«Hay en la poesía, ya digo, el refugio de un periodista veterano, la oxigenación del alma, harto del realismo de la actualidad»
Vamos paseando por la calle de la Merced. Tanto José Luis Argüelles como yo hemos paseado mucho por esta calle, que tiene desde la Galería Cornión hasta el último negocio que desemboca en la calle San Antonio un aire de bulevar, de flecha cultural sobre la que se arraciman galerías de arte, papelerías, sombrererías, librerías y cafés. Nos gusta mucho esta calle y nos hemos detenido ante el escaparate de Cornión, porque allí expone Vicente Pastor sus últimos abstractos que son una explosión matérica de color potente y vibrante. Uno prefiere imaginar las escenas de la vida cotidiana en la abstracción que contemplar la propia escena. En la vida de un artista y, particularmente en la de un hombre viejo, la abstracción acaba siendo un refugio. Me siento como un niño/viejo pobre junto un poeta sabio pegando su nariz en el cristal de un escaparate, buscando detalles, destellos, colores, formas y texturas en la obra de Pastor. El arte tiene esa vocación de juego que uno observa, inalcanzable, tras el cristal.
Algo de esto hay también en la poesía, pienso yo, cuando salgo a cazar este sol limpio de domingo junto al periodista y poeta José Luis Argüelles, que el pasado diciembre publicó su último libro Protesta y alabanza. Entre terraza y terraza, entre café y café, cigarrillo y cigarrillo, nos vamos calentando bajo un sol abrileño, frío y ventoso. Hay en la poesía, ya digo, el refugio de un periodista veterano, la oxigenación del alma, harto del realismo de la actualidad, cansado de contar siempre el mismo tópico de un concejal analfabeto, el último Plan de Vías o hastiado de combatir por una página de cultura ante el director de turno. Harto de la cuchillada, la poesía, como la pintura abstracta, es el templo sobre el que descansa un guerrero, desnudo de corazas, dagas, escudos. Nos desnudamos en la poesía de la actualidad, del suceso, de la rutina que nos quema y lentamente nos mata. Concluyo que un soneto es un acontecimiento que me hace más hombre.
Protesta y alabanza tiene mucho de ese abandonar las armas y dedicarse a la paz tranquila, gozosa y eremita de la vida que aún admite el fervor de la primavera, el canto del mirlo, el asombro adolescente, la semblanza, el recuerdo y el fulgor amoroso. Su poemario es una impugnación al olvido y una celebración lúcida del tiempo vivido y su presente a través de la palabra poética que es, por antonomasia, la palabra decisiva. «El poema nos interroga con palabras precisas y sólo entonces empezamos a saber», escribe mi amigo.
Me acerco a las palabras de Argüelles como Robert Frost se acercaba a las metáforas, como una imagen que tal vez será asidero contra la confusión, me recuerda este libro palpitante, grave, al que han sido convocados Cesar Vallejo o Whitman, Claudio Rodriguez, Sofía de Mello o Machado, entre la protesta y la alabanza. A la poesía se llega no para alcanzar la belleza, sino para buscar una verdad.