Adelaida Mañana
«Predicar que se puede machacar a un ser desprovisto de nuestras herramientas para entretenerse, porque es inferior, devalúa una sociedad. Nos degrada»
En las entradas a Gijón, unos letreros de color morado rezan «Gijón no tolera la violencia machista».
Por eso chirría vivir estos días en un Gijón que tolera, acoge, ampara, auspicia y exhibe sin pudor el maltrato animal.
El pasado jueves, 15 de agosto, miles de gijoneses y asturianos nos echamos a la calle para gritar la indignación que sentimos mientras a la puerta de nuestras casas ejecutan públicamente, y por pura banalidad, a un grupo de inocentes seleccionados al efecto.
Durante el recorrido se me acercaron varias mujeres que iban a los toros para espetarme algunos de los mantras taurinos más manidos («Respeto», «Tolerancia», «Libertad», «Cuestión de gustos»…), a los que siento la necesidad imperiosa de contestar por escrito (a ellas apenas tuve tiempo de contestarles muy brevemente).
Al taurino se le llena con frecuencia la boca con la palabra ‘respeto’, pero el respeto comienza por no herir y atormentar sin justificación suficiente a un inferior en inteligencia, sea o no racional. Para ser respetable se ha de conducir uno de manera respetable. Para que le respeten, ha de respetar. También al diferente, al otro, al distinto, sin importar su lenguaje o, incluso, si repta, camina, nada o vuela. Respetable es comportarse con la responsabilidad benevolente de un hermano mayor, no como el matón de último curso con los recién llegados, inferiores en habilidades cruciales para defenderse y que no son un rival, ni un enemigo, sino una víctima, un cabeza de turco.
Al taurino se le llena la boca con la palabra ‘tolerancia’, pero no parece comprender que una sociedad decente no debe, ni puede permitirse, tolerar el prevalimiento, el escarnio público, la ejecución de un ser sensible (sea o no racional), sin que medie una justificación suficiente, suficientemente importante.
Al taurino se le llena la boca con la palabra ‘libertad’, pero la libertad está para defender la autonomía de las personas dotadas de voluntad y sentido de la justicia. La libertad para hacer canalladas, para atormentar, para dañar, no es libertad, es otra cosa.
Al taurino se le llena la boca con la palabra ‘valores’, pero confundir lo descriptivo con lo normativo, lo que es con lo que debe ser, lo real con lo moral, entender que estamos legitimados para hacer todo lo que podemos hacer, es confundir mucho los términos de los pilares de nuestra civilizada convivencia.
Predicar que se puede machacar a un ser desprovisto de nuestras herramientas para entretenerse, porque es inferior, devalúa una sociedad. Nos degrada. Utilizando su argumentario de diletante de chigre, si los animales se devoran sin piedad, nosotros podemos elegir si queremos devorar sin piedad o no. En primer lugar, porque se supone que hay algo distintivo en el humano en lo que refiere al libre albedrío, su capacidad para decidir, para elegir el curso de sus acciones. Y en segundo lugar, porque, curiosamente, es nuestra propia naturaleza la que es moral y, por tanto, no hay disyuntiva: somos morales por naturaleza.
Al taurino se le llena la boca con los ‘gustos’. Pero cuestión de gustos es el rock o el jazz, la tortilla con cebolla o sin cebolla. Cuando está implicado el sufrimiento de un tercero inocente, deja de ser simplemente una cuestión de gustos.
Un niño de cuatro años de edad ha alcanzado ya la madurez suficiente para ser capaz de discernir cuándo una norma es de pura organización, y cuándo implica considerandos de calado moral (antes de los 4 años aún no han alcanzado esa madurez).
Un taurino, no demuestra esta capacidad.
El taurino exige respeto a quienes sentimos desprecio. Ruega comprensión ante una conducta despreciable, ante la exhibición de una completa y absoluta falta de compasión.
Si se desviaran medio milímetro de su ritual sacrificial, ejecutando a un animal levemente diferente (una vaca), serían conducidos por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado por un delito de maltrato animal. Esta es la delgada línea en luminoso rojo que separa, por ejemplo, una pelea de gallos en Canarias de la clandestinidad de una pelea de gallos en Gijón.
Pero no caen de la burra, ni ven su propia fealdad, ni se percatan de la esquizofrenia moral y hasta jurídica en la que se mueven.
Para centrar un poquito, debemos hacer hincapié en el concepto de condena social, y hasta de reproche penal.
Porque el taurino se confunde. En parte, por nuestra propia tibieza. Porque, en lugar de hablar de abolición, tenemos que hablar de condena social y exigir reproche penal. No tenemos que rogar clemencia. Tenemos que exigir justicia.
El taurino no sólo ha sido entrenado para la insensibilidad, educado para ella. El taurino percibe, además, al antitaurino como un ser débil y emocionalmente frágil, alguien esclavizado por un ‘patrón Disney’ que no entiende su fiesta.
Pero lo que se le escapa es que un antitaurino entiende pero, además de entender, sabe que una razón explicativa no es una razón justificativa.
El taurino vive en una burbuja muy pequeña con otros tantos que comparten esa monstruosa afición.
Vende, además, la perversa idea de que el animal «vive bien» para que su destino sea ser acuchillado repetidamente en público.
Y lo dicen sin despeinarse. Porque han recibido entretenimiento para ello.
No es que carezcan de empatía. Es que a fuerza de aprendizaje se la han cortocircuitado.
La responsabilidad del resto, de todos nosotros como sociedad, consiste en hacerles ver que lo que hacen está mal.
Cuando entendamos que significarse es lo decente, y que son ellos quienes tienen que sentir vergüenza, estaremos a un paso de acabar con esta infamia.
Mientras tanto yo, como muchos otros, no estoy dispuesta a dejar morir a la fiesta sola. Me sentiría una pusilánime si simplemente dejase que las cosas siguieran su curso. La obscena fealdad de una crueldad alimentada y protegida tan desvergonzadamente durante tanto tiempo, merece una estocada gloriosa.
Es una aberración e inhumano que se siga con esta barbarie que son los toros en 2024,me da mucha pena y rabia del ser humano que todavía disfruta con esto y no contento quiere inculcar estos valores a niños.Merecemos extingirnos…