ENTREVISTA CON JUAN RAMÓN LUCAS, POR JOSU ALONSO
(PREVIA: “Asturias es mi lugar en el mundo y la lluvia es el precio que hay que pagar por verla tan verde y hermosa”)
“El periodismo se enfrenta a una crisis tecnológica y una masificación de la información. Tenemos que dar veracidad a lo mucho que se cuenta”
“Los caballos me aportan conexión con la naturaleza en estado puro, tranquilidad y paciencia”
En su carrera ha hecho radio, prensa y televisión. Su voz y su imagen se han colado en millones de casas a través de Telecinco, Antena 3, Cadena SER, RNE o, en la actualidad, Onda Cero donde dirige ‘La Brújula’. ¿Le queda algo por hacer?
(Risas). Tengo 62 años y llevo desde los 19 trabajando en esto, A veces me canso de este trajín político, de las miserias de unos y de otros, pero como me decía hace poco aquí cerquita mi amigo Miguel Ángel Aguilar: ‘Que se cansen ellos’. En eso estoy, mientras me quede vida intentaré continuar en la radio y aprendiendo a escribir.
¿Se arrepiente de algo?
No debería decirlo, pero hay algunas cosas. Algunas decisiones que tomé fueron equivocadas, pero han pasado muchos años y no sé si me habría ido mejor o peor. Nunca me machaco.
Dicen quienes han trabajado con usted que no se comporta como una estrella y que le gusta valorar los equipos y el trabajo colectivo. ¿Es acertada esta descripción?
Joder, cuando lo dices la gente piensa que estás jugando a la falsa modestia, pero ¿estrella? Llevo toda mi vida trabajando en la radio, he tenido responsabilidades y soy consciente de que juego la ‘Champions’ y eres conocido, pero te juro que me cuesta mucho entender que soy otra cosa diferente al periodista que trabaja todos los días. Llego a la radio y no me levanto del ordenador hasta que no me llega la hora de ir al estudio y hacer el programa y por la mañana estoy pendiente de lo que pasa. Permíteme que te diga que me cuesta mucho verme como una estrella. Soy un periodista que ha tenido la suerte de hacer lo que quería, la oportunidad de dirigir equipos y es verdad que es muy fácil trabajar conmigo si se quiere trabajar. Yo me comprometo con la gente, te escucho y decidimos entre todos en la medida de lo posible, pero quien se la juega, para bien o para mal, soy yo con lo que la última decisión es mía. Me rodeo de gente de mi confianza, un equipo pequeño pero muy profesional. Cuando estoy en Asturias un fin de semana, rindo mucho más, pero sin mi equipo no hago nada: el técnico de sonido, el subdirector, la gente que hace cada sección, los colaboradores. He tenido la suerte de estar arriba y luego la capacidad y cierto arte para dirigir un programa y ponerlo en antena, pero los que estamos ahí no lo podríamos hacer, ni de coña, si no hubiera una gente detrás que no aparece por ningún lado o que aparece menos de lo que debiera.
Antes le pedía opinión sobre la política. Ahora lo hago sobre el periodismo. ¿Vivimos tiempos convulsos?
Siempre. El periodismo es un compromiso y siempre hay alguna razón para que provoque incomodidad o para que esté incómodo. Ahora mismo lo que vive es un tiempo de cambio tecnológico en el que seguimos haciendo las mismas cosas, pero contándolas a través de distintos medios: podcast, una sección diaria en Instagram que se llama ‘El día en dos minutos’… Tiene muchas más posibilidades de expansión, pero como dice también Miguel Ángel Aguilar, en tiempos de inundación lo que más se necesita es el agua potable. El periodismo se enfrenta ahora mismo a una crisis tecnológica y una masificación de la información con lo que nos corresponde, no contar las noticias, sino dar veracidad a lo mucho que se cuenta. La diferencia entre el periodismo ciudadano, contar en redes sociales lo que has visto, y el periodismo con mayúsculas es que tú te comprometes con lo que estás haciendo, ósea, no cuentas lo primero que te parece, cuentas una cosa y si tiene recorrido la sigues contando y si puedes la explicas.
