Cimavilla puede abrazar en estos inciertos tiempos el nombre de «Barrio Abandono» o abandonado por un Ayuntamiento que no aplica ni las reformas, limpieza o arreglos que sí mantiene en otros barrios
Perdidos cualquier domingo por la mañana en el barrio alto y con la cámara o el móvil en nuestras manos. Usted y yo podríamos hacer un peculiar «safari fotográfico» captando el alma de paredes y puertas dolientes, pintarrajeadas a deshora, vómitos en las esquinas, botellas rotas…
Si decidimos retratar fachadas, adoquines bailando a lo suelto, escalones quebrados o canalones con ulcera, la colección de imágenes daría a entender que paseamos por un lugar deshabitado. Una vieja estación sin trenes, pueblo marinero desalojado, anárquica urbanización a medio terminar. Cimavilla que así se llamaba este lugar, puede abrazar en estos inciertos tiempos el nombre de «Barrio Abandono» o abandonado por un Ayuntamiento que no aplica ni las reformas, limpieza o arreglos que sí mantiene en otros barrios de Jovellanos City.
Todavía no soy un amargado a jornada completa, de esos que culpan de todo mal a la juventud. Desorientada juventud, desesperanzada en un país con el civismo del tamaño de una caja de cerillas. El reflejo en el espejo no les ayuda, es evidente. Empatía será en breve una de esas palabras en peligro de extinción. Un compañero de otro medio se fijaba, hace unos días, en la puerta vencida de una patada en esas febriles noches de alcohol barato y energía sin desbravar. La puerta cerraba «la nada». Un solar que amontona basura de lustros. ¿Qué problema tendríamos que atajar antes?, ¿el solar con bolsas, latas, chatarra, matorral y ratas o la patada que tira abajo esa portezuela de la ausencia?. Ausencia educativa y política.
Vivimos días de iniquidades silentes y de brindis individualistas que ocultan miedos y embustes que nunca tienen consecuencia alguna para los gobernantes o aquellos con ansias de gobernar. Se van acercando las elecciones municipales y seguramente le limpien la cara antes de mayo al primer Gijón que no parece parte de Gijón. Ya sabemos que Rambal tendrá estatua justo en plena campaña. Y seguirán puliendo aceras y parcheando el adoquinado hasta el mes florido. Las promesas están al caer, una detrás de otra, de esas a las que ponía voz Iván Ferreiro con Los Piratas: «Promesas que no valen nada». «Puedo prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos pocos». Palabras de Adolfo Suárez que sirvieron de receta para todo lo contrario en esta democracia de gelatina, en este territorio que solo tiene una suerte: la geográfica. Precisamente esa podría seguir siendo» la maldición» de Gijón y de Asturias, geografía que separa y aísla. Geografía de respiraciones pusilánimes, propietarios ocasionales de despachos con banderas y moqueta.