Hoy la nostalgia nos lleva directamente al paladar. A esas paellas, calderetas, parrilladas de pescados y a los exclusivos oricios rellenos de bechamel. ¿A que se acuerdan?
Seguramente que todo gijonés cuenta con algún recuerdo de la Plaza Mayor.
Puede haberse casado en el Ayuntamiento o acudido a algún enlace. A una fiesta de Nochevieja, al pregón de Antroxu o a la Fiesta de la Sidra Natural, celebrada en sus inicios alrededor de los soportales de la plaza o al Entoldado de principios de los 80.
Hoy la nostalgia nos lleva directamente al paladar. A esas paellas, calderetas, parrilladas de pescados y a los exclusivos oricios rellenos de bechamel. ¿A que se acuerdan?
Todas estas exquisiteces salían sin parar de la cocina del restaurante La Botica, ubicado bajo los soportales de nuestra plaza consistorial y regentado por Luz Tamargo Sánchez (artífice de esos exquisitos oricios rellenos, que abría a tijera uno a uno, extraía las huevas, los rellenaba, volvía a colocar ese caviar supremo y los metía al horno) y Servando Menéndez Alonso, que en su día decidió cambiar el oficio de peluquero por el de hostelero.
Porque sí, de bien joven y para ganarse unas pesetas, Servando cortaba el pelo a los marineros que llegaban en barco a El Musel.
Con esa experiencia a sus espaldas, trabajó durante años en una peluquería en la esquina con la calle Pelayo.
Su mujer Luz sí que sabía lo que era llevar una bandeja. En sus tiempos juveniles, y una vez que dejó Cubia, su pueblo de Grado, para instalarse en Gijón, trabajó en la cafetería de ‘La Sindical’.
Poco después su hermana Chelo se casó con el hijo de los dueños del restaurante Argüelles, y allí vivió sus primeros conocimientos de restauración, y también sus primeras mariposas en el estómago cada vez que veía pasar a su vecino Servando. El destino de ambos estaba escrito. La boda se celebró el 17 de febrero de 1964, en la iglesia de San Pedro.
La pareja comenzó a trabajar en el restaurante Latino, de la calle Libertad, muy cerca de la antigua Telefónica, y ahí fue donde tuvieron su primer desencuentro. Todo por un hígado que, en vez de ternera, tenía que haber sido de cerdo. ¡Y es que el amor, a veces, es sordo y desobediente!
No llegó la sangre al río porque enseguida recibieron a Susana, su primera hija. Con ésta decidieron poner en marcha su propio negocio, La Botica.
Así que Servando y Luz se hicieron con el traspaso del negocio, hasta aquel momento de Adolfo García, copropietario de la cafetería Tívoli, y allí estuvieron hasta su jubilación.
Trabajaron muchísimo, pero rápidamente el público fue conociendo su carta, que era controlada por Luz, quien tampoco quitaba un ojo de su pequeña Susana, que de pocos meses dormitaba en una ‘cuna’ muy especial. Al lado de la cocina tenían un gran armario con la mantelería. Allí instalaba a la recién nacida, mientras ella le daba duro a la cocina de carbón.
Esa placidez del primer hijo se acabó en un viaje a Canarias, porque ir, lo que se dice ir, fueron tres, pero volvieron cuatro. Meses después nació Noelia.
La familia vivía encima del bar, lo que estaba muy bien. Hasta que instalaron el Entoldado a comienzo de los años 80.
Esa época fue un infierno para ellos porque quedaban completamente encerrados. «Sólo veíamos las rallas del entoldado», asegura Susana con angustia.
También recuerda buenas anécdotas. Como cuando Joan Manuel Serrat picó a la puerta, después de su concierto, pidiendo algo de comer para él y su grupo. Rápidamente encima de la mesa del artista se sirvieron croquetas, calamares… Lo que se pudo hacer sobre la marcha, y después de tener todo recogido y el restaurante cerrado.
La de Serrat es una de las muchísimas firmas del libro que hoy custodian las hijas del matrimonio, ya fallecido. Emilio Aragón padre, el cómico Joe Rígoli, el cantante Alberto Cortez, la Camerata Revillagigedo y un José Luis Garci que frecuentaba las famosas partidas de mus, de pareja con el propio Servando, acompañado de Victoria Vera y Teresa Gimpera, son algunos de los nombres de dicho libro.
¡Qué momentos!