«A veces se queda con la mirada perdida y la sonrisa de socarrón; pensando, recordando un largo viaje en tren con salida en Sagunto y llegada a Gijón»
Es caprichosa y selectiva nuestra memoria. Los recuerdos acuden con presteza a esa mente que se empeña en buscar lo que comimos ayer y mantiene frescas las imágenes de la niñez. Paseaba con mi tío Ricardo una luminosa mañana de 1982 por la Feria de Muestras y a la altura de los bocatas de calamares nos topamos con un rubio muy, muy, muy alto y toda la pinta de salir en esas pelis del oeste que no se perdía mi padre. Mi tío me dijo: «Es Maceda, ¿saludamos a Maceda?». Fue muy amable, estrechó nuestras manos, me preguntó si yo era del Sporting… cuando llegué a casa lo conté una y otra vez: «Mamá, quisiera ser tan alto no como la luna, no, como Maceda». Lo conté durante días, también en el colegio…
Antonio Maceda Francés despuntaba como juvenil en el Acero de Sagunto, el Valencia le había echado el ojo pero en Gijón fueron más rápidos. Edmundo Suárez Trabanco «Mundo», gloria deportiva del club ché en los años 40 y entrenador del Sporting la temporada 58-59 recomendó el fichaje a Pasieguito. El visto bueno lo dio el presidente Ángel Viejo Feliú y Enrique Casas fichó al rubio prometedor por un millón de pesetas. Recién llegado a la capital de la Costa Verde se incorporó al primer equipo, su valedor Pasieguito ya no era el míster y Pierre Sinibaldi no apostó por el saguntino. Vicente Miera le regaló una confianza que no tuvo con el entrenador galo. El elegante futbolista sacaba el balón del área pegado al pie, la cabeza alta, el aplomo y la técnica no dejaron de acompañarle hasta el final de su carrera. Defensa hermanado con el gol, gran cabeceador, rematador consumado de voleas imposibles en el segundo palo. Los aficionados veteranos, esos ojos expertos que llevan años y paños viendo fútbol en El Molinón se acuerdan de un golazo con sombrero previo del rubio levantino. Jugó de mediocentro en esa ocasión, así lo quiso Boskov. Y «el respetable» la tomó con él. Celebró el «impresionante chicharro» con tres cortes de manga. Nunca más se oyeron abucheos, pitos o insultos dedicados a Maceda en Gijón. Ya no volvería a ser «el hippy pasota», el mejor central de la liga y uno de los mejores de Europa se ganó el respeto en casa y de visitante.
Quedó demostrado en el 12-1 de España a Malta o en aquel gol de cabeza en plancha que dejó sentado a Schumacher y eliminada a la República Federal Alemana en el último minuto de un partido épico que daba paso a las semifinales en la Eurocopa de 1984. Ramón Mendoza decidió en 1985 apuntalar la defensa blanca con la incorporación del talentoso central. Los días de entrenamiento se presentaba en la ciudad deportiva del Real Madrid en un Citroen 2CV matrícula de Oviedo con su inseparable Claudio, guardameta del Rayo Vallecano. Antonio Maceda abandonó el fútbol en activo el año 1989, una rodilla dañada y una recuperación demasiado apurada precipitaron una nueva lesión en México 86. Lo intentó una, dos, tres temporadas pero la rodilla ya no respondía. Como entrenador no hizo larga ni exitosa carrera, y creo que nunca le llegó a importar. A Maceda le gusta jugar al golf, desayunar con sus amigos como en aquellos viejos tiempos en Los Molinos con Morán, Redondo, Jiménez y Claudio. A veces se queda con la mirada perdida y la sonrisa de socarrón; pensando, recordando un largo viaje en tren con salida en Sagunto y llegada a Gijón.