarrada a profesionales como Carmen Gallo o Rosa Garnacho (eterna Quiquilimón). Los encuentros de Cabueñes, elemento de reflexión y análisis de los y las jóvenes, se llenaban de personas procedentes de otras partes del mundo para, en nuestra ciudad, escucharse y hacerse escuchar. O simplemente, la bella biblioteca pública de Begoña, tan redonda ella, tan coqueta, tan llena de magia, nos hacía estar en un mundo de sueños, metiéndonos de lleno en la lectura.
La “absurdez” de las personas dedicadas a la gestión pública de esos grandes años de mediados de los ochenta y principios de los noventa, les hizo ver que la infancia y adolescencia debían tener espacios, lugares en donde el disfrute envolviera el aprendizaje, equipamientos con protagonismo por parte de los y las peques, conformando, la población más joven, el centro de acciones políticas y técnicas. De esas locas ideas surgieron generaciones, entre las que me encuentro, a las cuales, en el inicio de su vida, les plantaron semillas de inquietudes provocadas por una ciudad que miraba a la infancia a su misma altura.
Hoy, aferrándonos a las presas ancladas hace años, seguimos basándonos en ellas intentando seguir formando a una sociedad que ha modificado notablemente su manera de ser, de disfrutar, de demandar…, produciéndome la sensación, quizás equivocada, de no atrevernos a agarrar otros recovecos, más alejados de las cómodas manos, presentes en otros lugares próximos y que puede ser beneficioso experimentar. Aunque la ciudad sigue apoyándose en programas de una gran calidad y con importante retorno para la ciudad y sus peques, aunque el personal del gran motor cultural, que se encuentra en la Fundación Municipal de Cultura, sigue siendo fundamental en la actividad para la ciudad, quizás sea el momento de buscar una mayor innovación, nuevas estructuras, un nuevo baile entre lo posible y dinámicas anteriores, un mirar hacia afuera con el fin de buscar otras formas de hacer y de llegar a la cima. Es verdad que lo conocido funciona, y las presas ancladas dan seguridad ante la incertidumbre de quien escala, pero, los ojos que miran al adulto, son unos ojos más formados, más demandantes, más críticos.
Xixón, en esa época en donde casi todo se dibujaba en un papel en blanco, entendió que, sin la infancia y la adolescencia, no habría color, sería una ciudad en sombras de grafitos. Bella, pero gris, constructora, pero triste. Ante una sociedad que crecía de manera desorbitada, en ese movimiento conocido por baby boom, se pensó en la base de la ciudadanía, en las personas más jóvenes, teniendo claro su papel protagonista, en y para la ciudad, poniendo a su disposición espacios diversos que permitiesen la formación callada, esa que, como lluvia fina, como orbayu, cala tímidamente en los huesos generando acuíferos subterráneos que permiten florecer la vegetación durante generaciones.
Pudiera dar a entender que no se esté haciendo en la actualidad ese esfuerzo, y no es el caso, de primeras, esta ciudad es coordinadora de la Red de Ciudades Educadoras en el periodo 2022-2023, estoy comentando que las inercias, a veces, hay que romperlas con cambios de ritmo que provoquen el chirrido de anclajes, mover aquello que funciona, quizás ya sin la soltura pasada, buscar el presente que necesita dibujar el futuro ayudándose de un ayer que llenó la ciudad de educación y cultura. Eso sí, un cambio de ritmo que no lleve a la paralización, como conocimos hace unos años, en donde el vacío estuvo presente en una ciudad que parecía dormida.
La masa gris, y la cultura de trabajo que tiene la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular, es una de las grandes valedoras para llevar a cabo esos necesarios movimientos, pues el personal que trabaja en ella, tremendamente cualificado, apasionado, formado, es, disculpándome por ello, como niños, como niñas, expectantes ante las novedades y con una gran capacidad de, basándose en su profesionalidad, ilusionarse e ilusionarnos. Podemos hacer una reflexión sobre la estructura en donde se sustenta e impulsan las acciones, pero no debemos esperar a las conclusiones de la misma para empezar a llevar a cabo las modificaciones oportunas que permitan dar pasos ante nuevas realidades, pues la lentitud administrativa es conocida y, ante la misma, está el dinamismo de las personas que llevan décadas transformando nuestra ciudad.
