Por Víctor Guillot
ROSA MONTERO, PERIODISTA Y ESCRITORA
«El cambio feminista va manifestándose en todos los campos: en el poder menos. En los foros económicos son todo hombres y la Botín»
«La realidad se ha vuelto volátil y cualquier persona lo advierte»

Rosa Montero mantiene el pulso de la realidad a través de la novela. Su último libro es un ejercicio imaginativo y transparente sobre la alegría, el fulgor de la vida o la esperanza. La buena suerte (Alfaguara), nos habla de una escritora con oficio, la voluntad de no renunciar a la fantasía o el misterio y nadas en las espesuras de la verdad, la belleza o el amor. Habla alimentada de literatura, prensa, actualidad… Con una honestidad que devuelve a sus lectores a una mujer fuerte y vulnerable.
-Me gustaría hacer una reflexión sobre lo que significa ser mujer cuando la comunidad trans también participa de ese debate, sobre todo, a partir de la aprobación en el Consejo de Gobierno de la tramitación parlamentaria de la Ley Trans.
Yo creo que es una polémica absurda y, además, pequeña, que se ha magnificado. La comunidad trans ha estado participando dentro del movimiento feminista desde el principio en España, por lo menos. Creo que está hipertrofiada esa supuesta división por unas mujeres que han chillado mucho.
-Amelia Valcárcel entre ellas.
-Y que son cuatro voces dentro de los feminismos que son muchos, afortunadamente.
-Pero cuatro voces que dan la impresión de hegemonizar un discurso.
-Yo diría patrimonializar el feminismo como si fuera una ideología. Yo estoy totalmente en contra de esto, que no deja de ser una dogmatización de un movimiento que es histórico, social, gigantesco, que está cambiando milenios de comportamiento humano. Naturalmente, hay muchas maneras de observar el feminismo que sigue en construcción. Estamos haciendo esta enorme evolución, tremenda, básica y cultural. Con montones de maneras de estar.
-Y qué explica entonces esta sensación que algunas feministas expresan de asedio a sus postulados. Qué hace que se sientan atacadas por la defensa de unos derechos. Realmente, ¿creen que habrá un millón de personas colapsando el registro civil mañana solicitando un cambio de sexo?
-Por esa misma razón yo creo que es completamente absurdo e inflado. No creo que haya que discutirlo mucho porque les da más espacio. En el fondo, creo que son prejuicios básicos, machistas o sexistas.
-¿Te has sentido atacada por esa parte del feminismo?
-Hemos tenido algún debate en un plan más o menos educado. Yo no miro Twitter, así que no pierdo el tiempo. Pero sí me da pena la confusión que crea esto y porque yo creo que se plantea como un cisma en el feminismo y que en realidad es tremendamente minoritaria y pasajera sin mayor importancia.
-En la industria del periodismo, cada día cobran más espacio las mujeres.
-En el periodismo y en todo el mundo. La deconstrucción del sexismo camina hacia delante. Para nuestras pequeñas vidas va muy despacio. Pero desde un punto de vista histórico, si conseguimos elevarnos a vista de águila, pues realmente el cambio de un comportamiento milenario está siendo vertiginoso. Si es que hasta principios del siglo XX no podíamos ir a las universidades, si es que hasta mediados del siglo XX las mujeres no podíamos votar. Realmente el cambio está siendo brutal y por lo tanto sí está lográndose avanzar en la deconstrucción del sexismo. Hemos subido un escalón con los últimos años. Uno de ellos es la inclusión melosa de los hombres dentro del feminismo. Estamos cambiando la manera que tenemos de ser hombres y mujeres. En este último estirón muchísimos hombres participan del feminismo. La manifestación del 8M de 2019 de Madrid, la más populosa de la historia del mundo feminista, éramos 370.000 personas, de las cuales un 40% eran hombres. Es un hecho insólito y uno de los ingredientes importantes y esperanzadores. Todo ese cambio va manifestándose en todos: en el poder menos. En los foros económicos son todo hombres y la Botín.
-¿Crees que la izquierda está intentando todavía descubrir la manera de gestionar los derechos de las minorías sin perder el foco de atención de los problemas transversales de la mayoría? Derechos laborales, brecha salarial, pensiones…
-Yo creo que hay que hacerlo todo. No creo que unos derechos deban ser supeditados por otros. Precisamente por ver cómo los discursos feministas se han visto relegados por otros que me parecieron falaces y fallidos, no creo que se deba supeditar. Los derechos son los derechos, aunque sean sólo los de un sólo hombre.
-Tu obra abrió la ventana a que otras mujeres comenzaran a publicar más tarde.
