
La defensa de la tauromaquia como Bien de Interés Cultural no implica una imposición de gustos, sino la protección del derecho a conservar y transmitir expresiones culturales que forman parte del legado histórico de España

«Pero no he visto ningún tipo como aquel aficionado asturiano, que en una corrida de Gijón me gritaba: ‘¡Más cerca!’, cuando yo estaba toreando a dos dedos de los pitones. Cada vez que oía en el silencio de la plaza aquel grito estentóreo de ‘¡Más cerca!’ me ponía furioso, porque la verdad era que pocas veces en mi vida había estado más cerca de un toro.
Al terminar la corrida, volvía en el automóvil al hotel, y entre el río de la gente que bajaba de la plaza le vi pasar. No se me despintaba tan fácilmente.
—¡Cogerme a ése! —pedí a los muchachos de la cuadrilla. Le echaron mano, y sin explicaciones le metieron el auto».
Así empieza la anécdota de Juan Belmonte en nuestra ciudad de Gijón narrada en el libro Juan Belmonte, matador de toros, escrito en 1935 por el periodista y escritor, no aficionado a los toros, Manuel Chaves Nogales. Dicho relato se encuentra en un apartado del libro titulado Público de toros .
Público es el conjunto de personas que participan de una afición, según la RAE. La palabra público viene del latín pūblicus que significa «perteneciente a la gente». Los toros, el espectáculo taurino, es del público, de la gente. De hecho, la Tauromaquia es Bien de Interés Cultural en España. Esta declaración responde a siglos de historia, a una riqueza cultural única y a su arraigo profundo en la identidad colectiva del país. Así, en 2013, la Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural estableció formalmente este reconocimiento, subrayando que se trata de una manifestación protegida por el Estado.
Además, el Tribunal Constitucional de España, en su sentencia 177/2016, del 20 de octubre, refrendó que la tauromaquia forma parte del patrimonio cultural español y, como tal, pertenece a todos los ciudadanos, independientemente de la región en la que se encuentren.
La defensa de la tauromaquia como Bien de Interés Cultural no implica una imposición de gustos, sino la protección del derecho a conservar y transmitir expresiones culturales que forman parte del legado histórico de España, y corresponde al Estado garantizar su pervivencia y promover su conocimiento, dejando espacio para la libertad individual de asistir o no a estos espectáculos.
En definitiva, la tauromaquia no es propiedad de un grupo, región o partido político, sino un bien cultural compartido por todos los españoles, reconocido por la ley y protegido por la Constitución.
La anécdota del histórico torero en Gijón termina así:
—¿Dónde has visto tú torear más cerca? ¿Cuándo, di? ¿A quién? —le preguntaba yo metiéndole las manos por la cara.
Me miró sonriente, con una cara ancha de ‘babayu’, y contestó:
—No; si yo no pedía que torease usted más cerca del toro, sino que se acercase más al tendido donde yo estaba, porque quería verlo bien ».
Viva la Feria de Begoña y el público de Gijón.
Por más que se empeñen en vendernos la moto, el espectáculo de los toros sigue siendo minoritario y totalmente ajeno a la cultura asturiana, aparte de que su pervivencia se justifica solo por los intereses económicos que hay detrás y por el morbo de un público que le gusta ver la sangre y el sufrimiento de un ser vivo, por mucho que lo disfracen de colorines eso es una realidad.