«Un río en el que me gustaría que mi hija pudiera bañarse algún día sin miedo a tifus, coliformes, cagallones o fitoplácton»
«Tampoco voy a cuestionar la insistencia deportiva para mantener una zona navegable de la que han salido varios campeones»
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir”. Me acordé de los versos de Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre hace unos días caminando a la vera del río Piles y después de una semana en la que la supervivencia del principal cauce fluvial de nuestro concejo está directamente ligado al anillo navegable que construyeron políticos como los que ahora abogan por el cierre de esta infraestructura. Vayamos por partes.
Aunque años después mi destino de playa y el de mis hermanos se consolidó durante muchos domingos de muchos veranos en La Ñora, San Lorenzo fue lugar de baños en mis primeros años de una vida feliz que consigo recordar a través de las fotografías que aún quedan en un maltratado álbum familiar. Era nuestra madre Aurora la que con su paciencia infinita cargaba con tres hijos desde su casa en la calle Balbín hasta la playa para disfrutar de unas mañanas radiantes por lo que dicen esas fotos de las que les hablo. El destino solía estar entre las escaleras once y trece en una época en la que las pérgolas aún formaban parte de un paseo de San Lorenzo donde los coches campaban aún a sus anchas y en el que poco más que la tradicional barandilla blanca podría recordar el Muro que ahora disfrutamos.
Todo lo recuerdo por las fotos, excepto unos carteles que para un niño de poco más de cinco años quedaron bien grabados en mi memoria: prohibido bañarse por peligro de tifus. No lo entrecomillo porque no recuerdo la literalidad de la advertencia, pero después de más de cuarenta años no se me olvida la imagen de la desembocadura del Piles llenando de una espuma que nada tenía que ver con la de las olas las orillas de la zona del Tostaderu.
No se ha vuelto a prohibir el baño por el supuesto peligro por tifus de aquellos años setenta, pero las aguas del Piles han sufrido de forma demasiado recurrente el maltrato medioambiental, los efectos del desarrollo urbano, el retraso en la construcción de una verdadera red de saneamiento o, simplemente, los efectos de la propia naturaleza. Aún recuerdo el debate en un Pleno municipal entre el entonces y ya fallecido concejal de Ecología, Marcelo García, y el que por aquellos años 90 era concejal del CDS, Patricio Adúriz. Ambos se enzarzaron sobre el mal estado del agua en San Lorenzo. García hablaba de los coliformes que aparecían flotando hasta que Aduriz, médico de profesión y heredero de una particular sorna, le plantó al concejal socialista: “Usted dirá que con coliformes pero lo que ve todo el mundo es que nunca vimos algo tan parecido a cagallones humanos”.
Ahora no son coliformes ni cagallones. Tampoco es una mal red de saneamiento y no parece que los vertidos ilegales de antaño sean los que ponen en peligro una vez más la salud de las aguas de un río que es algo más que la desembocadura del Piles. Ahora el enemigo se llama fitoplácton, un silencioso enemigo que se produce por descomposición de las algas y al que los únicos que parecen haberse adecuado son unos muiles que de ser besugos no tendrían precio en la rula.
Los informes técnicos de dos universidades advierten de la peligrosidad de estas toxinas y consideran que la mejor solución sería cerrar el anillo navegable donde no hace falta ser experto para ver que su estado -lo pueden comprobar en las fotografías que acompañan este texto- no invita a que las cosas vayan a ir a mejor. El anillo ha sido un quebradero de cabeza desde su construcción. Su construcción fue cofinanciada en 2002 por Ayuntamiento y el Principado en el primer mandato de la alcaldesa Paz Fernández Felgueroso como alcaldesa de la ciudad tras la concesión al ayuntamiento de unos 320 metros cuadrados de bienes de dominio público para aprovechamiento deportivo de los cauces de los ríos Piles y Peñafrancia para embarcaciones de calado inferior a 50 centímetros. Ahora, los informes técnicos chocan con los intereses del Real Grupo de Cultura Covandonga, una comunidad deportiva que defiende el anillo como un tesoro que hay que mantener.
No seré yo quien ose a llevar la contraria a los informes técnicos que dicen que o sea cierra el anillo o el Piles no tiene salvación. Pero tampoco voy a cuestionar la insistencia deportiva para mantener una zona navegable de la que han salido varios campeones. Mi única certeza es que no sería de recibo seguir gastando dinero en dragados y limpiezas que desde la puesta en marcha del anillo no han ofrecido soluciones definitivas. Más de un millón de euros en poco más de quince años me parece una factura demasiado elevada para mantener una instalación que no garantiza la viabilidad medioambiental de un río en el que me gustaría que mi hija pudiera bañarse algún día sin miedo a tifus, coliformes, cagallones o fitoplácton. En sus manos lo dejo, pero soluciónenlo, porque medios y especialistas haylos.