Pienso que estamos en un momento adecuado para ello, pues son varios los años de insonoros cambios socioeconómicos y culturales que permiten, a la fuerza o empujados por su impulso, otra manera de adecuar el paso. Unos cambios mal utilizados por ideologías de antes que, con su sombra alargada, aprovechan la situación actual, saliendo de una pandemia y con una guerra provocada por la invasión de un país, para justificar la falta de tolerancia, la carencia de igualdad, la ineficacia de los Derechos ante las libertades de unos pocos. Están intentando torcer las miradas de la sociedad, impulsando el egoísmo e intereses propios, fragmentando lo logrado en beneficio del conjunto a cambio de mejorar parcelas individuales, buscando agrandar la injusta separación de las clases sociales eliminando pilares del bienestar. Miran la cultura como un negocio, y la educación como un elemento doctrinal, no como elementos transformadores, básicos en la construcción de las ciudades. No como una inversión, sino como un gasto.
Las políticas de los ochenta y los noventa se enfrentaron a una antigua manera de entender la sociedad, muy parecida en algunos de los mensajes que, incomprensiblemente, se vuelven a escuchar hoy, y en ese golpe entre pasados anquilosados y presentes anhelantes de futuro, configuraron nuestra infancia con unas políticas basadas en la ciudadanía, en la tolerancia, en la cercanía, en la escucha, en la accesibilidad. Ante esta actual corriente hipnótica a la que nos intentan arrastrar algunas ideologías de pasados: de egoísmo, de conformismo y de intolerancia, apoyadas por grupos de poder mediáticos, debemos seguir la senda marcada durante esos años de colores, escuchando las demandas de la infancia y adolescencia actual, adecuando nuestras políticas y nuestras acciones a la misma, hablando su lenguaje. Un lenguaje de una población joven más formada, más difícil de sorprender, más exigente, pero que, basándonos en locas ideas como las de antes, con los ojos mirando a otros ojos de manera horizontal, tendríamos la posibilidad de, apoyándose en las presas firmemente colocadas en el pasado, estirar sin miedo nuestras manos para buscar nuevos recovecos entre las piedras con el fin de seguir escalando hacia un futuro esperanzador. Un futuro acompañado de la generación joven más formada de la historia.
Ante movimientos sibilinos, mensajes camuflados, conceptos meramente mercantilistas que están intentando que prendan en la ciudadanía, debemos seguir defendiendo aquello que nos hizo una ciudad diferente, referente en cultura y en educación permanente (recordemos la Universidad Popular), sin vetos parentales, con inclusión y tolerancia, con equidad, con pensamiento crítico, con igualdad, con miradas horizontales a peques y adolescentes, siendo esa la manera de seguir construyendo futuros de colores.
Está claro que la pregunta con la que empezó el texto ha perdido en cierta medida su sentido, o quizás no. Es el mágico mundo de las palabras, juguetonas con la mente y los recuerdos, que, a veces, hacen escaparse las letras hacia lugares del ayer, hacia una infancia tan amplia que, en ese momento, al lado de las acciones municipales, o gracias a ellas, la parte privada entendió de igual forma el camino a seguir para formar la ciudad querida. Con ese gran muñeco de aires chiquirianos que escoltaba todo un mundo de divertimento e ilusión, Mercaplana llenó el recinto ferial de la Cámara de Comercio en los setenta y los ochenta, siendo, en la actualidad, ese lugar de encuentro que nos lleva a nuestro pasado, manteniendo su espíritu de disfrute, de reunión, de experimentación. El Salón de Navidad para la Infancia y la Juventud es un cúmulo de realidades del hoy abrazándose con el ayer. Un abrazo conjunto de toda la ciudad en donde los recuerdos, la transmisión oral de sentimientos, la añoranza activa, la cultura del pasado, junto a la nueva población del hoy y del mañana, consigue seguir construyendo puentes que unen espacios y edades. Todo un reflejo de la capacidad que tiene el poder municipal para generar sinergias que permitan construir ciudad de manera conjunta, una ciudad repleta de educación y cultura.