«El portero se llamaba José Aurelio Rivero Rodríguez, un tallo de catorce años con un 47 de pie. Nunca fue fácil encontrar calzado para Rivero. Ni en casa, ni en el Sporting, que encargaba botas para el guardameta en Francia o en Alemania»
El impaciente árbitro se acercó alarmado al corrillo formado por el equipo de la Fundación Masaveu juvenil. Unas nubes henchidas de oscuridad anunciaban lluvia torrencial, y el frío helaba piel y huesos en Los Fresno. Algunos espectadores protestaban, pasaban los minutos y el partido no comenzaba. «Árbitro, no hay botas para el portero, cortamos unos playeros, ponemos cinta y así va a tener que jugar. ¿Le parece?».
El portero se llamaba José Aurelio Rivero Rodríguez, un tallo de catorce años con un 47 de pie. Nunca fue fácil encontrar calzado para Rivero. Ni en casa, ni en el Sporting, que encargaba botas para el guardameta en Francia o en Alemania. Creció muy pronto este deportista ovetense, y precisamente el deporte formó parte de su vida desde la infancia. A los catorce ya era un consumado atleta: Campeón de Asturias en salto de altura y tercero en longitud, también ganó el torneo regional de voleibol con la Organización Juvenil Española (OJE). A su padre no le interesaban las veleidades atléticas de su hijo más allá del fútbol, y convenció a José Aurelio para que se dedicara a defender los tres palos con uñas, dientes y buenos guantes. Con dieciséis años viajó a Madrid, se puso a las órdenes de Manolo Sanchís padre en el Real Madrid y, tras unos informes favorables de Santisteban, estaría otro año en el Masaveu, y su futuro se teñiría de blanco a partir de los diecisiete. De repente apareció el interés del Oviedo y, al tiempo, el del Sporting para hacerse con los servicios del espigado cancerbero. Los azules se quedaron cortos en su oferta a ojos del padre del futbolista. Y entonces llegó la llamada del secretario técnico del Sporting. Enrique Casas convenció al padre, y el hijo firmó por el Sporting.
Antes de cumplir los dieciocho era titular en el Deportivo Gijón y entrenaba ocasionalmente con el primer equipo. Ganó merecida fama como ‘parapenaltis’ en Trubia, en un encuentro con victoria visitante por 0-1. Los del Juvencia fallaron tres «penas máximas», detenidas las tres por el joven carbayón. Jugó 126 partidos oficiales con el Sporting, sesenta de los cuales en Primera y 52 en la Copa. Debutó en la Copa el 22 de septiembre de 1976 contra el San Fernando de Cádiz. Empate a uno en el partido de ida de la primera ronda. Disputó su primer partido de liga el 14 de enero de 1979 en Balaídos. Con tablas en el marcador final, empate a uno. Sustituyó a Castro, lesionado, en el minuto 45 y no recibió gol alguno. En la Copa gozó de titularidades negadas en esa competición liguera, que tenía el 1 como propiedad de Jesús Castro. De aquellos cancerberos con los que compartió vestuario peleó por el puesto en verano y aprendió con barro en invierno. Desde Romero, cuando estaba en el Deportivo Gijón, hasta Abelardo, Claudio, Ablanedo o Pedro.
Jugó Rivero las dos únicas finales coperas del Sporting. En 1981 y en el 82, con sendas derrotas frente al Barça y al Madrid. Dolieron especialmente «dos certeras dagas» de Quinocho con la elástica blaugrana en la primera. En la segunda final, «todo» parecía estar preparado para que se la llevasen los de la capital de España sin sobresaltos. Al discreto y sobrio portero le gustaba salir a jugar vestido de verde, de azul o de negro. Si podía, repetía uniforme completo color esperanza, camiseta y pantalón. Y, como alternativa cromática, solía combinar medias y calzón negro con zamarra azul. Cuando saltaba al campo siempre tenía que ser el segundo del equipo en pisar el verde e insistía en su manía para invocar a la suerte. Cuentan sus compañeros que en las comidas compartidas no evitaba el postre si estaba muy dulce y, aprovechando algún despiste de Miera o de Novoa, repetía como buen llambión.
Aquella temporada 83-84 fue sin duda la «más dulce» en el club. Boskov contó veinticuatro veces en su once inicial con el arquero de 1.88. Vujadin quería altura entre los palos y decía que Rivero era un yugoslavo-asturiano que ofrecía seguridad en el área. Su retirada llegó en un escenario único: San Mamés. El 21 de abril de 1985. El Sporting perdió por dos a cero y Novoa sacó del terreno de juego al ‘Gatu’ Ablanedo para que Rivero pudiese disfrutar los diecinueve últimos minutos de un encuentro que terminó con la hierba y la pena pegadas a los tacos de sus botas negras del 47.