Día “grandón” donde los haya. Feria, partido, toros y Rastro. No sé si habrá horas para tanto, ¡qué bárbaro!
Una, que es de regatear y discutir por todo y de todo, acudió al último de los lugares nombrados. El Rastro es uno de esos lugares de obligada visita. No solo por lo que se puede “mercar” sino porque puedes ir acompañada de tu can, comer alguna “llambiotada” y renovar el frutero con las mejores piezas de fruta de los alrededores, además de conseguir tomates y verdura de huerta de verdad.
Público, lo que se dice público, no se dejó ver mucho para desencanto de los comerciantes que ocupan los cientos de puestos que convergen en las inmediaciones del Piles. “Hoy lo damos todo regalao” cantaba a los cuatro vientos uno de los muchos dependientes que hoy no estaban del todo contentos con el público que parecía pensar en otros asuntos antes de acudir al emblemático Rastro dominguero.
“No hay derecho a que quiten aparcamientos” protestaba Carmen García en su puesto de frutas y verduras arrancadas directamente de su huerta. “Yo pago los impuestos todo el año, y este mes también, como para que la gente no tenga donde dejar el coche” continuaba confesando muy contrariada. Mientras tanto y no, las voces seguían llamando a la clientela: “fisgar por aquí, que hay coses guapes” apostillaba. “Dos por uno, véndote dos por uno” se escuchaba de otro lado.
Y es que lo apasionante de este recinto que ocupa parte del aparcamiento cercano al Pueblo de Asturias es la variedad de almas y objetos que se pueden encontrar unas junto otras. Desde cientos de vestidos, calcetines, medias, ropa interior, bikinis, alfombras, cestería, bolsos, zapatos, zapatillas, colonias, animales, comida y mucha chatarra y objetos antiguos. Estos últimos, y por precaución debido a la pandemia, ocupan un lugar un poco más apartado de los demás, lo que no gusta a todos. “No solo nos influye que hoy sea un día con mucho evento, el haber separado a los chatarreros de los demás, no nos beneficia” relataba Rebeca Gutiérrez, tercera generación en la churrería Esmeralda y Donaire, fundada por su abuela. “A ver si cuando todo mejore, vuelve a ser como antes”, apostilló antes de despedirse por reclamo de unos clientes.
El caso es todo se va moviendo poco a poco. Y recuerden, en un Gijón donde somos protestones por naturaleza, lo que a su vez es maravilloso, se palpa vida, aunque a veces esa vida tenga un pequeño halo de cabreo.