¡Puxa Xixón y olé!

Esta protesta y sus malas formas, así como la decisión de recular por parte del Ayuntamiento -desoyendo a los expertos y, por tanto, al ethos-, son un aviso de que en esta ciudad se está empezando a gestar un cambio profundo y preocupante

Toda ciudad tiene un ethos y un pathos. En ella habitan Razón y Sentimiento, Conocimiento y Pasión. La ordenación del tráfico, la duración de los semáforos, el límite de velocidad, la amplitud de las aceras, el trazado de las calles, el sentido de las carreteras, la colocación de los pasos de cebra, el plantado de árboles, los bancos públicos… eso que entendemos como la organización y la planificación del espacio público es lo que forma parte del ethos de una ciudad, las decisiones que toman expertos y especialistas buscando eficacia, utilidad y el bien común. Sin embargo esto no es del todo cierto ya que de hecho en muchas de las decisiones que se toman en nuestras ciudades influyen también las subjetividades. Filias y fobias -personales o políticas- disfrazadas de razón.

Porque la razón y los sentimientos se mezclan y se confunden, lo que no es necesariamente malo, pues a pesar de que la subjetividad y las pasiones tienen mala fama, son los sentimientos los que nos sirven de pegamento social. El amor, la empatía, la ternura, la compasión son sentimientos que, naciendo de la subjetividad, nos conectan con los demás. Es la sentimentalidad, que es un afecto individualista que nos aísla y con el que nos ensimismamos en nosotros mismos, lo que debemos evitar en la toma de decisiones que afectan a la ciudad y a nuestra relación con el espacio físico y el resto de personas que en él habitan.

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Pero el pathos de una ciudad también es cambiante y no está escrito en piedra porque se amolda y varía con el devenir de los tiempos, los cambios históricos y sociológicos y los vaivenes de los ciclos económicos. Las ciudades mutan como han mutado nuestra percepción y relación con ellas -porque están vivas y en constante movimiento-. Y así, Xixón ya no es la ciudad en la que los niños se mueren a decenas por culpa de la tuberculosis, como tampoco es villa de marineros y vendedoras de pescado, al igual que hace mucho tiempo que dejó de ser ciudad obrera e industrial. Y sin embargo en ella todavía quedan los restos de lo que una vez fue, como las cicatrices de un tatuaje que se ha intentado borrar inútilmente con láser: la estatua de Fleming -la primera en todo el mundo levantada en su honor y pagada a escote por los vecinos-, las barriadas obreras, los esqueletos de lo que una vez fueron fábricas, el antiguo mercado, los nombres de los barrios que nos recuerdan la existencia de una lengua propia, la asturiana. Restos arqueológicos y sentimentales de un Xixón que ya no es pero que aún recuerda. Un pathos que durante décadas ha marcado los sentimientos y la forma de relacionarnos.

Xixón ha sabido -por el momento- conservar durante décadas, y también trasmitir a varias generaciones, un espíritu burlón, un pathos que conocemos como “lo playo”, y también un “grandonismo” indisimulado que puede resultar llamativo, cuando no molesto, si te pilla desprevenido. Al mismo tiempo la industrialización y la migración -primero como migrantes y después como acogedores- han ido dando forma, caótica pues somos una ciudad sin un centro canónico con su ayuntamiento y su canesú, al mapa xixonés, permeando además el carácter de quienes vivimos y de quienes llegan a ella.

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Y aunque una de las principales máximas, que no deberíamos olvidar en tiempos de reacción, es que la nostalgia es el recurso con el que se articula parte del discurso populista, y que esta no es más que una recreación idealizada del pasado, tampoco es conveniente perder de vista la memoria histórica. Todo pasado siempre fue peor, más duro, más difícil, más cerrado y más pobre. Incluso en época de vacas gordas, allá por los años dos mil antes del crack del dos mil ocho, Xixón era una ciudad en la que todavía quedaban sin cerrar las heridas de la reconversión industrial pero eso no evitaba que al mismo tiempo hubiese sabido preservar el recuerdo y los hábitos del movimiento obrero y la movilización vecinal. Aunque me temo que parece que casi ya no vive nadie ahora para recordarlo.

El escrache, vergonzoso, no por escrache sino por las razones que había detrás de él -los cargos políticos han de aprender a aceptar las críticas y los reproches por su gestión siempre que estos no sean violentos o no vayan al terreno de lo personal- a la alcaldesa Carmen Moriyón por parte de algunos vecinos -o supuestos vecinos- del Natahoyo durante la inauguración de la capilla de San Esteban del Mar, pasará, muy probablemente, a los anales de la pequeña y cotidiana historia de la ciudad. Y lo hará porque lo que impulsó la protesta, y el acoso y los insultos, fue el traslado provisional de sesenta personas dependientes y usuarias del Albergue Covadonga al Hogar San José. Esta protesta y sus malas formas, así como la decisión de recular por parte del Ayuntamiento -desoyendo a los expertos y, por tanto, al ethos-, son un aviso de que en esta ciudad se está empezando a gestar un cambio profundo y preocupante en su pathos. Una señal de alarma que nos indica que los bulos, el odio y los prejuicios que alimentan la ola reaccionaria y antidemocrática también encuentran acomodo en esta villa y en un barrio que, a pesar de sus carencias, hasta hace poco presumía de orgullo de clase.

Y así como hemos ido despreciando la cultura y la llingua asturiana para sustituirla por el ayusismo, esa suerte de sentimentalidad populista acultural y uniformante que desecha lo común para sustituirlo por un pastiche en aras de la mercantilización y la turistificación, la permeabilidad de los discursos de odio contra las minorías y las personas en situación de vulnerabilidad en nuestros barrios es el comienzo del fin del pathos ciudadano que conocíamos. Porque quienes están detrás de los bulos y el odio que impulsaron la movilización no tienen ninguna intención de mejorar la vida de la gente que habita Xixón, solo quieren agitar las aguas y destruir la convivencia para alcanzar el poder. Lo suyo no es más que folclore impostado y vacuo, como bailar sevillanas en el barrio de L’Arena y pensar que eso tiene algo que ver con homenajear una cultura tan compleja y rica como la del flamenco. Ya les digo yo la respuesta: nada.