«Lo que sucede con los riders en Gijón es la verificación del cambio de modelo laboral que va del fordismo al post-fordismo, hombres condenados a la nada, sin lazos sindicales, sólo una matrícula y una docena de horas recorriendo millas de un lado a otro»
Atraviesan la ciudad de un punto a otro despojados de historia. Son jinetes a lomos de su bici o su ciclomotor, repartiendo comida a todo gas. Todos son Globo, Uber Eats, Deliveroo. Todos tienen el mismo nombre, el mismo número, la misma cara. Acaban de regularizar su situación laboral. Eran autónomos pero el decreto de la ministra Yolanda Díaz les devuelve a su condición de trabajadores. Los jinetes no quieren ser obreros. Prefieren ser falsos autónomos, jinetes fantasma. Es más rentable. Se escucha la canción del viejo Jim, enterrado en el cementerio de Père-Lachaise, «fueron arrojados a la calle, como un perro sin hueso, como un actor con deudas,… riders on the Storm».
Lo que sucede con los riders en España y en Gijón es la verificación del cambio de modelo laboral que va del fordismo al post-fordismo, hombres condenados a la nada, sin lazos sindicales, sólo una matrícula y una docena de horas recorriendo millas de un lado a otro. Ser trabajadores no les sale a cuenta. En su reivindicación sólo les une la perspectiva del cobro. Su unión en las últimas manifestaciones es circunstancial, utilitaria, un hecho pragmático, técnico, colateral. Como diría Mark Fisher: son partes intercambiables dentro de una gran maquinaria, sin garantías, sin fondo, sin perspectiva.
Han encontrado estos jinetes que en el postfordismo, las relaciones horizontales han suplido a las verticales: la flexibilidad es una ventaja. Es muy probable que aquellos que afirman que ya no podrán ganar 2.000 euros limpios, no hayan reparado en el valor balsámico de la familia, el ocio o, sencillamente, tener ciertas horas dedicadas a construirse una vida personal. Vuelvo a Jim Morrison: «Hay un asesino en la carretera, su cerebro se retuerce como un sapo, deja que tus niños jueguen, si le das un raid a este hombre, la dulce familia morirá, asesino en la carretera».
El realismo capitalista ha logrado que la vida y el trabajo se mantengan confundidos. Ha tenido que ser una mujer de las CCOO la que ponga orden en este caos. El caos siempre está del lado de los capitalistas. El trabajo persigue a los rider bajo la tormenta, incluso cuando duermen. La motocicleta ya forma parte de su sistema nervioso. Las horas se miden en kilómetros, los kilómetros en comandas, las comandas en dinero y el dinero en la próxima pesadilla. Han convertido en arte la precariedad. No tardarán en vivir su propia esquizofrenia.
Lo de los riders confirma la tesis de Richard Sennet en su libro La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. La desintegración en los patrones del trabajo se debió en gran medida a los deseos de los propios trabajadores. El capital vuelve a metabolizarse. Como el genio de la lámpara, sus deseos fueron cumplidos y ahora esperan que tras el decreto, vuelvan a ser constituidos. Qué mejor vida que aquella que se cumple emancipado de la fábrica y la rutina. Querían saberse beduinos en un desierto. Jinetes en la tormenta, sed bienvenidos.