-Las mujeres que integrábamos lo que generacionalmente se llamó la nueva narrativa, salió a finales de los 70, inmediatamente después, irrumpieron mujeres como Lourdes Ortiz, Carme Riera, Montserrat Roig, sí que aportábamos una novedad. Lo anterior fue una minoría maravillosa: Martín Gaite, Laforet, Ana María Matute. Nosotras trajimos una cierta normalización, que de repente no fuera raro que hubiera mujeres escribiendo fue un enorme paso. Hay estudios que demuestran que en un entorno cultural homogéneo de cualquier tipo, si irrumpe una minoría, hasta que no alcanza un 5%, no puede hacer nada para cambiar su entorno. Los individuos de la minoría que se incorporen, se adaptarán al entorno de la mayoría. Solo cuando se supera ese 5% empiezan a poder mantener su propia identidad. Fue muy difícil y lo sigue siendo. Hay estudios hechos, como el de Clásicas y Modernas, sobre cómo, en efecto, se sigue editando a más hombres que a mujeres, se siguen haciendo más críticas a hombres que a mujeres, los críticos son eminentemente masculinos aunque en España el índice de lectoras sea mucho mayor que el de lectores. Lo mismo que los licenciados de filología, son infinitamente más mujeres aunque los críticos son eminentemente hombres. Y así todo. No te digo ya los premios. El de la crítica debe ser al menos 65 años integrado por hombres galardonando sobre todo a hombres. Y es que en más de medio siglo, solo se lo han dado cinco o seis veces a mujeres y es tan ridículo que con solo decirlo se ve el prejuicio.
«Es el tiempo lo que hace que llegues a esa libertad, creando una vinculación entre el subconsciente y lo que se escribe»
-Las grandes instituciones culturales adolecen del mismo problema.
-Efectivamente. Es completamente cierto. Hay una excepción a eso que dices y te da la razón. La Biblioteca Nacional está dirigida por una mujer, pero como toda biblioteca, siempre ha sido un lugar para las mujeres.
-¿Qué aporta La buena suerte que rompe la línea de la ciencia ficción de tus novelas anteriores?
-No creo que rompa ninguna línea. No creo en los géneros. Creo que en el siglo XXI no tiene sentido meterse en la cajita de los géneros. Para mí son novelas homologables con la misma ambición literaria, expresiva, emocional. Siempre escribimos sobre las mismas cosas. Decía Isaiah Berlin que hay dos tipos de escritores: los erizos que se enroscan sobre sí mismos, escribiendo siempre el mismo libro, y los zorros que van por la pradera buscando un paisaje. Entonces, yo intento escribir desde donde ya no sé escribir, aprender algo nuevo, volverme a contar mis propias obsesiones de distinta manera. Estoy especialmente contenta con este libro. Tiene una estructura de relojería que no se percibe. Si así fuera sería una ortopedia. Es un libro completamente tallado. Uno de mis grandes maestros es Nabokov. Una anécdota de Nabokov en el Wellesley College, en Boston, allí celebró un examen. Y una alumna destacada se acercó desesperada a Nabokov que estaba cazando mariposas. La alumna le preguntó qué había que saber para alcanzar la matrícula. Y él respondió: La vida es bella, la vida es triste y eso es todo cuanto hay que saber. Me pareció tan bonita esa anécdota. yo llevo muchas novelas intentando decir eso, que la vida es bella, que la vida es triste y decirlo de una manera tan esencial, tan profunda y tan básica que no haya que decir nada más. Creo que con La buena suerte he llegado más cerca que nunca a eso, he conseguido rozar con esa vibración desnuda de la vida, de la belleza y de la tristeza de la vida.
-¿Y para llegar a esa vibración se necesita una dosis extra de honestidad?
-No. Pero has puesto el dedo en la llaga. Una de las cosas que a mi mas me irrita es un libro deshonesto que no está escrito por la necesidad de contar algo, sino por la necesidad de cautivar a un determinado público. Un ejemplo de esto es la última novela de Paul Auster que es un coñazo y está escrita para que gane el Nobel. Es una pena. Siempre he escrito desde la necesidad. Una cosa que te enseña este oficio con los años es a ser libre a la hora de escribir, eliminando los miedos. Julio Ramón Ribeyro decía que una novela madura exige la muerte del autor, la muerte metafórica. Tu yo debe desaparecer. Y eso es muy difícil. Uno se resiste, tiene que estar ahí, al mando. Es el tiempo lo que hace que llegues a esa libertad, creando una vinculación entre el subconsciente y lo que se escribe.
-Escuchándote es fácil comprender como irrumpe la autoficción en el siglo XX con más fuerza que en el XX
-He escrito autoficción y es uno de los subgéneros de nuestro tiempo. Hay una falta de fiabilidad de la realidad. En el XIX la realidad era un edificio perfectamente armado. Ahora es al contrario. La realidad se ha vuelto volátil y cualquier persona lo advierte. Esa falta de fiabilidad de la realidad hace que, incluso yo no sea fiable. Y hace que mi yo sea fluido. Decía Pierre Michaud que el yo es un movimiento en el gentío. La realidad también es un movimiento en el gentío. En La loca de la casa hago autoficcion. Y me gusta y me preocupa que haya demasiada autoficción. Que se pierda la fantasía y la imaginación. Así que me estoy hartando de tanta autoficción.
-En la autoficción hay cierta voluntad de rebajar las pretensiones del ensayo.
-Puede haber algo de eso, es cierto, pero también una falta de aliento imaginativo en la sociedad. Me preocupa y aun así mi próximo libro se acerca a la autoficción. Es un síntoma de ensimismamiento y de falta de pulso imaginativo de la sociedad.