Locales vacíos, coches abandonados, aceras rotas, envejecimiento demográfico y precios disparados marcan el día a día de un barrio con pasado obrero y futuro incierto
Pumarín, uno de los barrios históricos de Gijón, atraviesa un momento crítico. Lo que fue en su día una zona popular y con intensa vida comercial y vecinal, hoy acusa el paso del tiempo, la desatención institucional y una transformación urbanística que, lejos de mejorar la calidad de vida, ha agudizado sus carencias. Lo denuncia con contundencia Roberto Devesa, presidente de la asociación de vecinos del barrio, que lleva poco más de un año al frente del colectivo y asegura que “el barrio se muere poco a poco”.
La situación, asegura, se agrava por varios factores que se retroalimentan: el envejecimiento de la población, la pérdida de comercio local, el abandono de espacios públicos, la falta de relevo generacional y el alza desmedida de los precios de la vivienda. “Antes, esto era un barrio en ebullición. En la calle Aragón había negocios por todas partes, era como una segunda calle Corrida. Hoy no queda casi nada”, afirma Devesa con nostalgia.
Uno de los puntos negros es la calle de Guipúzcoa, donde los comerciantes bajaron la persiana hace tiempo y no hay visos de relevo. Desde la asociación reclaman al Ayuntamiento que actúe sobre estos locales: “Lo normal sería que el Ayuntamiento los reparase y pasase la factura a los propietarios, pero el proceso es tan largo burocráticamente que se va dejando”, denuncia Devesa.
Lo mismo ocurre con los vehículos abandonados, otra de las quejas recurrentes. “Tenemos coches que llevan más de un año sin moverse, ocupando plazas. Nosotros los documentamos y se los pasamos a la Policía Municipal, que viene cada mes y medio. Pero el proceso es lentísimo. Hay que localizar al propietario, hacer trámites… y mientras tanto, ahí siguen”.
Un barrio envejecido y sin juventud
El panorama demográfico tampoco ayuda. Pumarín se ha convertido en un barrio cada vez más envejecido y con escasa presencia de jóvenes. “Y los pocos que hay, no participan en nada. En la asociación no olemos a la juventud”, dice Devesa con resignación. Esa falta de implicación dificulta también la movilización vecinal y el relevo generacional dentro de las propias asociaciones, históricamente vertebradoras del tejido vecinal en Gijón.
A esa realidad se suma un fenómeno cada vez más visible: el cierre de viviendas que, tras ser rehabilitadas, no se ocupan. “Hay muchos pisos que se están comprando como segunda residencia o para uso turístico. Se arreglan, se pintan, se ponen bonitas… pero luego quedan cerradas. No hay vida en ellas”, explica. Una paradoja para un barrio que hasta hace poco ofrecía precios asequibles, y que ahora ve cómo los inmuebles construidos en los años 60, como las Mil Quinientas o el Grupo Carsa, se venden por más de 120.000 euros. “Pisos de 63 años, que hace unos años costaban 50.000 o 60.000 euros, y ahora están en 130.000. Es alucinante”, señala Devesa.
Infraestructuras, limpieza y seguridad
Las deficiencias urbanísticas tampoco son menores. Las aceras están en mal estado, lo que ha provocado ya más de una caída entre personas mayores. Asimismo, es precisa una intervención mayor en la poda de árboles.
La asociación ha trasladado al Ayuntamiento múltiples reclamaciones, algunas de las cuales sí han sido atendidas. Entre los logros recientes destaca la instalación de un semáforo entre Gijón Sur y El Corte Inglés, una reivindicación vecinal histórica. También se han colocado bancos en la calle Severo Ochoa. Sin embargo, otras demandas siguen pendientes, como la limpieza del parque de Severo Ochoa o la restauración de las esculturas de Alejandro Mieres que hay en la zona. “Nos dicen que está aprobado y que hay presupuesto, pero pasa el tiempo y todo sigue igual”, lamenta.
En materia de seguridad, Devesa asegura que no existen grandes problemas, aunque sí se han detectado algunos focos de botellón en zonas concretas, como un soportal de las Mil Quinientas. “No es una cosa habitual, pero se han reunido ahí por las noches. En cuanto nos enteramos, avisamos a Emulsa y al día siguiente estaba limpio”, afirma.
¿Y el futuro?
A juicio del presidente vecinal, una de las prioridades debe ser la retirada ágil de los coches abandonados y la recuperación del entorno comercial. También reivindica espacios para los más pequeños: “No tenemos hueco para grandes servicios, pero por ejemplo una ludoteca sería posible. Que el Ayuntamiento comprase un local y lo adaptase. Algo que dé vida”, propone.
Lo que más le preocupa, sin embargo, es la falta de implicación ciudadana. “Hay gente que se queja de cosas al partido político de turno, pero no acude a la asociación. Nosotros estamos para ayudar, y no hace falta ser socio para venir. Si me traen un problema, voy, lo documento con fotos y lo envío al Ayuntamiento. Y hay cosas que sí nos arreglan. Pero sin participación, es difícil avanzar”, concluye.