El ovetense reconoce sentirse fascinado por Regina García López, quien, pese a perder ambos brazos siendo niña, debutó en el Teatro Jovellanos como artista de variedades y alcanzó una amplia proyección internacional
«No puedo hacerlo». Casi todas las personas, en algún momento de sus vidas, han proferido esa sentencia, bien por pura y simple inapetencia, buen por la imposibilidad real de acometer una tarea concreta. El límite, sin embargo, depende de la personalidad de cada cual, del carácter, del grado de perseverancia y, claro, de la capacidad de sacrificio. Y Regina García López (1898-1942), apodada ‘La Asturianita’, demostró tener esa barrera muy arriba. Sin brazos desde la temprana edad de nueve años, esta hija del concejo de Valdés hizo del drama una oportunidad y, valiéndose de su boca y de sus pies, consiguió cultivar una carrera como artista de variedades tan prolífica, que la convirtió en una celebridad dentro y fuera de las fronteras nacionales. Un ejemplo de superación todavía hoy utilizado como caso de estudio, y cuya impresionante biografía ha cautivado a gentes tan dispares como científicos, educadores, historiadores, escritores… Y hasta al mismísimo Rodrigo Cuevas.
El contexto para dicha confesión es una entrevista publicada este martes por la revista ‘Babelia’ del diario ‘El País’. En ella el cantautor y creador cultural ovetense, inmerso estos días en la gira de presentación de su disco ‘Manual de Romería’, reflexiona sobre múltiples cuestiones, desde cuál es el libro que está leyendo en estos momentos, hasta qué profesión jamás desempeñaría, o qué actividad considera sobrevalorada… Y que, dado que es la que ocupa el titular, nadie entenderá que es un spoiler compartir que se trata de viajar. En un punto del coloquio, a Cuevas se le consulta sobre su personaje histórico preferido; la respuesta ‘La Asturianita’ es inmediata, tajante, sin margen para la duda. Sin embargo… ¿Quién fue ‘La Asturianita’?
Nacida en la aldea de Valtravieso en 1898, justo al tiempo que España perdía a manos de los estadounidenses sus colonias en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, Regina García tardó unos años más en sufrir su propia pérdida. La que fue hija de Celestino García, maderero de profesión, contaba nueve el fatídico día que fue a visitar el aserradero en el que trabajaba su padre; un accidente le amputó ambos brazos, dejándola, en apariencia, incapacitada de por vida. No obstante, la pequeña tenía otra idea al respecto. Con ingenio, esfuerzo y tesón, y superando el rechazo social que su carencia física generaba, Regina García aprendió a utilizar su boca y sus pies para realizar toda clase de tareas; algunas de ellas, verdaderamente pintorescas. Redactar con lapicero, escribir a máquinas, dibujar, pintar e, incluso, coser podrían señalarse como parte de las imprescindibles para sobrevivir… Pero es que García llegó incluso a dominar la conducción de automóviles, a tocar el acordeón y, por si fuera poco, a disparar un fusil con notable precisión. Todo ello, mientras alimentaba su faceta intelectual, hasta el punto de ser considerada una mujer notablemente culta.
De actuar ante Isabel de Borbón a ser presentada a Franklin Delano Roosevelt
Tales cualidades no tardaron en llamar la atención de las masas, y en 1919 realizó su primer espectáculo de variedades en el Teatro Jovellanos de Gijón, ante una audiencia que incluía a la infanta Isabel de Borbón, hermana del rey Alfonso XII. Fue sólo el comienzo de una trayectoria que la llevó a escenarios de lugares tan distantes como Portugal, Venezuela, Argentina, Brasil, Turquía o Egipto; en muchos de esos periplos estuvo acompañada por su marido, Juan, un admirador con el que contrajo matrimonio en 1923, con el que tuvo tres hijos y del que se separó, que no divorció, en 1928, estando en suelo uruguayo. La decisión no eclipsó el que fue uno de los grandes hitos de la carrera de García: ser presentada al entonces presidente de Estados Unidos, el legendario Franklin Delano Roosevelt, en 1933.
Su fin, sin embargo, resultó trágico, como trágica fue la historia de aquella España desgarrada por la matanza de la Guerra Civil. Un año después del estallido del conflicto, en abril de 1937, fue encerrada por las autoridades republicanas en la madrileña cárcel de Ventas, bajo la acusación, todavía hoy considerada falsa, de haber ejercido de espía para el bando sublevado. No recuperó la libertad hasta dos años más tarde, el 1 de abril de 1937, aunque su alegría duró poco, pues las autoridades franquistas la devolvieron a prisión a los pocos meses, esta vez señalada por haber espiado a favor de la República. Con las estructuras burocráticas del país deshechas por la contienda, el juicio no se celebró hasta 3 de marzo de 1942. Sobre ‘La Asturianita’ pesaba la amenaza de una condena de treinta años; no obstante, finalmente fue declarada inocente… Pero no por ello liberada. Diagnosticada de parafrenia sistemática, una forma de delirio crónico, y catalogada por ello como enferma mental, se la mantuvo recluida en un centro psiquiátrico de Madrid hasta su muerte por tifus, ocurrida ese mismo 22 de mayo. Tenía sólo 43 años.