Hablando de redes llamaba tontos a los policías locales que pidieron los papeles al pintor Antonio López mientras trabajaba en la Puerta del Sol. ¿Es una vía de escape?
En esa ocasión me precipité y lo he hecho más de una vez. El problema de las redes, incluso para los que tenemos obligación de ser responsables con lo que escribimos con nuestro compromiso, es que te calientas, sueltas y luego no puedes dar marcha atrás. A mí me pasó eso. Luego conoces un poco más la noticia y no tengo problema en decir que me he equivocado.
Su última novela es ‘Agua de Luna’, un trabajo que habla sobre la captación de una hija por el yihadismo. De momento, la crítica y el público lo avalan.
Va bien. Es una novela en la que he puesto mucho y habla de algo que nos suena a todos porque la captación es el telón de fondo para un asunto que me interesa más: las relaciones entre padres e hijos, qué falla, qué estamos haciendo mal. Es una familia de clase media-alta con una hija única que vive una situación extrema. Todo lo que estalla a partir de ahí es lo que me interesa y desnudo las frustraciones, las emociones, la vida de cada uno para hacer sentir al lector lo mismo que yo siento cuando lo escribo.
Decía el pasado mes de junio que su próxima publicación estará ambientada en Asturias. ¿Es una forma de seguir haciendo gala de su asturianía?
(Risas) No, es que es así. Es una historia que está vinculada a mi propia familia y estoy trabajando en ella aunque va a ir para rato. Probablemente se ambiente entre la cuenca minera del Caudal y esta costa oriental.
¿Cómo consigue no estresarse?
¿Quién te ha dicho que no me estreso? (Risas). Me estreso mucho, pero tengo una disciplina mental poderosa. Todas las mañanas cuando me levanto me hago un té, me pego un baño de agua fría en la playa cuando estoy en Asturias y me pongo a meditar. Contra lo que piensa mucha gente, no es relajarse, es centrar la atención en un punto. El estrés no lo puedo evitar, pero procuro canalizarlo y cuando vengo aquí encuentro serenidad, silencio, tranquilidad y me ayuda a llevar una vida un poco más ordenada. Me estreso como todo el mundo que trabaja las horas que trabajamos y tiene la responsabilidad de un programa de tres horas y media en informativos en una cadena muy importante, uno de los programa referentes de la radio. La literatura o ficción me libera mucho de la presión del trabajo que me estresa todos los días. Te estresa también los problemas con tus hijos, estoy en la Fundación Sandra Ibarra con mi mujer en un compromiso con el cáncer y ahí ves situaciones, pero la manera de hacerlo es buscar espacios para encontrarte y respirar.
Algo que quizá poca gente conoce es su pasión por los caballos aunque su icono en Twitter ya da alguna pista. ¿Qué le aportan?
(Risas) El caballo es un animal que tiene una enorme sensibilidad, es una fuente de serenidad. A veces cogemos amigos que no están habituados y les decimos que se vengan. Son cinco, están en semilibertad en un espacio de dos hectáreas y media. Viven aquí todo el año, comen pasto y solo en invierno hay que apoyarlo con algunas pacas y algo de pienso. Cuando salimos a montar, les damos pienso como estímulo. Me aportan conexión con la naturaleza en estado puro, tranquilidad y paciencia. Mirar al ojo del caballo es una cosa fantástica porque sientes la conexión, captan tu estado de ánimo y se comunican por gestos. Si tú lo atiendes te acostumbras a moverte entre ellos despacio, a tener paciencia, a que pase el tiempo y no pase nada. Pasear por aquí a caballo está muy bien, pero seguramente es lo que menos me enriquece de toda mi relación con ellos porque lo demás es eso: un pozo de sabiduría sobre paciencia y atención. Son animales depredados y solo tienen una forma de escapar: salir corriendo. Siempre están atentos y si pasa algo enseguida se mueven, se reúnen en grupo porque es más difícil que acaben con ellos. Hay que estar atentos, aprender los gestos y paciencia.
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